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Las opiniones de nuestros críticos nacionales a "Bodas de Fígaro" en el Real
La crítica ante Tannhauser
Por Publicado el: 18/04/2009Categorías: Diálogos de besugos

La crítica ante el «Ulises»

He aquí las críticas de los diarios nacionales a la última producción del Real.

EL MUNDO 18-04-2009
IL RITORNO D’ULISSE IN PATRIA
Autor: Claudio Monteverdi. / Director de escena: Pier Luigi Pizzi./ Director musical: William Christie. / Intérpretes: Christine Rice, Cyril Auvity, Kobie van Rensburg, Marina Rodríguez-Cusí y Claire Debono. / Escenario: Teatro Real. / Fecha: 17 de abril.
Calificación: ***
Pier Luigi Pizzi acierta prescindiendo de grandes golpes de efecto para concentrar la tensa espera de la esposa ideal en un sobrio montículo, presidido por un árbol rodeado de piedras y arena.La segunda parte se ambienta con unas torres y un paisaje invernal, el marco donde la tejedora inverosímil aguanta el asedio del tiempo y de sus sórdidos pretendientes.
La efectiva sobriedad del espacio escénico contrasta adecuadamente con un vestuario que combina distintos estilos. Penélope no abandona una túnica de asceta cristiana, secundada por la nodriza vestida de monja; los dioses olímpicos se presentan con sus atuendos y atributos clásicos; el trío de suspirantes repite el aspecto de los petimetres dieciochescos.
La acción fluye con diáfana exactitud, aunque se habría agradecido algo de magia o de sorpresa en el encadenamiento de las diferentes escenas.
Tal aproximación recrea con respeto y lucidez una obra muy cargada de símbolos, rica en peripecias y con una nutrida gama de personajes.En el centro del drama, como el foco o agujero negro del relato, la muerte amenaza, expresada en dos de sus formas más comunes; la guerra, que celebra una apoteosis de destrucción; y la ausencia, que perfora el corazón del guerrero que se fue y de la mujer que lo aguarda. Ambos comparten la misma esperanza obcecada.
Asomados al doble abismo de muerte y ausencia, más o menos próximos al borde del acantilado, pululan, acompañando a la heroína y al héroe, arquetipos propios de un peculiar auto sacramental (como la Fortuna y la Fragilidad Humana), algunas deidades (la favorable Minerva, el hosco Neptuno), y una abigarrada fauna humana; no falta nadie, desde los ávidos enemigos hasta el mendigo cómico, pasando por el tierno hijo recuperado, la fiel nodriza o tipos extraídos del sano pueblo.
La extensión del reparto facilita el contraste, garantiza la variedad, a la vez que exige de la dirección musical y de la interpretación vocal una ductilidad y una sabiduría en el matiz, rotundamente conseguidas en la función de anoche.
William Christie dirige a sus músicos con la seguridad del especialista y la tensión de quien sabe que la obra es inagotable; el dominio se armoniza con la voluntad de descubrimiento.
El amplio elenco responde como un conjunto armónico y sin fisuras.Sin disponer de unos instrumentos extraordinarios, los dos protagonistas comunican bellamente la extensa gama de emociones que el autor les ha encomendado. Christine Rice es una Penélope dolorosa y transida; Kobie van Rensburg, el Ulises heroico y tenaz que ve premiada su fidelidad.
Aunque todos merecerían citarse, cabe destacar, junto a la nodriza de la muy versátil Marina Rodríguez-Cusí, la caudalosa y refinada Minerva de Claire Debono, así como el impetuoso Telémaco de Cyril Auvity, una soprano y un tenor que darán que hablar.
El éxito de esta primicia, con cuatro siglos de novedosa antigüedad, debería quebrar la rigidez del repertorio operístico, sacudiendo la pereza de un público acomodaticio. Alvaro del Amo

EL PAÍS 18-04-2009
Palabras mayores
Un vendaval de belleza se apoderó del Real con la llegada de Il ritorno d’Ulisse in patria, obra maestra del Monteverdi de madurez, en la que se recrean con una intensidad poética excepcional algunos de los grandes temas de la tragedia griega -la anagnórisis, el dolor, la fidelidad, la venganza, la fortuna, la ausencia- extraídos por el libretista Giacomo Badoaro fundamentalmente de La Odisea de Homero. La tragedia griega tamizada por el filtro italiano del «recitar cantando» y la «teoría de los afectos» monteverdianos produce unos resultados artísticos de alto voltaje emocional. La palabra se reivindica, en estos años de los orígenes de la ópera, a cotas de extraordinaria importancia y sensibilidad. La música acompaña con una enorme intencionalidad expresiva, y ella misma es teatro y participa en el desarrollo del drama. La trilogía monteverdiana se está convirtiendo en una de las apuestas fundamentales de la programación del Real. Es importante mirar hacia lo más reciente pero tanto o más no olvidar las raíces.
La pareja William Christie- Pier Luigi Pizzi afronta el desafío con una calidad artística fuera de serie. En particular la dirección de Christie al frente de Les Arts Florissants es ejemplar y ayuda a comprender en profundidad los primeros pasos del género lírico, en un momento de transición entre el Renacimiento y el Barroco, entre el paso de las salas privadas aristocráticas a los teatros públicos, entre el cambio de liderazgo de Florencia a Venecia. Christie recrea la obra con una admirable tensión afectiva, la salpica de infinidad de detalles tímbricos, la enriquece con un continuo mimo a los cantantes, la multiplica con una expresividad brillante y a la vez sobria. La orquesta responde a las mil maravillas y los cantantes se dejan llevar por la solidez musical y conceptual del maestro ofreciendo una actuación equilibrada.
Al sosiego y serenidad de la representación contribuye el planteamiento teatral y escenográfico del humanista Pizzi: contenido en los momentos de mayor carga trágica; con sentido de la medida en las situaciones cómicas; diferenciando con nitidez las escenas de dioses y las a ras de tierra, colorista desde una visión culta de la Historia. El éxito fue absoluto. Juan Angel Vela del Campo

ABC
LA SOMBRA DE LOS CETROS
Casi cuatrocientos años, exac¬tamente 370, lleva el público pagando su entrada para asis¬tir a la ópera. El invento se puso en práctica en Venecia, en vida de Monteverdi y, desde entonces, se ha dado de todo: alegría, pena, euforia, desen¬gaño…
Con razón, la ópera, y así llegó a decir Ludovico Mura¬tori en el arranque del XVII, cuando el invento no era na¬da más que melodrama en ciernes, «es muy dañina para las costumbres del pueblo». Tenía razón. Lo es cualquier asunto capaz de despertar pa¬siones o, cuando menos, de soliviantar el ánimo. Senti¬mientos que hoy, ante un mundo más descreído, po¬drían concluirse en un estado de opinión.
Es por ello que un título co¬mo el monteverdiano «Il ritor¬no d’Ulisse in patria» debería ser muy perjudicial para el pú¬blico pues posee su guinda de lascivia, su punta de violen¬cia y hasta un muy arrebatado encuentro entre el prota¬gonista y su Penélope. Todos ellos son sentimientos encon¬trados que dan para mucha imaginación en lo musical y en lo escénico.
Al fin y al cabo «II ritorno» no es más que una partitura sin concluir, un material de trabajo, que abre la mano a la voracidad de músicos y esce¬nógrafos.
En este caso, tal y como el Teatro Real ha vuelto a propo¬ner en su proyecto Montever¬di, a William Christie y a Pier Luigi Pizzi, veteranos y caute¬losos entusiastas.
Por eso, la llegada del bar¬co de los Feacios, la aparición del mismo dios Neptuno sur¬giendo del mar, la caída del rayo, el vuelo de un águila o el descenso al infierno se pro¬yectan en un escenario en el que la sorpresa se trastoca en racionalidad, el drama en equilibrio y lo escenográfico en cierta tendencia a la sínte¬sis esteticista.
Con todo hay espacio para el fluir sentimental. Lo demuestra el soliloquio del có¬mico Iro en el arranque del tercer acto, en el que Robert Burt luce sus dotes de actor. O el dúo de Melanto y Penélo¬pe, acabando el primero, aunque aquí se desfigure por la falta de vuelo de Hanna Bayo¬di-Hirt. Que es tan solo un detalle en una producción que logra, ya es mérito, un repar¬to de quince cantantes de buen perfil.
Obviamente puede prefe¬rirse la voz más consistente, a veces algo nasal de Claire Debono, el muy decoroso papel que hace la española Marina Rodríguez-Cusí, la calidez fi¬nal de la Penélope de Christi¬ne Rice o el bien armado Uli¬ses de Kobie van Rensburgde, de lo histriónico a lo sensato que es el gran resumen final.
Porque ahí queda también el trabajo de William Chris¬tie, después de dejar por el camino hallazgos instrumentales muy valiosos y atractivos, efectos sutiles, de la tormen¬ta al regüeldo de Iro, y de ma¬nejarse con la calidad, gusto y sabiduría que debe esperarse de los importantes instru¬mentistas que se han reunido en Les Arts Florissants.
Desde luego, su Montever¬di es ordenado, fluido, cómodo para los cantantes y afín a la escena. Con el contraste jus¬to y el claroscuro suficiente. Y siendo así, hay elegancia, aca¬bado, belleza discreta, cuidado en el detalle, claridad de ideas, regularidad… Y, casi, casi, una chispa de emoción. Lo que da una media muy esti¬mable. Alberto González Lapuente

LA RAZÓN
Temporada del Teatro Real
Un Monteverdi de hoy

“El regreso de Ulises a la patria” de Monteverdi. K. van Rensburg, C. Rice, C. Auvity, R. Burt, U. Chiummo, J. Cornwell, E. Lyon, H. Bayodi-Hirt, X. Sabata, M. Rodríguez- Cusí, L. de Donato, etc. Les Arts Florissants. Director musical: William Christie. Director de escena: Pier Luigi Pizzi. Teatro Real. Madrid, 17 de abril.

Parece mentira, pero este Monteverdi de 1640 todavía no se había visto en España. Están muy bien las políticas destinadas a dar a conocer nuevas partituras, pero no deberían olvidarse antiguas que, como la presente, permanecen inéditas en nuestro país cuando no en el resto del mundo. El caso de “El regreso de Ulises a la patria” es especialmente significativo pues no en vano se trata de una obra del “inventor” del género, una partitura de gran simplicidad que, escuchada hoy, supone una vuelta a los orígenes que el oído del espectador agradece. No deja de ser sorprendente el agrado con el que el público escucha, concentrado y en silencio, cada uno de los dos actos de noventa minutos en los que el recitativo es amo absoluto salvo dos o tres dúos –muy inspirados los de Melanto con Penélope o Eurímaco- y una peculiar escena bufa de Iro. La verdad es que en este Monteverdi pueden buscarse esencias que tendrían amplio desarrollo en la posteridad, desde la idea muy mozartiana de introducir lo cómico como contrapeso hasta, un paso más allá sí se quiere, esa especie de personajes de la comedia del arte que son los tres procios y que traen a la mente los Ping-Pang-Pong puccinianos.
Aún siendo la obra más desnuda de la gran trilogía monteverdiana suceden en ella muchas cosas, aunque a primera vista parezca que apenas posee acción. De ahí que la imaginación del director de escena sea fundamental. Pizzi casi se limita a crear un escenario de gran belleza plástica, sobre todo en su prólogo y primer acto, cuyo casi único movimiento es la barca en la que llegan Tiempo, Fortuna y Amor en un guiño a la del barquero Creonte de “Orfeo”. La aparición de Neptuno, el empleo de una auténtica ave rapaz para recrear la de Júpiter o los efectos especiales no llegan a trasladar al espectador trasfondos de la ópera como el problema de una Penélope que lleva décadas sin ver a su marido Ulises y que quizá no quisiera volver a verlo. La escena se ha ido perfeccionando en los ensayos y, con tiempo, se podría perfeccionar más, eliminando por ejemplo el ballet del segundo acto que no hace sino ensuciar el escenario. Esta misma semana se ha puesto a la venta un estupendo dvd de la “Semele” de Haendel con una regia de Carsen para Zurich que es vivo ejemplo de la imaginación con la que este “Ulises” habría alcanzado la redondez.
Gran baza es la presencia de Christie con Les Arts Florissants en el foso, perfectamente compenetrados con Pizzi para bien y para menos bien. El sonido es magnífico, la lectura elegante, sobria y atenta a los cantantes, aunque quizá conviniese una mayor libertad expresiva en beneficio de la transmisión emotiva. Funciona el homogéneo reparto, desde la doliente Christine Rice a la muy digna Rodríguez-Cusí, pasando por el sólido Ulises de Kobie van Rensburg o los dignísimos Cyril Auvity y Robert Burt. Todos estos elementos, muy en las líneas interpretativas musicales y escénicas de hoy, ayudan a calificar con un notable al segundo Monteverdi de la serie madrileña, tras el simple aprobado del “Orfeo”. ¡Ojala que “Poppea” suponga el sobresaliente! Gonzalo Alonso

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