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Por Publicado el: 17/01/2023Categorías: Entrevistas

Gustavo Gimeno: “Fascinado por Jenůfa”

Se sorprende Gustavo Gimeno, director musical de la Sinfónica de Toronto y de la Filarmónica de Luxemburgo (València, 1976), cuando el periodista le llama para una nueva entrevista, ahora con motivo del retorno a su ciudad natal para dirigir en el Palau de les Arts Jenůfa, ópera maestra del moravo Leoš Janáček. “¿No le parece más interesante que hablemos de la ópera y no de mí?”, pregunta y propone al entrevistador. De lo uno y de lo otro, también de su relación y sensaciones con su ciudad natal, habla con verbo claro y conciso, “fascinado” por una música que “genera un mundo sonoro maravillosamente original. Único e inédito”.

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Gustavo Gimeno

– Al proponerle esta entrevista, me ha pedido encarecidamente que hablemos únicamente de Jenůfa, la ópera que estrena el Palau de les Arts bajo su dirección musical el jueves próximo. ¿Piensa que no tiene nada novedoso que contar de su carrera espectacular, que le ha catapultado a la titularidad de la Sinfónica de Toronto o a la dirección musical del Teatro Real de Madrid? ¡Hay mucho de que hablar!

– No, no me parece tan interesante conversar de uno mismo. Ya me han hecho muchos entrevistas: la gente sabe de mí, de lo que hago, no hago y dejo de hacer. ¡Me conocen!, por lo que no creo relevante hablar de mí. Aquí, la novedad, lo verdaderamente remarcable e inédito es que el jueves tenemos el estreno de Jenůfa; una ópera importante, uno de los grandes títulos del siglo XX. Lo significativo es que tenemos un tiempo histórico en València y en el Palau de les Arts, donde se ha hecho mucho y excelente, muchas veces de gran nivel. Por ello, realmente no podía demorarse más el estreno en València de una ópera de Janáček, quien es, no solo uno de los grandes operistas de la historia de la música, sino también uno de los compositores más singulares, originales e interesantes. Ningún teatro que se precie puede mantener ausentes las óperas de Janáček en su repertorio.

– ¿Fue idea suya programar precisamente Jenůfa?

– Fue una decisión consensuada con el director artístico, Jesús Iglesias, quien pensó que si hacemos un Janáček el mejor inicio sería con Jenůfa, una ópera de música apasionante, con una historia muy actual, centrada en dos fabulosos personajes femeninos: Jenůfa, madre soltera y abandonada, y su madrastra Kostelnička, que podría ser una morava mezcla de Bernarda Alba y la Tía Tula. Todo llega en una producción que solo se ha visto en Holanda. Moderna y con grandes cantantes, como la célebre mezzosoprano Petra Lang, que debuta el papel de Kostelnička, o la soprano estadounidense Corinne Winters, quien llega al Palau de les Arts después de grandes éxitos con esta misma ópera, o con Katia Kabanová, tituló que el verano pasado protagonizó con enorme éxito en el Festival de Salzburgo, en la nueva producción presentada por Barrie Kosky (escena) y Jakub Hrůša (dirección musical).

Jenůfa se estrena en 1904, en Brno, Moravia, la tierra natal de Janáček. Dos años antes Debussy compuso Pelléas et Mélisande y un año después, en 1905, Falla concluye La vida breve; Schönberg, por otra parte, aún andaba con la cosa romántica, y quedaban algunos años para que Strauss estrenara Elektra y Puccini títulos como Turandot. ¿Es Jenůfa una ópera avanzada a su tiempo, los principios del siglo XX?

Janáček crea un mundo sonoro maravillosamente original. Único e inédito. Con interesantes motivos declamados que iba anotando, recogiendo de la propia naturaleza, anticipándose en este sentido a Olivier Messiaen y sus famosos pájaros. Motivos con los que establece patrones rítmicos y polirrítmicos con los que crea una especie de telaraña sonora con varias capas que generan ambientes acústicos muy particulares, con una orquestación absolutamente novedosa que desde el primer momento te abduce. Janáček te atrapa en un mundo nuevo y diferente que irremediablemente te sumerge en el trasunto musical y dramático. Es algo fascinante, que te hace pensar, claro, en Wagner y Strauss, pero que en realidad es una camino paralelo y claramente diferente. En realidad, Janáček vivió y compuso encerrado en su propio mundo. Un mundo pequeño y hasta provinciano, pero que él hizo definitivamente universal.

Escena-de-Jenufa-por-Katie-Mitchell

Escena de Jenufa por Katie Mitchell

– Un espacio opresivo, asfixiante, que casi preludia óperas y personajes como Salome o Elektra…

– Hay que considerar que Jenůfa es un salto muy significativamente en la evolución de Janáček. Es muy superior a todo lo que había escrito hasta entonces. Se pueden reconocer influencias de Mascagni en la sustancia verista, mientras que detalles vocales y orquestales provocan que en ocasiones parezca que estás ante Dama de picas de Chaikovski. Desde luego, también es clara la influencia de la música de su amigo Dvořák, y, curiosamente, no así de Smetana. El colorido orquestal, los matices de pátinas y registros tímbricos, son enormemente importantes. También la división de funciones en las diferentes secciones orquestales. En Janáček no es tan evidente el protagonismo de las cuerdas como colchón sonoro que acompaña al cantante con armonías y largas notas tenidas, con temas melódicos en el viento de vez en cuando. No, no. Como le decía antes, es una telaraña constante en la que interaccionan todos los instrumentos de la orquesta sin jerarquías ni convenciones preestablecidas, en las que pueden dialogar un trombón y un oboe; una trompa con lo que sea; un violonchelo con un contrabajo; clarinete bajo, con la flauta… No hay momento en la orquestación que no sea especialmente relevante, incluso cuando utiliza los más mínimos elementos, como en el inicio de la ópera, con algo tan inaudito como pizzicatos de la cuerda y un xilófono.

– Es como si le resultara insuficiente la sonoridad convencional de la orquesta romántica…

– Con esta disparidad de combinaciones instrumentales y nuevos efectos, Janáček consigue, efectivamente, texturas diversas y ambientes acústicos de enorme atractivo, que él implica admirablemente en el libreto, elaborado por él mismo. En este sentido, en la fusión de palabra y música, de foso y escena, Janáček se acerca y mira al genio de Wagner. Pero en el moravo todo es más directo e inmediato. Luego hay otro elemento esencial: el autobiográfico: hay que recordar que mientras trabaja en la partitura fascinante de Jenůfa, su hija estaba a punto de morirse. De alguna manera, él proyecta su imagen, su dolor paternal, con el de Jenůfa. No es baladí que la ópera esté dedicada a su hija muerta. De alguna manera, él proyecta su imagen en el personaje de Kostelnička, mientras que el mundo frágil y dolorido de la desamparada Jenůfa es el de su propia hija.

– Con Jenůfa ocurre como con Borís Godunov y algunas otras óperas, que alcanzaron el éxito a través de versiones muy revisadas por otros compositores. Jenůfa se ha interpretado siempre según la edición praguense de Karel Kovařovic, que retoca y adultera sustancialmente la escritura original.

– Hasta hace treinta años se hacía siempre la versión de Kovařovic, que de hecho era la única. Hoy, felizmente recuperada la versión original, sería absurdo hacer otra. La versión original es el esqueleto musical y sonoro perfecto que refleja el mundo angustioso, opresivo y cargado de novedades que plasma Janáček.

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Gustavo Gimeno

– Para un director, ¿Es más fácil y exitoso hacer una ópera como Bodas de Fígaro o Barbero de Sevilla que un dramón como Jenůfa? ¿Qué da más placer?

– Las Traviatas, Cármenes, Bohèmes y etcétera, etcétera son más complicadas. En el sentido que el espectador viene ya muy prejuiciado con la grabación que tiene en su casa, con el recuerdo de tal o cual función. Aquí, como con Jenůfa, como con El ángel de fuego de Prokófiev que dirigí hace poco en Madrid, en el Teatro Real, el espectador llega limpio de referencias, sin ninguna predisposición. El impacto, el descubrimiento de la obra de arte desconocida o no tan conocida, es así mucho más impactante y, por supuesto, estimulante. Adoro, por supuesto, el repertorio convencional, pero también adentrarme, como en este caso, en senderos menos trillados.

– Lo siento, pero no podemos terminar esta entrevista sin hablar de usted. Usted es un “valenciano por el mundo”, que vive en Ámsterdam y trabaja en Toronto, donde es director de la Orquesta Sinfónica de la ciudad, y Luxemburgo, de cuya Orquesta Filarmónica es máximo responsable. Hoy, cuando hacemos esta entrevista -10 de enero-, Toronto está congelado, en Ámsterdam diluvia y en Luxemburgo, como casi siempre, no ocurre nada. En la Malvarrosa luce un intenso cielo azul que es el mejor antidepresivo. ¿No le tira la terreta?

De hecho la llegada, la vuelta después de la ausencia, impacta, fascina y contagia de entusiasmo. Al vivir fuera, mi emoción y mi impacto es superior al valenciano que vive siempre aquí, en nuestra tierra común. Aterrizar y llegar me fascina, porque sé que es el reencuentro con algo que sé bien que existe, que es una realidad que siempre está ahí. El recuerdo de mi infancia y adolescencia. Por otra parte, estoy felicísimo con mi vida, porque me permite ir a tantos sitios que me gustan, a ciudades también fantásticas, buenas y sensibles, de alto nivel profesional, que me permiten desarrollar una labor artístico de la más alta calidad, rodeado de artistas y músicos del más alto nivel. En realidad, y en el fondo, andas tan ilusionado y ocupado que no piensas ni en el cielo de la Malvarrosa, ni en los hielos de Toronto ni en la quietud de Luxemburgo.

– ¿Su designación como director musical del Teatro Real de Madrid implica el fin de su relación estrecha con el Palau de les Arts?

– Ya iremos viendo. El tiempo y el día a día irán perfilando todo. Desde luego mi voluntad y deseo es no perder el vínculo con el Palau de les Arts, donde seguiré viniendo en la medida de mis posibilidades. No sé si con óperas, o, al menos, con conciertos sinfónicos. La disposición por todas partes es la mejor.

– Hace ocho años se produjo su debut operístico, precisamente aquí, en el Palau de les Arts, con Norma de Bellini. Mucho ha llovido desde entonces. De entrada, usted se ha consolidado como una de las grandes batutas de nuestro tiempo… ¿En qué ha cambiado?

Me gusta mi profesión aún más. Me doy cuenta más de la responsabilidad de hacer música, de ser intérprete. Soy consciente de que hoy soy mucho mejor músico y director que entonces. Aspiro a seguir esta evolución, porque me doy cuanta de que cada vez que hago algo exigente, supone una posibilidad de mejorar, como pasa ahora con Jenůfa. Disfruto de más tranquilidad y perspectiva. Más conocimientos y, objetivamente, la fortuna de trabajar con maravillosas orquestas, solistas y directores de escena. En fin, que aunque no disfruto siempre de la luz de València, vivo feliz y con ella siempre ahí, aquí dentro. Justo Romero

Publicada el 15 de enero en el Diario Levante.

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