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Por Publicado el: 28/10/2008Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas a Parsifal en Valencia

Esta vez los principales críticos coinciden, naturalmente con matices, en que el «Parsifal» valenciano ha sido una referencia.
ABC:
Caballero en casa
ÓPERA
«Parsifal»
Música: Wagner. Int.: Nikitin, Tsymbalyuk, Milling, Ventris, Leiferkus, Urmana, Escolanía de Déu, Cor y Orq. de la Generalitat Valenciana. Dir. escena: Herzog. Dir. musical: Maazel. Palau de les Arts. Valencia. Fecha: 25-X
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
El Palau de les Arts valenciano estaba en deuda con Wagner. Podría no parecerlo pues su música se ha convertido en uno de los cimientos más impermeables de la programación. Así lo demuestra la representación de la «Tetralogía», completa y de continuo, anunciada para el final del actual curso. Pero ningún esfuerzo sería completo sin «Parsifal», ópera fetiche que ha abierto la temporada en una ciudad que cobija en su catedral el santo Grial. Se explica en la exposición instalada en el Palau y en las muy interesantes publicaciones que se han realizado. Incluso en la propia puesta en escena que ha diseñado el cinematográfico Werner Herzog, en la que se reproduce el cáliz y en la que todo se cierra con la visión del edificio del Palau perdiéndose en viaje interestelar. El detalle puede parecer una anécdota pero da idea de la naturaleza del trabajo, del mismo modo que la reacción del público puesto en pie aplaudiendo a la orquesta y a su director Lorin Maazel ayuda a entender el poso de calidad que se maneja en este teatro.
De manera que olvidando la referencia «kitsch», alguna escena más pueril alrededor de las muchachas-flor y otras torpes como la posición de Kundry mientras besa al héroe, el trabajo de Herzog se resume en un «Parsifal» galáctico por sus antenas, futurista, primitivo en los ropajes e inmediato por su aura. En alguna medida coherente con lo musical, con la pequeña diferencia de que la realización de Maazel deja boquiabiertos los oídos. Pocas veces podrá escucharse una interpretación más equilibrada, perfilada, sutil, clara, transparente e instrumentalmente exquisita. ¿Mística? Realmente no, pero son tantas las dificultades y tan pocas las soluciones que esta circunstancia se diluye y complementa con un reparto soberbio. Desde la voz cavernícola de Titurel, Alexander Tsymbalyuk, hasta la saludable del Gurnemanz de Stephen Milling o el Amfortas de Evgueni Nikitin. Todas con volumen y dicción, terminadas y sólidas las masculinas y graves, además del Klingsor de Sergéi Leiferkus. Intensas las demás con Parsifal y Kundry, Christopher Ventris y Violeta Urmana, en un dúo que llega al desgarro. Soberbio.

LA RAZÓN:
Parsifal Skywalker homenaje a George Lucas y Calatrava
26-10-2008
Temporada del Palau de les Arts
Parsifal, homenaje a George Lucas y Calatrava
«Parsifal» de Wagner. C.Ventris, V.Urmana, S.Milling, E.Nikitin, S.Leiferkus, A.Tsymbalyuk, etc. Orquesta y Coro de la Comunitat Valenciana, Escolanía de la Mare de Déu dels Desemparats. W.Herzog, dirección escénica. L.Maazel, dirección musical. Palau de les Arts. Valencia, 25 de octubre.
Gran acontecimiento internacional, la apertura de temporada más interesante de todos los teatros españoles y, en definitiva, lo que todos estos reconocen a regañadientes como «un puntazo» del Palau. ¿Ha respondido a las expectativas? Eso ya depende de las de cada cual, pero objetivamente hay algo clarísimo: ¡Ojalá el 95% de los «Parsifales» que se ofrecen en los primeros teatros del mundo -Bayreuth, Munich y Met, incluidos- tuvieran el nivel de éste valenciano, un teatro sin siquiera cinco años de historia. ¿Puede haber acaso mejor alabanza que la anterior? Vayamos ahora a los matices personales.
Creo que Werner Herzog -por cierto, tan admirado por la supuesta existencia del auténtico Grial en la Catedral valenciana, que lo visita a diario- no se ha roto la cabeza. Es la suya una producción eminentemente estática, ubicada entre las edades media e interplanetaria, entre la Antártida -de algún modo enlace con su bellísimo y nevado «Lohengrin»- y la estratosfera, con una escena pobre para las muchachas flor, una muy bien resuelta toma de la Sagrada Lanza por Parsifal, un espectacular descenso desde las alturas de un enorme y engmático círculo metálico y un sorprendente final, tipo encuentros en la tercera fase transformado en encuentros con Lucas y Calatrava. Una especie de nave de George Lucas, que copia al Palau de Calatrava, evoluciona y se despide de los caballeros Jadies, guardianes del Santo Grial, esfumándose hasta quedar convertida en una estrella. Puesta bastante fría y opinable, perfectamente vendible a terceros teatros y, algo hoy muy importante, que no perjudica a la música.
No creo que sea posible encontrar hoy un reparto vocal más homogéneo en su muy elevada calidad. Violeta Urmana es una inmensa Kundry, incluso en los aullidos -así llamados- de la partitura. También Stephen Milling, Evgueni Nikitin, el veterano Serguéi Liferkus y Alexander Tsymbalyuk en sus respectivos papeles de Gurnemanz, Amfortas, Klingsor y Titurel respectivamente. Todos ellos, si se quiere, voces más contundentes que sutiles. Sobresaliente de igual forma el Parsifal de Christopher Ventris, aunque llegase al final con el timbre algo caprino. En la lograda homogeneidad hay que incluir al resto del reparto, muy especialmente a las muchachas flor y a los coros.

La magnífica Orquesta de la Comunitat valenciana aún no cuenta con una plantilla completa, por lo que hubo que añadir nada menos que 42 músicos. A pesar de ello sonó como siempre, segura y brillante. Mucho tuvo que ver el trabajo de Lorin Maazel quien, aunque no lo dijese hasta después, debutaba en «Parsifal» y, consciente, no dejó ni un ensayo a su ayudante preparador. Durante el primer acto se decantó por el análisis, la transparencia y una cierta etereidad, tal y como Boulez en su grabación discográfica, para ir evolucionando hacía un concepto más denso y emotivo, de tempos medidos, alcanzando su clímax en los célebres pasajes instrumental y coral del tercer acto en una sobrecogedora gradación dinámica. Una larja jornada con muchísimo que admirar y disfrutar. Gonzalo Alonso

EL MUNDO:
Encuentro en la crítica escondida
ALVARO DEL AMO
Autor: Richard Wagner. Director musical: Lorin Maazel. / Director de escena: Werner Herzog. / Reparto: Evgueni Nikitin, Alexander Tsymbalyuk, Stephen Milling, Cristopher Ventris, Serguei Leiferkus, Violeta Urmana. / Orquesta de la Comunitat Valenciana. / Escenario: Palau de les Arts. / Fecha: 25 de octubre.

Calificación: ***

VALENCIA.-La batuta de Lorin Maazel despierta la orquesta que, expectante, abandona la mudez para ir coloreando, con una paleta de sonidos imaginados por el anciano visionario al borde de la tumba, esta fábula ambigua e inagotable sobre la entelequia de la redención como consuelo fanático e irrisorio destinado a aliviar la tragedia del mísero humano sobre la tierra.

La claridad y precisión de la batuta pronto consiguen de la entregada y ya muy madura orquesta una incandescencia que alcanzará, tras seis horas cumplidas de serena y atormentada meditación musical, la culminación del mensaje mítico y místico.

Pronto aparecerá Gurnemanz, un sólido Stephen Milling, para cumplir su papel de narrador encargado de explicar desde dentro la historia inexplicable; poco a poco irá presentando a los demás, que van llegando con el calor del personaje y la complejidad del símbolo. Violeta Urmana es una Kundry de gran clase, en su encarnación del eterno femenino convencional, desde la voraz seductora a la abnegada enfermera y recadera. Es ella quien se desplaza desde Lérida a Arabia para procurar un ungüento que alivie la herida enconada de Amfortas, que en la piel y la voz de Evgueni Nikitin nos comunica la plenitud de su dolorosa desolación. Y es ella también quien presenta, seduce y se entrega incondicionalmente a Parsifal, representado por Cristopher Ventris como lo que es, el prototipo del héroe wagneriano puro en su estupidez y sublime a pesar suyo.

Serguei Leiferkus como el malvado Klingsor y Alexander Tsymbalyuk como el moribundo Titurel completan el logro de un reparto vocal que, muy bien sostenido por la prestación orquestal, habría alcanzado la difícil meta de la excelencia wagneriana a no ser por la pobreza, el despiste y la frivolidad de la puesta en escena de Werner Herzog. Un espacio entre la calera y una fábrica parece buscar un despojamiento que no apunta a lo esencial, sino que reduce la riqueza de sugerencias de la obra a un despliegue de imágenes que no contribuyen a que el espectador, oyente fascinado por la música, se entregue a las emociones de esta vigilia pagana, sensual eucaristía que debería tocar el cerebro y el corazón no sólo a través del tímpano, sino también gracias al temblor de la retina.

Habría que recomendar a los directores de escena un ejercicio que a veces no parecen haber realizado: leerse atentamente el libreto de la ópera en cuestión; no para que sigan fielmente las instrucciones de un autor con una concepción del teatro con siglo y medio de antigüedad, pero sí como guía y fuente de inspiración sobre aspectos tan decisivos como el espacio, la luz, el trato entre los personajes, o los efectos de grandeza, espiritualidad o erotismo buscados por el autor.

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