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Por Publicado el: 12/03/2005Categorías: En la prensa

La sonrisa del belcanto. EL MUNDO 12.03.2005

La sonrisa del belcanto
Justo Romero
CICLO DE GRANDES INTÉRPRETES. Recital de Juan Diego Flórez (tenor). Vincenzo Scalera (piano). Programa: Obras de Manuel García, Rossini, Mozart, Gluck, Bellini y Donizetti. Lugar: Teatro Maestranza. Entrada: 1600 espectadores. Fecha: Jueves, 11 de marzo de 2005.
Calificación: ****

El aún joven tenor peruano Juan Diego Flórez (Lima, 1973) es ya una estrella de primerísimo orden. Y no sólo del belcanto, repertorio que él interpreta como nadie, sino también mediática. El jueves, y para gozar de su recital programado en Sevilla, el Teatro Maestranza fue poblado hasta casi rozar el lleno por melómanos andaluces y otros llegados del resto de España para gozar de esa espectacular manera de cantar, única e incomparable, con la que Flórez anima el mejor repertorio belcantista. A tenor de lo escuchado al tenor limeño, el viaje, ya fuera desde Málaga o desde Sebastopol, bien mereció la pena.
Son muchos los factores y virtudes que hacen de Juan Diego Flórez un verdadero número uno de la agrietada escena lírica contemporánea. Pero, por encima de tantas y tantas cualidades, se impone su voz superdotada, armada con una técnica sofisticada y segura que le permite moverse con enorme soltura -y hasta desparpajo- en el temidísimo repertorio belcantista. Sus sonrisas cómplices con el público instantes antes de escalar las más altas comprometidas tesituras vocales evidencian seguridad pasmosa. Pero también el peso que la vivencia comunicativa ejerce en el artista. Su sonrisa generosa es la sonrisa del belcanto.
Y es que a esa voz tan admirablemente manejada el tenor limeño agrega una naturaleza expresiva que impregna todas sus versiones de calor escénico. Calor escénico que él traslada de manera inevitable al oyente, y que acaba por imponerse sobre los peros -¡por poner alguno!- de un modo expresivo uniforme, que hace que cante con similar expresividad una cavatina de Rossini, una cancioncilla limeña o el prodigio del “Aura amorosa”, del Così fan tutte mozartiano, que abrió la segunda parte del recital y que Flórez entonó con un exceso expresivo y un gusto empalagoso que casa mal con el arte perfilado y sin remilgos del genio salzburgués.
Pero… ¡Es tan maravillosa la voz y la sinceridad con que fluye! La vocalidad de Flórez es ciertamente prodigiosa. La voz irrumpe con vigor y maravillosamente proyectada, dominada por una técnica soberana que recoge las mejores tradiciones y escuelas. Siempre afinada, siempre perfecta. Transparente, valiente y generosa. Rica en colores, registros y matices. Con seguridad y autoridad sólo comparables a las de su predecesor Alfredo Kraus. Flórez -¿quién lo duda?- es hoy el mejor tenor de su cuerda. El heredero indiscutible de su admirado Alfredo Kraus.
En Sevilla, donde hay que decir que su presencia en octubre de 1998, cuando participó en el reparto de Alahor en Granada, de Donizetti, pasó bastante inadvertida (aunque no para EL MUNDO, que publicó entonces: “el tenor peruano Juan Diego Flórez, en el papel de Alamar, dejó bien claras las razones por las que es uno de los mejores tenores ligeros del momento”), ha vuelto a la capital andaluza convertido en estrella absoluta, codiciada por los mejores teatros y salas de concierto.
Y ha cantado portentosamente, como hacía muchos años que nadie interpretaba el repertorio belcantista. Casi como lo hacía su admirado Alfredo Kraus en años mozos. Con esa seguridad, con esa certeza y elegancia que no admiten alternativa ni divergencia. La delicadeza del fraseo; la facilidad en los registros agudo y sobreagudo; la perfecta dicción y proyección de una voz ágil, fresca e intrínsecamente bella –en este detalle incluso supera al insuperable Kraus-, o esa entrega calurosa y sincera que mostró a lo largo de todo el recital, convirtieron la actuación en un acontecimiento absolutamente único e inolvidable.
Desde los primeros momentos, en que tuvo el detallazo de montar expresamente para la ocasión algunas canciones del tenor y compositor sevillano Manuel García, Flórez lució sus mejores cualidades. Cada canción era un pequeño mundo. Una tras otra, hasta siete, el tenor limeño rindió tributo a su ilustre predecesor sevillano. Fue un gesto que habla de la categoría artística y humana de un artista en plenitud y capaz de todo.
El calor emocional de la sala fue in crescendo y rondó temperatura de altos hornos en el antológico Rossini que cerró la primera parte, con un “La speranza più soave” de Semiramide del que no se sabe si alabar más su virtuosismo belcantista o el prodigio expresivo con que fue dicho. Probablemente, ambos aspectos son claves indisociables del binomio perfecto que es el arte absoluto de Juan Diego Flórez.
Luego, ya en la segunda parte, tras el Mozart remilgado pero maravillosamente cantado, el artista se transfiguró en el mismísimo Orfeo, según la visión de Gluck. Con buen criterio, optó por la versión original francesa, de 1774. No se puede cantar más hermosamente, con mayor belleza y perfección. Quienes consideraban como inalcanzable la referencia de Léopold Simoneau como Orfeo francés, sintieron el jueves que el peruano alcanza e incluso rebasa la del tenor canadiense gracias a un canto sin parangón, cristalino y más transparente que un diamante.
Luego, de nuevo en la senda belcantista, Bellini y Donizetti, donde el modelo perfecto de Kraus tomó cuerpo en los labios de Flórez. ¡No se puede cantar mejor! El aria de Romeo de I capuleti e I Montecchi, de Bellini supuso nuevo punto culminante dentro de un recital todo él culminante y que desbordó todos los entusiasmos y fervores cuando su protagonista entonó los nueve famosos y temidísimos Do de pecho del aria de Tonio de La hija del regimiento, de Donizetti, que seguramente el mismísimo Alfredo Kraus hubiera vitoreado con el mismo entusiasmo con el que andaluces y forasteros agradecieron la increíble interpretación del tenor peruano.
Tras ese final electrizante, el delirio se apoderó de todos. Nunca se había escuchado tal avalancha de bravos, tal entusiasmo colectivo. La unanimidad del público no dejaba resquicios a lo evidente: Juan Diego Flórez protagonizó el jueves una de las noches más memorables que ha vivido el Teatro Maestranza. Una noche que aún se prolongó durante cuarenta minutos en una verdadera orgía de aplausos, bravos y larga tanda de bises, entre los que no faltó ni La flor de la canela, cantada, como en los viejos tiempos, en respuesta a una voz del público que se la pidió expresamente.
Las palmas por bulerías sonaron con fuerza, y Flórez, simpático, comunicativo y locuaz, no se amilanó: “las bailo, eh, que las bailo”. Y seguro que las baila casi tan bien como canta. Así de prodigioso es el tenor de la fácil sonrisa belcantista. El recital acabó después de seis propinas e instantes después de que una señora del publico, cargada de sentido, le dijera a su marido: “No aplaudas más, que se va a poner malito de tanto cantar”. Parece que Flórez la escuchó.

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