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Parsifal y la polémica en la prensa
Las críticas al estreno escénico de "Juan José"
Por Publicado el: 20/02/2016Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas a «La prohibición de amar» en el Real

Aquí tienen, para aumentar su conocimiento del tema, todo un sesudo estudio sobre la obra primeriza del joven Wagner, empezando por la explicación de José Luis Téllez y siguiendo por las opiniones de nuestros más relevantes críticos en la prensa de difusión nacional que, en este caso, se muestran de acuerdo en lo principal: el espectáculo merece la pena verse y se halla bien servido.

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EL PAÍS, 21/02/2016

Como gustéis
‘La prohibición de amar’, una ‘rara avis’ en la programación de cualquier teatro de ópera, constituye un privilegio que no debería desaprovecharse

¿Qué tienen en común los trinos para tamboril, castañuelas y triángulo que suenan como pistoletazo de salida de La prohibición de amar con el pausado e infinito despliegue de Mi bemol mayor con que se abre El oro del Rin, con el acorde inescrutable del segundo compás de Tristán e Isolda o con el unísono inicial, sinuoso y “muy expresivo”, del arranque de Parsifal? En apariencia, nada, y salvo que conociéramos la primera ópera citada, poco podría hacernos sospechar que su autoría es también de Richard Wagner, por más que él renegara de ella como de un torpe traspié juvenil.

Sin embargo, poder ver y oír La prohibición de amar, una rara avis en la programación de cualquier teatro de ópera, constituye un privilegio que no debería desaprovecharse, más aún cuando, como es el caso en el Teatro Real, la puesta en escena aprovecha la circunstancia para tender puentes con el genio posterior, aquí aún en ciernes, muy permeable a todo tipo de influjos externos y que se sirvió como báculo de la auctoritas que le prestaba una comedia de Shakespeare, Medida por medida, fuente de inspiración del libreto. Mientras que Wagner recurrió al Bardo en su primera juventud, cuando aún se hallaba buscando a tientas su camino, Verdi, su estricto coetáneo, prefirió hermanarse con él al final de su vida, cuando ya estaba al cabo de la calle de todo, y con la sabiduría añadida de haber recalado décadas antes en Macbeth.

Shakespeare sitúa su acción en Viena, pero Wagner –que, recordemos, murió en Venecia y se inspiró para el jardín mágico de Klingsor en el de la Villa Rufolo de Ravello, al sur de Nápoles– la reubica en Palermo, un gesto muy significativo y que se explota al máximo en esta producción de Kasper Holten, que mete el dedo en la llaga de la antinomia norte-sur forzando los clichés con el desparpajo que permite hacerlo una comedia. Puritanismo versus desenfreno, ética protestanteversus fruición meridional, doblez versus franqueza son temas que asoman en esta falsamente inocente comedia sobre el amor (léase sexo) y en la que Holten, a fin de disimular sus carencias, apuntala aquello que jamás falla en las 10 óperas canónicas del Wagner maduro: la dramaturgia.

Que esta apuesta cómica iba en serio quedó claro desde el principio mismo con la excelentísima versión de la obertura, vertida como un ejercicio de empaque y ligereza a partes iguales. Hay luego mucho que concertar (reequilibrando voces e instrumentos), dirigir (proliferan las notas a raudales) y expurgar (podando todo lo innecesario y redundante sin que se noten las suturas) en una partitura que exhibe de forma flagrante sus flaquezas, pero Ivor Bolton hizo todo ello admirablemente, defendiendo la causa desde el foso con la misma vehemencia y entrega que Holten sobre el escenario. No lo acompañaron en igual medida sus cantantes, cuyas mejores prestaciones fueron patrimonio de las voces graves: el disfuncional Friedrich de Christopher Maltman y el dúplice Brighella de Ante Jerkunica, también excelente actor. María Miró y Manuela Uhl empezaron su dúo muy destempladas, pero la primera mejoró muchísimo en su aria del segundo acto, mientras que la segunda ofreció fogonazos demasiado aislados de gran cantante: si pensamos en sus visitas anteriores al Real, su voz parece ahora mucho más castigada, quizá por tantas inmersiones en el Wagner maduro. Y los dos tenores cumplieron con suficiencia, lo que no es poco, porque debe decirse en descargo de todos que el audaz e inexperto Wagner juvenil asigna a sus cantantes misiones imposibles. Luzio es, por ejemplo, una suerte de ágil tenor belcantista con frecuentes ínfulas wagnerianas: una entelequia.

Holten aprovecha el Carnaval final para hacer desfilar a no pocos héroes wagnerianos emblemáticos –Siegfried, Lohengrin, Parsifal, Wotan, Brünnhilde–, reservando el golpe de gracia para la muy wagnerófila (y quizá también wagneriana) Angela Merkel. El director danés alcanzó la fama internacional con el llamado Anillo de Copenhague, lo que a la postre lo conduciría a ocupar el más alto puesto en la Royal Opera House de Londres, donde acaba de anunciar que se despedirá el año con Los maestros cantores. Está claro que, desde su privilegiada atalaya danesa, Holten tiene muchas cosas que decir sobre Wagner y, aún más, sobre Alemania y los alemanes. Al final toma partido abiertamente, pero cómo tomarse esta Prohibición de amar sigue quedando a gusto del espectador. Luis Gago

Ver más: EL PAIS: «La prohibición de amar», Como gustéis

Bolton

LA RAZÓN, 20/02/2016

“La prohibición de amar”, sombras de futuro

Wagner: «Das Liebesverbot:”Christopher Maltman, Manuela Uhl, Peter Lodahl, Ilker Arcayürek, David Alegret, David Jerusalem, María Miró, Ante Jerkunica, Isaac Galán, María Hinojosa, Francisco Vas. Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección escénica: Kaspar Holten. Escenografía y figurines: Steffen Aarfing. Teatro Real, Madrid. Conjuntos del Teatro.

No hay duda de que el estreno en Madrid de esta ópera de 1836 constituye un auténtico acontecimiento; no tanto por el valor intrínseco de la partitura, inspirada en “Medida por medida” de Shakespeare, sino por la novedad y la posibilidad de apreciar la prehistoria del lenguaje wagneriano, todavía imitativo tras su primera obra lírica, Las hadas (1834), seguidor sin desdoro de influencias del género bufo o sentimental italiano y de los modos de comicidad herederos del “singspiel” y la ópera popular germana. Lo audaz se mezcla con lo tradicional. Hay rasgos que anuncian obras posteriores, sobre todo “Tannhäuser”, y un permanente, aunque no siempre conseguido, tono de crítica social.

Hay asimismo una buena factura general, con arias en algún caso muy hermosas, como la arpegiada de Friedrich o la de tan bello y nocturnal tema de Mariana, esta última heredera de Weber. Muchos pasajes nos recuerdan a Cherubini o Boieldieu, por la parte francesa, o a Rossini, Bellini o Donizetti por la italiana. Pero, efectivamente, percibimos mucha influencia weberiana y parentescos con compositores más o menos coetáneos como Lortzing, Nicolai o Marschner. Wagner no tenía más que 21 años cuando escribió la obra que, pese a su contenido de claro matiz sexual, favorecido incluso por el cambio de la acción de la comedia original de Viena a Palermo, finalmente, y lo señala en su bien humorado artículo del programa de mano Chris Walton, la tesis postrera es plenamente germánica al enaltecer el amor monógamo.

Encontramos recitativos de gran fuerza, aunque no siempre, ni en ellos ni en las partes cantabile, la lengua alemana engarza bien con el rápido silabeo. Hallamos anticipaciones variadas de la obra futura, como ese “Salve Regina”, que nos adelanta “Lohengrin”. Los dúos de Isabella y Luzio nos traen igualmente, lo mismo que otros pasajes, la música del no tan lejano “Holandés errante”. Música fluida, conjuntos, concertantes, dúos, tríos, cuartetos, todo tipo de formas operísticas tiene su sitio, al igual que los números corales, profusos y robustos, contundentes y definitorios. Arturo Reverter

Ver más: LA RAZON: «La prohibición de amar», Sombras de futuro

ProhiAmar 1016

ABC, 21/02/2016

«La prohibición de amar», de Wagner, en el Teatro Real: disfrutar del carnaval

Aunque sólo fuera por razones de higiene, merecería la pena asistir a la representación de «La prohibición de amar». Ha sido en muchos aspectos tan incómoda la imagen que el propio Wagner se encargó de legar a la historia, luego torticeramente idealizada por el esfuerzo panegirista de familiares como Cosima y Winifried, que descubrir el lado humano, simpático y hasta gracioso del personaje invita a replantear su perfil. La producción que anoche estrenó el Teatro Real en colaboración con laRoyal Opera House y el Teatro Colón de Buenos Aire facilita el trabajo por varias razones fáciles de explicar: la propuesta desinhibida, punzante y mordaz del director teatral Kasper Holten, la lustrosa interpretación orquestal que ofrece Ivor Bolton y la posibilidad de escuchar un primer reparto adecuado y provechoso.

«La prohibición de amar» (****)Música y libro: Richard Wagner. Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección escénica: Kasper Holten. Escenografía y figurines: Steffen Aarfing. Iluminación: Bruno Poet. Coreografía: Signe Fabricius. Reparto: Christopher Maltman, Peter Lodahl, Ilker Arcayürek, David Alegret, David Jerusalem, Manuela Uhl, María Miró, Ante Jerkunica, Isaac Galán, María Hinojosa, Francisc Vas. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Madrid. Teatro Real, 19-II.

No hay que esperar demasiado para comprobarlo. La interpretación de la obertura sirve de fondo a la proyección de la cara del propio Wagner dedicada a hacer muecas en sincronía con la música. Saltar desde ahí a un final con carácter de apoteosis de musical en el que la propia Angela Merkel aparece convertida en reina de Sicilia implica asistir a tres horas de espectáculo en los que es inevitable sentirse cerca del escenario. Para que nada falte, la casualidad temporal ha querido que también aquí se hable de la fiesta de carnaval, cuya desvergüenza tanto ofende, y no será al único a lo largo de los siglos, al tiránico gobernador Friedrich. Sobre él recae buena parte del peso de la obra por ser el personaje mejor dibujado en el transcurso dramático, lo que da pie al lucimiento de un gran actor y mejor cantante como es Christopher Maltman.

Para diseñar «La prohibición de amar», Wagner se apoyó en Shakespearey en su comedia «Medida por medida» y en ella radica la virtud de buena parte de la obra, el sentido terrenal y la agilidad de una estructura teatral que sale indemne ante los gestos de prosopopeya textual y musical a los que fue sometida por un joven autor de veinte años. Por eso se agradecen muchos detalles incorporados por Holten aligerando el contexto: las comunicaciones a través de móvil (estupendo el dúo entre Isabella y Claudio), los SMS que se cruzan algunos personajes, los periodistas ávidos ante las manifestaciones lujuriosas, el mismo osito de peluche con el que Friedrich se acuesta antes de intentar consumar el encuentro con Isabella. El dúo de ambos durante la escena del juicio es un momento para la reunión de dos intérpretes de peso, pues Manuela Uhl canta con soltura y la voz penetra como un cuchillo afilado, incluso, un punto estridente. En ese mismo territorio hay que considerar el trabajo de Ante Jerkunica, el lugarteniente Brighella; y el de María Miró, quien encarna a Mariana, esposa de Friedrich demostrando una importante presencia y una línea de canto bien acabada y apenas un punto plana.

Al frente del trabajo musical está Ivor Bolton quien otorga a la partitura inmediatez y corporeidad, salvando las dificultades de una orquestación no siempre bien perfilada, germánicamente espesa en la obertura, curiosa en una continuidad que hace evidente el esfuerzo por trascender la vieja estructura del número cerrado. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, puede también hablarse de la intuición de un compositor que acabaría por dirigir sus intereses artísticos hacia cosmogonías de mayor trascendencia. Un destino muy distinto al que propone «La prohibición de amar», ópera cómica que llega al Teatro Real aprovechando la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de Shakespeare. Para la gran mayoría, un descubrimiento. Alberto González Lapuente

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