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Por Publicado el: 20/07/2014Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

La Bernarda

La Bernarda

Siempre he constado que el mundo de la música es diferente a los demás, pero hay diferencias que no dejan de sorprenderme por los sinsentidos que las originan. Veamos unos ejemplos.

Hace poco me comentaba un amigo que el dueño de un restaurante de una pequeña localidad donde se ofrece un festival le había dicho que pensaba ir a un determinado espectáculo, que no había sacado entradas pero esperaba que un comensal habitual, ligado al festival, le proporcionase las localidades que, por cierto, costaban más de cien euros cada una. Quizá a ustedes les parezca normal, pero no lo es. ¿Acaso el restaurante invita a comer al comensal,  a los artistas del festival o a sus gestores? Obviamente no. ¿Por qué entonces se «espera» poder ir gratis a la música? Porque además sabemos lo rácanos que suelen ser los restaurantes a la hora de invitar a una copa o hasta un café, incluso siendo cliente habitual. En todo caso, en reciprocidad, podrían esperar que les abriesen las puertas para dejarles escuchar las propinas. ¿O no?

Pero es que ese mismo comensal me consta que está más que harto -por no decir otra cosa- de que le llamen para pedirle entradas para el Real, Ibermúsica, la ONE o lo que toque, como si él fuera la taquillera mayor del reino. No suelen actuar así los amigos más próximos, porque son conscientes del cansancio que origina el tema, sino que se trata de los simplemente conocidos. Esto es mucho peor porque ¿cuántos conocidos puede tener un crítico?, por poner un ejemplo. Y no hablemos ya de los familiares, amigos y conocidos de los artistas. ¿Se imaginan la cantidad de entradas gratuitas con las que tendrían que complacer un Plácido Domingo o un Jonas Kaufmann en cada una de sus actuaciones? ¿Por qué la gente piensa que la música puede salir gratis? Esto no sucede en la pintura. ¿A que ningún conocido de un pintor que expone espera que éste le regale algún cuadro de la exposición?

Otras veces las peticiones son menores, pero por ello más embarazosas de desatender. “¿Me puedes conseguir un abono para… por supuesto pagando?”. Y no hablemos ya de la cuestión de los precios. Nadie se quiere gastar en música clásica lo que  en un partido de futbol o un concierto de Madonna o Bruce Springsteen. Porque, cuando les consigues ese abono y les dices el precio, ya no lo quieren.

Decididamente a los de la música nos ven diferentes. Por eso hemos llegado a ser considerados en las leyes, junto a titiriteros y otros, gente de mal vivir. Si hasta un postre lleva el nombre de «postre del músico» por su pobreza. No me choca. Todos nos han esquilmado siempre. Gonzalo Alonso

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