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Por Publicado el: 31/05/2011Categorías: Diálogos de besugos

Las Bodas en el Real

He aquí algunas de las críticas a «Bodas de Figaro» en el Real. De momento caigan en el diferente modo de ver las vocalidades entre Vela del Campo, para quien la Susana de la soprano polaca Aleksandra Kurzak «además de bordar el personaje de Susanna en todo momento, remató su faena en el último acto con un extraordinario Deh vieni, non tardar, pletórico de sensibilidad y encanto» y González Lapuente para quien, en la crítica que publicaremos mañana, «En Pietro Spagnoli y Aleksandra Kurzak se apreciaron detalles nobles aun siendo escasa su contribución». Por su parte Reverter la valora mejor «una soprano lírica aún tierna pero dotada de un timbre cálido y de un estilo mozartiano lleno de frescura. Su “Deh, vieni non tardar” estuvo excelentemente modelado y dicho.»

El Mundo, 31 de mayo

La primera siesta del próximo verano
‘LAS BODAS DE FIGARO’
Autor Mozart / Director musical: Victo Pablo Pérez, Director de escena. Emilio Sagit Intérpretes: Nathan tuno. Annette Dash. Aleksandra Kurzak. Pietro Spagnoll, Alesandra Marianelli. Carlos Chausson. María Savastano. Escenario: Teatro Real fecha. 30 de mayo
Calificación **

Pocos enredos tan intrincados como el que el dramaturgo original y el inspirado libretista inventaron. se diría que con el único fin de ofrecer a Mozart un entramado dramático y narrativo propicio para convertir la música en bisturí. Emilio Sagi ambienta la mesa de operaciones donde va a diseccionarse el corazón humano en una atmósfera sevillana estilizada y diáfana; la acción fluye con atlética facilidad y sabio buen humor, a través de una plástica directa y sobria en su tipismo aquilatado, nostálgico de un teatro que entretenía enseñando, que filosofaba deleitando. La limpieza y claridad de los tres primeros actos se pierde en gran medida en el cuarto, con el escenario oculto en exceso y un chorrito de agua que se cuela insidiosamente como un instrumento más.
En esta ópera literalmente inagotable, donde en cada visita se descubre siempre algún matiz secreto, la comedia dramática, el drama jocoso del hombre y la mujer, enfrentados a la maraña de sus sentimientos, se analiza con abrumadora lucidez. Al final, ellos y ellas se declaran tutti contenté, pero el espectador, reflejado en el espejo nítido de las emociones iluminadas por la música, sabe que el día tormentoso. demente y caprichoso puede regresar en cualquier momento, incluso a la mañana siguiente de una gozosa representación.
Poco gozosa fue la función de ayer. Víctor Pablo Pérez dirigió de un modo cansino, burocrático y somnoliento, obteniendo de la orquesta un sonido pobre y seco, limitando aún más las carencias de los cantantes, y arrastrando la función con dejadez de sonámbulo. Sorprende tal criterio en un buen director.
El mayor lastre del reparto correa cargo de la pareja de barítonos, rivales amorosos y rivales a la hora de ofrecer un dibujo tan insulso e indiferente del Conde (Nathan Gunn) como de Fígaro (Pietro Spagnoli). Annette Dash es posible que pueda llegar a ser una competente Condesa si traspasa la mera corrección técnica; del mismo modo que Aleksandra Kurzak acaba acercándose a Susana, gracias a la delicadeza de su voz y sus dotes de intérprete, poco resaltadas por el sopor de la batuta.
Carlos Chausson anima un poco la languidez general con su bien probado Bartolo, finamente actuado y cantado con su particular gracejo. Cherubino (Alessandra Marianellí) y Barbarina (María Savastano) destacan también del desanimo imperante, preocupadas ambas de sacar el jugo a sus personajes, principal el primero, episódico el segundo.
El público aplaudió a todos al final, reacio a mostrar alguna discrepancia, tal vez agradecido por volver a oír la obra excelsa. ALVARO DEL AMO

EL PAÍS
31 de mayo
Las bodas de Fígaro, de Mozart, es una obra maestra de la lírica tan felizmente inabarcable que, con una representación de media intensidad, como la que se repuso ayer en el Teatro Real, el espectador abierto es elevado a un estado de admiración casi hipnótico. Es puro teatro, como en general, lo son todas las óperas de Mozart, y necesita una precisa definición de caracteres y la creación de una atmósfera musical y teatral en consonancia con los avatares reflexivos y emocionales de la trama que plantea un libretista tan agudo como Lorenzo Da Ponte.
La puesta en escena de Emilio Sagi, que ya se vio hace un par de temporadas en este teatro, plantea una mirada sevillana, hasta cierto punto nostálgica, y se apoya escenográficamente en patios y jardines interiores, utilizando también para la definición de espacios el telón salzburgués del Real, en un guiño de complicidades entre la ciudad natal de Mozart y la que acoge el desarrollo de esta ópera. Necesita de unos actores que, además de cantar en estilo, lleven el peso teatral de la historia.

Gran actuación
La que movió en ese sentido la representación con mayor inteligencia fue la soprano polaca Aleksandra Kurzak que, además de bordar el personaje de Susanna en todo momento, remató su faena en el último acto con un extraordinario Deh vieni, non tardar, pletórico de sensibilidad y encanto. Se movieron en el terreno de la corrección el resto de las voces principales, desde Pietro Spagnoli a Alexandra Marianelli, y brindaron una gran actuación los secundarios, y en particular Carlos Chausson, Raúl Giménez y Enrique Viana.

Victor Pablo Pérez dirigió a la Sinfónica de Madrid con un sentido del orden que recordaba a López Cobos. Se desinhibió en la segunda parte añadiendo chispa al tercer acto y optando por una dimensión camerística que sentaba bien al ritmo de la representación. Tanto la orquesta como el coro respondieron en la línea ascendente que les ha caracterizado esta temporada.

Fue una representación amable, sin grandes alardes ni genialidades. Una pareja llevó a sus invitados de boda a la representación. No era un efecto escénico, se lo aseguro. El teatro y la vida se fundían en una misma realidad. Como en la ópera de Mozart.Juan Angel Vela del Campo

LA RAZÓN

DE LA ERÓTICA MOZARTIANA

Mozart: “Las bodas de Fígaro”. Nathan Gunn, Annette Dasch, Aleksandra Kurzak, Pietro Spagñoli, Alessandra Marianelli, Jeannette Fischer, Carlos Chausson, Raúl Giménez, Enrique Viana, Maria Savastano, Miguel Sola. Coro y Orquesta Sinfónica. Director musical: Víctor Pablo Pérez. Director de escena: Emilio Sagi. Teatro Real, Madrid. 30-5-2011.

Esta producción se estreno en el Real en julio de 2009. Su pronta reposición se debe a problemas de programación. Son unas “Bodas” naturales, diligentes, eróticas y olorosas –huele a azahar en el umbrío jardín del cuarto acto-, sensuales –ruido de una fuente-, bien movidas por Sagi en una bella escena goyesca ideada por Daniel Bianco. Sigue sin convencernos del todo el movimiento de ese telón translúcido, que sube o baja según el momento y que sirve para dar pie a Figaro a cantar su misógina aria del cuarto acto con las luces de la sala encendidas a medias. Los juegos nocturnos y la disposición del primo finale están bien organizados, con lo que se puede seguir la compleja acción con transparencia.
Víctor Pablo establece unos “tempi” distintos a los más elásticos de López Cobos en aquel estreno de 2009. Orquesta reducida, férreo control del ritmo, sonoridad algo apagada, fraseo inteligible aunque lejos de la jugosidad o de la comicidad más directa, buena construcción de los conjuntos y una relativa falta de “cantabilità” fueron las características que definieron una versión musical un tanto ayuna de chispa. Sobresalió entre los cantantes Aleksandra Kurzak, una soprano lírica aún tierna pero dotada de un timbre cálido y de un estilo mozartiano lleno de frescura. Su “Deh, vieni non tardar” estuvo excelentemente modelado y dicho.
Dasch compone una condesa de línea fina, pero su voz no posee la redondez ideal. Gunn es un Conde gris y de escaso caudal. Spagñoli es un eficaz Fígaro, comunicativo, bien que tienda a colocar en la nariz una voz falta de carácter. Nasal también en ocasiones el agudo Basilio de Jiménez y plausible, aunque falto de densidad vocal, el Cherubino de la soprano casi ligera Marianelli. Estupendo y sonoro, como siempre, el Bartolo de Chausson. Fischer, Viana, y Sola estuvieron bien en sus respectivos papeles de Marcellina, Don Curzio y Antonio. Grata sorpresa la de Savastano, una Barbarina lejos de la ñoñería de la soubrette. Arturo Reverter

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