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La crítica ante el "Ulises"
El libertino
Por Publicado el: 15/03/2009Categorías: Diálogos de besugos

La crítica ante Tannhauser

Lean los puntos fuertes y los débiles que los críticos de prensa nacional encuentran en el Tannhauser del Real.

La crítica entusiasta
EL MUNDO
El peregrino sin jubileo
Calificación: ***
Madrid
Enrique es un hombre de hoy. Sus dudas, su desgarro, su desconcierto ante la dificultad de equilibrar lo que siente y lo que desea, son rasgos propios de un drama existencial sobre el que Richard Wagner alertó con un siglo de antelación.
No es difícil reconocerse en un conflicto que se presenta como un debate entre pureza y pecado, lujuria y virginidad, pero que cala mucho más hondo. El lirismo de la música emborracha al oyente por igual cuando la diosa Venus despliega su eficaz propaganda sobre las delicias de la carne, y cuando el coro de humildes y esperanzados peregrinos emprenden la excursión redentora.
El montaje de la Opera de Los Angeles cuenta la historia con pulso firme, centrando el drama en la pugna entre dos mujeres que pelean por un varón como seres de huesos y sangre, sin que los símbolos que pesan sobre sus bien torneados hombros lleguen a abrumar al dúo de hembras enamoradas. El relato se desarrolla con una plástica teatral sobria y potente.
López Cobos entiende muy bien la obra y consigue de la ductilidad de la orquesta toda la gama exigida; desde las turbiedades de la pasión a la anhelada calma que el perdón procura. Bajo su batuta, el conjunto resulta fluidamente empastado, tanto la contundencia de los coros como el reparto vocal, donde destacan los personajes femeninos.
Una noche de ópera recibida con gusto por un público, que sólo esporádicamente amagó alguna protesta, tal vez haciéndose eco del supuesto escándalo de una orgía incapaz de escandalizar a nadie. Alvaro del Amo

La crítica condescendiente
ABC
Llegado el momento de hacer historia, el escándalo será una de las características que ayuden a definir cuál es la ópera que se está viendo en los alrededores del año 2000. Se puede comprobar repasando la letra impresa que se ha gastado estos días, sobre el papel y en la red, a propósito de la producción de ”Tannhauser”, que ayer se estrenó en el Teatro Real con presencia de Su Majestad la Reina. Varias fotos de aspecto lascivo y algunos comentarios sobre el casting para seleccionar a los encargados de escenificar la bacanal en el escenario han bastado para que el ambiente previo a la representación despidiera cierta expectación y que varias cámaras de televisión se ubicaran en el teatro persiguiendo una opinión de los espectadores. Una vez más la anécdota se ha convertido en noticia y ya se cuenta de algún responsable del Real que se frota las manos tras conseguir que, gracias a semejante publicidad, hoy el Teatro sea un poco más de todos.
Pero cualquier frivolidad es perdonable, especialmente porque lo nacido como provocación, gracias a la rotundidad visual de la producción escénica importada desde la Ópera de Los Ángeles, se convirtió anoche en un acontecimiento de verdadero calado artístico. Lo reconoció el público, que se entregó ante un espectáculo que demuestra mover con sólida teatralidad e ingeniosa maquinaria una ópera (aunque esto se explique menos) cuya naturaleza políticamente incorrecta gana mucho si se fuerzan los extremos, ya sea la carne en forma de orgía en el monte de Venus o el espíritu a través de la súplica de redención del protagonista. Se aplaudió el trabajo escénico y se reconoció la categoría de un primer reparto con muchos quilates.
Triunfó el tenor Peter Seiffert en el papel del protagonista, tras una interpretación valiente, de lo lírico a lo heroico. También lo hizo Günter Groissb6ck, Hermann, por su canto cuidado en el detalle y casi deletreado, Al Wolfram de Christian Gerhaher se le reconoció
la elegancia con la que resolvió la “canción de la estrella” apenas enturbiada por la falta de vibración al apianar. Estuvo poderosa Lioba Braun y su provocadoraVenus, como resaltó el aspecto implorante en la expresión de la Elisabeth de Perra Maria Schnitzer. Todas ellas voces con presencia y categoría. Hubo cierta discrepancia en los corrillos a propósito del trabajo del director musical Jesús López Cobos. La obertura que dirigió, sobria, más preocupada por el gran arco que por la voluptuosidad del detalle fue toda una declaración de principios, finalmente enmendada gracias a varias sutilezas del último acto. Para entonces la ópera de Wagner ya había reparado sus recientes penas y el público respiraba tranquilo. En esta ocasión el escándalo ha sido, pero menos. Alberto González Lapuente

La crítica de corte
EL PAÍS
En una entrevista publicada en el número de marzo de la revista Diverdi, reflexiona Gerard Mortier sobre la ópera como una forma de teatro que busca volver a dar sentido a la emoción, y sobre el canto como expresión carnal del alma. Y cita como ejemplo de ello la experiencia que ha tenido con un grupo de jóvenes de los barrios periféricos de París, a los que invitó a ver precisamente Tannhäuser.
El primer acto, con la bacanal, fue de una vulgaridad aplastante
En el segundo, un espectacular reparto vocal tomó el control del drama
Dice el próximo director artístico del Teatro Real: «El tema de la oposición entre el amor carnal y el espiritual no parece ser hoy un problema de esos jóvenes; pues bien, su repuesta ante esta ópera ha sido entusiasta, se han quedado absolutamente enganchados físicamente al escuchar el coro de los peregrinos; nunca hubieran podido imaginarse que esa música en vivo, sin apoyo de la tecnología, pudiera ponerles la carne de gallina».
Tannhäuser es, en efecto, una ópera que hay que situar en primer lugar en el terreno de las emociones. Si éstas se producen es que la representación marcha. De lo contrario, mala cosa. De las dos versiones de esta ópera vistas en el Real en la última década, la emoción tuvo escasa presencia en 1999, por mucho que contase con la dirección teatral del cineasta Werner Herzog. Sin embargo, la emoción tocó fondo en la deslumbrante lectura de Barenboim, Harry Kupfer y Ángela Denoke en 2002. Anteayer, las emociones llegaron a partir del segundo acto, gracias a un espectacular reparto vocal y a una dirección musical contenida y precisa, con algún momento incluso fogoso dentro de una concepción orquestal con tendencia contemplativa.
El primer acto fue de una vulgaridad aplastante, comenzando por la escena de la bacanal, que tanto ha entusiasmado a algunos medios de comunicación (Así estamos). Fue una escena sin ninguna capacidad de sugerencia, pretenciosa, con estética de plató de televisión en programa de variedades para las horas nocturnas, de una banalidad insufrible. Poco le puede tentar a Tannhäuser quedarse en este Venusberg tan descafeinado, a pesar de los bellos cuerpos desplegados. La obertura fue confusa musicalmente y, en general, el acto discurrió musicalmente sin la deseable inspiración, aunque las voces apuntaban ya unos detalles que más tarde cristalizarían, al adquirir mayor protagonismo, en el desarrollo de sentimientos y emociones.
Las voces, el canto, jugaron el papel de la redención, un concepto tan afín a Wagner. Y López Cobos sacó a flote su capacidad concertadora de los grandes días a partir del segundo acto. La puesta en escena pasó a segundo plano. La música llevaba el control teatral y moral del drama.
Ya en el siglo XVIII, Quatremère de Quincy disertaba sobre la ópera y el teatro con razonamientos tan sensatos como que «el modelo de la comedia es el hombre tal y como es; el de la música, tal y como puede ser. Los límites de la comedia son las cosas inverosímiles, los de la música, las cosas imposibles».
Y en ese umbral poético de lo que puede ser, de lo imposible, profundizó con su canto un excepcional Christian Gerhaher -maravillosa la canción de la estrella-, Peter Seiffert transmitió su universo de dudas existenciales a través de la expresión vocal y Petra Maria Schnitzer puso las cotas idealistas y redentoras por el amor y la entrega.
Gran reparto vocal, incluso en cometidos secundarios. Correcto, simplemente, el coro, y entregada la orquesta. Las emociones se fueron poco a poco apoderando de la sala y el público no tuvo más remedio que dejarse llevar por esta música hipnótica, seductora, tramposa a veces, pero de un magnetismo y una fuerza irresistibles. Juan Ángel Vela del Campo

La crítica de un Wolfram pecador
LA RAZÓN
Suma y sigue: todos corruptos
“Tannhauser” de Wagner. P. Seiffert, C. Gerhaher P. Maria Schinitzer, L. Braun G. Groissböck, S. Rúgamer, F. Bou, J. Cabero, J. Tilli, S. de Munck, etc. Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Ian Judge. Teatro Real. Madrid, 13 de marzo.
El buen hacer del marketing al que nos tiene acostumbrados el departamento de prensa del Real había logrado crear expectación en torno a una puesta en escena con una bacanal presuntamente escandalosa. El lleno completo para todas las funciones, las personas no habituales que pululaban por el estreno y algunos otros detalles hacen sospechar que la temprana primavera había hecho efecto en los muchos salidos con que cuenta nuestro país. Se llevaron una decepción, porque no hay nada menos erótico que una orgía con los figurantes en slips o tangas de rojo fin de año en torno a una Venus y un Tannhauser que coquetean enfundados en abrigos y el caballero loa deseos y dudas en un piano cuyo absurdez sólo podría haber evitado una Venus Michelle Pfeiffer desnuda sobre él. En 2009 estas cosas se hacen a las bravas, con una iluminación que atenúe la provocación o se recurre a la virtualidad. Lo de la producción de Los Ángeles es un quiero y no puedo, aunque algunos califiquen a esto de sobriedad y buen gusto. El decorado cumplió su función en los salones del Wartburg del segundo acto y menos en el resto, si bien resultó estético y favoreció unos convenientes giros de plataformas redondas, mientras que la dirección actoral no pasó de discreta.
Cantar mucho los papeles de Helden tenor wagnerianos acaba perjudicando la vocalidad. Peter Seiffert se comía a su mujer, Petra María Schnitzer, hace pocos meses y ahora es casi ella quien, como Elisabeth, se come a Tannhauser. Tenemos aún suerte de poder escuchar un tenor de bella voz, musical, capaz de superar segundo y tercer acto sin fallecer vocalmente en escena, pero no ya puede ocultarse el vibrato, la presión excesiva en momentos y tres o cuatro notas en el alero. Pueden gustar otras Elisabeth más que Schnitzer, pero no discutir su impecable actuación. Quedó en cambio falta de las deseables sensualidad y autoridad la Venus de Lioba Braun. Christian Gerhaher se llevó el gato al agua con un timbre acariciador y una línea muy humana para Wolfram, posiblemente el mejor de la representación. Un mayor peso vocal en Günther Groissböck habría logrado redondear su buen Hermann. Cumplieron el resto de los caballeros y Sonia de Munck cantó estupendamente al pastor. Todos los participantes fueron muy aplaudidos, incluso los responsables de la escena, que no podían ocultar su sorpresa. Madrid, con la que está cayendo, ya no se escandaliza de nada.
Y ahora permítanme que acabe pecando en mi comentario final igual que Wolfram, a quien Venus logra finalmente corromper, y que me arriesgue a que, si alguno lo desea, me exilie a Roma para purgar mis pecados. No es de recibo empezar la obertura como la empezó la orquesta, ni lo son los desajustes al inicio del segundo acto, ni las estridencias del coro femenino en la gran escena del segundo acto. López Cobos, que comenzó plano pero fue mejorando hasta dibujar un muy digno tercer acto, advirtió estos días del mal resultado que tuvo en Berlín la ausencia de un único director musical y la compartición del cargo entre varios. Será también fatal para la orquesta del teatro la inexistencia de un titular de categoría. Quien quiera y deba tomar nota que la tome ahora y que luego no se queje si queda en la picota. Gonzalo Alonso

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