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Por Publicado el: 04/11/2008Categorías: Diálogos de besugos

El Triunfo de la disparidad

Así tiee que ser la ópera,un arte con multitud de opiniones. Lo pueden comprobar en algunas de las críticas al «Triunfo del tiempo y el desengaño» en el Teatro Real. Entusiastas las de El Mundo y El Páis, comedida la de ABC y más crítica la de La Razón. A propósito, ¿no piensan que el título de la obra de Haendel le puede venir bien a más de uno en ese teatro?
EL MUNDO:
El triunfo de la imaginación

El Teatro Real estrena ‘El triunfo del Tiempo y del Desengaño’, de Händel, con la dirección escénica de Jürgen Flimm

ALVARO DEL AMO

El triunfo del tiempo y del desengaño
Música: Händel / Director musical: Paul McCreesh / Director de escena: Jürgen Flimm / Reparto: Isabel Rey, Vivica Genaux, Marijana Mijanovic y Steve Davislim. / Escenario: Teatro Real / Fecha: 2 de noviembre.

****

El cardenal Benedetto Pamphili fue un mecenas prolífico y un poeta mediocre. Su texto para el primer oratorio del joven Händel sobre la fugacidad de la vida, la banalidad del placer y la conveniencia de un tránsito terrenal sobrio y casto, es abstruso, sin desarrollo dramático y articulado por una retórica tópica y seca; la pobre traducción literal proyectada en sobretítulos multiplica la oscuridad de sus frases. Poco importa, porque el músico convierte el precario soporte literario en un discurrir jugoso, resplandeciente, y que el muy imaginativo, sabio, hipnótico montaje presentado en el Teatro Real catapulta hasta lograr una función lírica de gran belleza, donde escena, orquesta y voces se funden en un cuadro homogéneo.

El director de escena alemán Jürgen Flimm ha obrado el prodigio de iluminar el leve apólogo moral con el resplandor crudo y elegante de un debate ambientado en un bar restaurante lujoso y onírico, donde la Belleza, el Placer, el Tiempo y el Desengaño intercambian sus propósitos con la tensión soterrada de una apasionada hostilidad y el descuido refinado de la más estricta buena educación.

En el inquietante lugar se diría que no pasa nada, pero alrededor de la amena discusión entre los cuatro únicos protagonistas, va tejiéndose una infinidad de menudas incidencias que aparecen y se esfuman como el fondo incesante, doloroso o banal, vacío y triste, propio del fluir del Tiempo, que parece no necesitar al Desengaño para imponer su poder implacable.

La orquesta, a menudo justamente elogiada por su ductilidad, suena muy convincente y matizadamente barroca bajo la batuta chispeante y precisa de Paul McCreesh, cuya conocida seriedad se colorea aquí con el toque imaginativo que impregna el conjunto. Refrendando con irónica delicadeza la época del compositor, aparecen, como una emanación del más allá, un órgano y un violín, muy bien tocados por Jory Vinikour y Madeleine Easton.

El reparto vocal responde perfectamente a la exigente originalidad de la propuesta, también actoralmente. Isabel Rey, soprano, es la Belleza, cristalina y animosa en el esplendor de su seguridad, serena y resignada al renunciar al oropel de sus adornos. Vivica Genaux es el Placer, la figura derrotada del conjunto, que la mezzosoprano defiende con el vigor, la seguridad y la melancolía que no necesita el Desengaño, a cargo de la también mezzo Marijana Mijanovic, adecuadamente ominosa. El tenor Steve Davislim como el Tiempo, completa competentemente el cuarteto.

La labor de los cantantes y actores es particularmente meritoria porque sobre ellos recae, de principio a fin, el peso completo de la representación, una continua comparecencia escénica, en su condición de foco de atención constante.

Cuando vemos a tantos directores de escena limitarse a una labor que apenas supera una simple disposición de los elementos en juego con la ambición de un guardia de tráfico, funciones como ésta devuelven al aficionado la esperanza de asistir, aunque sea muy de vez en cuando, a una velada operística plena, que merezca tal nombre.

El acierto del Teatro Real de ofrecernos este regalo merece ser aplaudido con el agradecimiento y el entusiasmo con que, efectivamente, fue recibido ayer. Es momento de agradecer al Tiempo sus dádivas y paladear la Belleza con Placer, dejando el Desengaño para mañana.

EL PAÍS:
Un banquete alegórico

En tiempos de prohibición papal de la ópera en Roma, Händel compuso y estrenó allí un oratorio con sabor teatral, Il trionfo del Tempo e del Disinganno, al que Jürgen Flimm redime de su condición estática con una puesta en escena imaginativa y sugerente ambientada en un restaurante. No es la primera vez que una ópera se desarrolla en un restaurante. Hace años Christoph Marthaler llevó Luisa Miller a una trattoria con singular acierto.
La apuesta de Flimm reivindica con brillantez los valores teatrales de una música que pide a gritos una componente visual capaz de clarificar las miradas ante el espejo de la verdad de unos personajes alegóricos que transmiten al espectador hoy pasiones y sentimientos de siempre. Van a triunfar el Tiempo, como anunciaba Petrarca, e inevitablemente el Desengaño, pero la Belleza y, sobre todo, el Placer van a encontrar su rincón de la felicidad en la melodía y acompañamientos musicales de Händel.

Paul McCreesh está sensacional al frente de una magnífica Sinfónica de Madrid ligeramente reforzada para potenciar el estilo barroco. Del más que notable cuarteto vocal destaca por las agilidades y la composición del personaje Vivica Genaux y por la expresividad contenida Marijana Mijanovic. Il trionfo es un espectáculo colosal. El público del Real lo recibió con entusiasmo. La recomendabilidad es absoluta. J.A. Vela del Campo

ABC:
«El triunfo del tiempo y el desengaño»
Están de moda las tertulias. Las hay en la radio, en la televisión… hasta en el Teatro Real que siempre ansioso de actualidad propone un tema tras otro. El último lleva por título «Il trionfo del Tempo e del Disinganno» y visita su escenario en producción de la Opernhaus de Zúrich firmada por Jürgen Flimm. Sólo hay que sentarse y escuchar a la Belleza, al Placer, al Desengaño y al Tiempo discutir sobre la importancia de cada uno y su trascendencia mundana. El cardenal Benedetto Pamphili escribió el guión y Haendel lo puso en música.
El asunto es profundo pues está en juego aquello que los antiguos llamaron placeres superiores, los percibidos a través de los sentidos. Por ejemplo, el oído, porque es el primero que pone en alerta y avisa de que este debate en el Real tiene sus más y sus menos. En el origen está la orquesta y el maestro Paul McCreesh, adscrito al proyecto haendeliano que el teatro inició el pasado año con «Tamerlano».
Sobre su actuación, hay que repetirse y decir que aunque tras la posmodernidad se haya impuesto una mayor elasticidad estilística, tratar de conseguir que unos instrumentistas acostumbrados a tocar de manera tradicional lo hagan «a la antigua» obliga a otra imaginación, a otra intensidad y a una agilidad distinta. A la postre es una cuestión de superficie, epidérmica, que tal y como se resuelve lleva a un trazo general monocorde y poco implicado con las pasiones en juego, independientemente de que se logren determinadas sonoridades, algunas redondas cuando se recorre el registro central («Crede l’uom») y otras más evanescentes («Tu del Ciel ministro eletto»).
También sería de agradecer que el espectáculo pudiera ayudar a recordar que la misma Italia donde nació la obra fue la que enseñó a Haendel el «bel canto». En el primer reparto, Vivica Genaux (el Placer) impone sus argumentos resolviendo las agilidades con suficiencia, manifestándose más segura ante lo dramático y creciéndose en el avance de la obra. Le sigue Steve Davislim (el Tiempo) porque su voz tiene hechuras y presencia. Sus razones son estimables hasta el punto de dejar en lugar poco favorecedor las defendidas por Isabel Rey (la Belleza) y Marijana Mijanovic (el Desengaño). La primera porque divaga en la medida, el estilo tiende a una vocalidad demasiado expansiva y la afinación no siempre es clara. Rey se redimió con una contenida y mística intervención final. Mijanovic fue representante de la escasez, con intervenciones calantes y de poco entusiasmo.
Pero anoche el público lo vio con ojos generosos y aplaudió. Lo cual es comprensible, pues mermando los placeres superiores este «Trionfo» alimenta algunos inferiores más próximos a satisfacciones orgánicas. Un bar años cuarenta, nocturnidad, alcohol, diversión y futilidad. No cabe mejor escena para dar sentido al fragor de la polémica, mientras transitan multitud de figurantes y surgen imágenes insospechadas y alegóricas. Las herramientas necesarias para que Flimm haga creer que, pese a sus carencias, esta discusión es posible.

LA RAZÓN:
EN BUSCA DE AFINACIÓN
Arturo Reverter

Es curioso que se trate de escenificar obras no pensadas para la escena y se acostumbre, cada vez en mayor medida, a hacer ópera en versión concertante. Este oratorio alegórico o serenata de Haendel tiene, es cierto, mimbres operísticos en lo que atañe al manejo de los elementos vocales y a la impronta dramática de bastantes de sus momentos; pero no se pensó para el teatro. Es de 1707 y se estrenó en Roma en unos años en los que el Papado había prohibido la ópera.

Antes de comentar el resultado escénico vayamos con la música, que es de una finura y de una estilización y esbeltez singulares. Mana de la inspiración de un joven compositor alemán que enseguida aprendió a escribir según los cánones del país de la ópera. Hermosas y variadas arias «da capo», solos instrumentales magníficos, piruetas vocales, instantes de sobrecogedor patetismo sobrevuelan por una partitura que requiere tanto virtuosismo vocal –en una época en la que cantaban habitualmente los castrati- como orquestal –un conjunto barroco con frecuentes planteamientos de «concerto grosso»- y que en esta representación del Real no pudo ser bien servida.

Puede que el principal culpable de la monotonía, de la laxitud, de la pesantez experimentada fuera McCreesh, laborioso pero plano, exento de energía. Sus tempi fueron en exceso morosos y sus acentos muy pegados a la tierra. Los cantantes de contagiaron, incluso la mezzo Vivica Genaux (Placer), excelente en las agilidades, fiera y eléctrica. Pero fue la mejor. Isabel Rey (Belleza) anda un tanto alicaída, con una voz vibrátil y débil, y cae a menudo en defectos de afinación, aunque se superó en parte en del segundo acto. Poco afinada también Mijanovic, que desgració el hermoso papel de Desengaño. Con problemas asimismo Davislim (Tiemnpo), de zona superior comprometida. Su dúo con la anterior fue catastrófico. La orquesta funcionó a ratos, pero hubo algunos «moros». Casi siempre bien los oboes en sus «obbligati».

La puesta en escena, que sitúa la acción en una cafatería/restaurante de lujo de los años sesenta o así, no deja de tener su gracia, con sus continuas alusiones, a veces facilonas otras más bien crípticas, a la retórica de un texto rígido y rutinario de la época. Todo esto bien movido, en ocasiones gratuitamente o con algún detalle golfo. Pero el cierre intenta ser trascendente con la Belleza vestida de monja y en oración.

Y, por último, nuestra breve opinión:
Tempos lentos, orquesta con las maderas incapaces de dar todas las notas en muchos momentos, corta de canto excepto en Genaux, un primer acto insufrible y bastante mejor el segundo. ¿Y la puesta en escena? Pues que no hacía falta alguna. El público salía comentando que «menos mal que la escena nos distrae de una música tan reiterativa». Flimm trata efectivamente de distraer con una escena que tiene poco que ver con unos textos que no presentan acción alguna. Como bien dice Reverter ¿tiene sentido ofrecer óperas en concierto y oratorios escenificados? Sí hay una razón, cuatro personajes salen muy baratos, pero no podría ofrecerse esta obra sin un «algo más» sin cantantes de primerísima línea y eso no los había en el Real.

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