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Ashkenazy y Nelsons, caminos de ida y vuelta
LA GRAN ARGERICH
Por Publicado el: 08/05/2015Categorías: Recomendación

Pogorelich: ¿Heterodoxo? ¿Iconoclasta? ¿Friki?

 

POGO

¿HETERODOXO? ¿ICONOCLASTA? ¿FRIKI?

Es tremendo que para  hablar de un concierto como el que se describe en la ficha de  abajo, lo haga empezando pos su final, por la música que se escuchará (Dios mediante, es decir, si no se produce ninguna escapada disfrazada de cancelación por causas justificadas) en la segunda parte. Pero es que esta va a estar protagonizada por un pianista que acumula tal cantidad de singularidades que es inevitable.

      Ivo Pogorelich, que de él hablo, cumplirá este octubre 57 años. Es joven, pues. Hasta ahora  ha hecho una carrera que  veo un tanto escalonada, desde que en 1980 Martha Argerich se pillara el rebote del siglo tras no conseguir que el jurado del  Premio Chopin de Varsovia (al cual ella pertenecía y al cual Pogorelich se había presentado) reconsiderara su postura de eliminar al pianista en las semifinales. Argerich era artista del sello discográfico D.G. (que por aquel entonces vendía sus discos como rosquillas), y su furibunda reacción en defensa de Pogorelich  abrió las puertas a este para firmar el correspondiente contrato. Grabó, por ejemplo, un Gaspard de la nuit que ya anunciaba claramente de qué clase de artista se iba a tratar. Un pianista raro. Genial, como lo había calificado la gran Martha, pero muy dispuesto a ´desarrollar´ tal genio en todos los sentidos posibles. Una anécdota: su casa de discos, que solía hacer magníficos regalos a sus artistas cada vez que venían a España, pidió consejo, pero el intermediario no recomendó un Vega Sicilia del 64 o algo así, sino… unas medias de cristal. Efectivamente, nuestro pianista estaba comenzando a planificar una carrera poco ortodoxa.

      Sus discos resultaban magníficos. Pero sus versiones eran al menos discutibles. Asentado en el primer escalón, con unos Ravel, Chopin o Prokofiev personales pero no escandalosos, pronto subió unos peldaños más. Para mí, el siguiente fue su disco con los 24 Preludios de Chopin. Ahí había ya ´carnaza´ para la discusión. A mí me gustaron bastante, aunque tuve que hacer serios esfuerzos para sacar de mi corazón a Arrau o Rubinstein, e incluso al más  joven pero respetado en ese repertorio  Ashkenazy. Algo más tarde grabó una obra de referencia que habíamos escuchado cientos de veces a los grandes pianistas del Este de la generación de Sviatoslav Richter o Emil Gilels , los Cuadros de un exposición de Mussorgsky. ¡Horror! 25 peldaños de una tacada, ¡qué cosa más extraña! Pero extraordinariamente personal, a mi juicio, aunque algunos lo empezaran a calificar de ´friki´. Con ese disco comprendí de cuajo con qué clase no ya de pianista sino de intérprete nos las estábamos jugando; ahí, como con su  grabación de una parte del último piano de Brahms, también de la misma época, comprendí que estaba ante un intérprete nato, un señor que trascendía al instrumento que usaba como intermediario, para situarse en un plano superior, el del auténtico creador de opinión acerca de la gran música. Pero la vida no le sonrío mucho y, tras el fallecimiento de su amada esposa, mayor que él, y que había sido su profesora, su existencia se emborronó, y su capacidad creativa con ella. A partir de los 2000 ha recuperado su actividad concertística con cuentagotas, pero se está por ver si será capaz de recuperar aquel esplendor.

      Nunca le he escuchado el Concierto para piano de Schumann. Pero ya puede afinar, pues se trata de una de las músicas más difíciles de interpretar que conozco. De hecho, esta tarde en la que estoy escribiendo este artículo la he echado en repasar en mi discoteca algunas celebradas versiones. Para corroborar aquello que está en mi mente desde hace mucho tiempo: que conozco a muy pocos pianistas que hayan hecho diana en esta música. En mi recuerdo estaban las tres versiones de Claudio Arrau (Alceo Galliera, Christoph von Dohnányi, Colin Davis) y muy poco más: comprobado, particularmente en el caso de la de Colin Davis, un monumento a la poesía. Ni los clásicos (Lipati, Has, Katchen, Hess, Haskil, Kempff, Gieseking, Rubinstein, Richter, Solomon, Fischer o Benedetti-Michelangeli) ni los menos clásicos (Larrocha o Barenboim) o los más modernos, como Engerer o Grimaud han sabido dar , para mí, la respuesta que merece esta sabia música, uno de los ejemplos más hermosos y acabados del romanticismo musical. ¿Qué hará Pogorelich?

       Vuelvo al principio. Con Pogorelich el morbo está asegurado. Pero hay más concierto. Y muy diferente concierto. Y quizá más interesante concierto. En la primera parte se podrá escuchar Balada, encargo de la propia ORCAM y la Fundación BBVA al gran Einojuhani Rautavaara, o lo que es lo mismo uno de los compositores más interesantes de su generación (n. 1928), y una rareza del maestro Padilla (en el 125 aniversario de su nacimiento) que promete lo suyo. Se trata de una obra inédita del autor de ´El relicario´, ´La violetera´, ´Valencia´o de la música para el himno de Almería, ciudad donde nació. Se trata de una suite con algunos fragmentos de su última obra, Norga, que tengo entendido va a sorprender muy agradablemente a propios y extraños.  Concierto, pues, para no perserse. Pedro González Mira.

Ivo Pogorelich, piano. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dir.: Víctor Pablo Pérez. Obras de Padilla, Rautavaara y Schumann. Auditorio Nacional de Música, sala sinfónica. Lunes 11, 19.30. Entre 8 y 17 €. Entradas en taquilla.

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