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Discurso de Mortier y reacciones de aficionados a la ópera
El Triunfo de la disparidad
Por Publicado el: 03/12/2008Categorías: Diálogos de besugos

las críticas a Kabanova

Esta vez los críticos están de acuerdo en valorar muy positivamente Katia Kabanova. una buena tarjeta de visita que le deja Moral a Morier, presente en la sala, justo en lo que el belga se supone especialista.

«Katia Kabanova» hace historia
03-12-2008
«Katia Kabanova» hace historia
L. Janácek: «Katia Kabanova». Int.: O. Bryjak, M. Dvorsky, J. Juon, G. De Mey, K. Mattila, G. Gietz, N. Petrinsky, M. Moncloa, I. Mentxaka, M. J. Suárez, Coro y Orq. Titular del Teatro Real, Dir. de escena: R. Carsen, Dir. musical: J. B?lohlávek. Lugar: Teatro Real. Fecha: 2-XII
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
En la vida, en el teatro y en ese reducto de singularidades que es la ópera suele ocurrir que to­do se resume a unos pocos ges­tos. La tentación de Orfeo, el engaño de Yago, la mirada entre Tristán e Isolda… el «extraño deseo» del Volga que siente Ka­tia mucho antes de que su desti­no se decida entre las aguas del río… Ahora, en el Teatro Real se puede ver y escuchar. «Katia Kabanova», la ópera de Leos Ja­nácek, es una invitación a com­partir la mala fortuna de aque­lla que vivió sometida a la opre­sión de la suegra, la endeblez del marido, la tentación del amor, la nobleza de una confe­sión innecesaria y la muerte como expiación. En verdad que son muchas cosas, pero, una vez más, lo que importa es el gesto, el detalle que todo lo reve­la, ese «extraño deseo» del Vol­ga que hipnotizó al director de escena Robert Carsen cuando concibió la producción para la Ópera de Flandes, y que aquí, en Madrid, proclama la grande­za de unos intérpretes ala cabe­za de los cuales hay que colocar a la protagonista, la soprano finlandesa Karita Mattila.
Quienes tengan la oportuni­dad de presenciar su actuación comprenderán el valor de algo que arranca cantado bonito, mezclando duda y timidez, y acaba rompiéndose en un pode­roso dramatismo. En la fun­ción de ayer, desde el inicio, ya se pudo comprobar que a Mattila le rozaba la voz en el agudo y, aún así, resolvió el papel sin amedrentarse, dándolo todo, construyendo un personaje re­pleto de pliegues, inflexiones y teatralidad. Porque es así; porque Katia tiene un transcurrir vital tan ondulante y progresivamente desgarrador como el de ese otro personaje que es la orquesta, transfigurada en el estreno madrileño gracias al maestro Ji?í B?lohlávek en el bajo continuo de una emoción espesa, que alcanza soberbios puntos culminantes. Por algu­na razón al finalizar el primer acto y tras hacerse el negro; la respuesta del teatro fue el silen­cio, la sorpresa. Como al final lo fue la ovación.
Para entonces ya estaban en la memoria algunas imáge­nes difíciles de olvidar: el tea­tro a oscuras, la lenta subida del telón, la inmóvil presencia de una lámina de agua ocupan-do el escenario, cuerpos sin vi-da, reflejos inquietantes. El va­lor del escenario propuesto por Carsen radica en una ausencia de elementos que lejos de enten­derse cercana a la sencillez se demuestra sinónimo de con­centración. Por supuesto que, una vez más, la acción se apoya en instantes. En el río del que Carsen obtiene imágenes de una potencia extraordinaria intensificada gracias a una ilu­minación exquisitamente su­til. Sirva el encuentro de los amantes separados y apenas unidos por el ondular del agua que va de uno a otro, o el mo­mento de la confesión tras el que el agua se enfurece fusio­nándose con la propia música.
Ahora bien, como ya se ha­brá adivinado la sucesión de momentos sólo puede tener sentido si finalmente se some­te a una continuidad sin fisu­ras. En ella radica la grande­za final del montaje de Car­sen, la versión orquestal que ofrece B?lohlávek y la disposi­ción de unos intérpretes cu­yos movimientos tienen la precisión de lo milimétrico y la bondad de lo asumido. Ju­lia Jon es la suegra Kananija, impertérrita, de timbre seve­ro e impasible. Verla soltarse el moño y entregarse a la luju­ria vuelve a ser otra escena pa­ra recordar. También la voz de Miroslav Dvorsky está lige­ramente forzada en el agudo, pero adquiere potencia y no se amilana ante el arrebato de Mattila. Podría citarse a los demás, lo merecen, a Oleg Bryjak por su sutil comici­dad, a Natascha Petrinsky por su resuelta actuación, a Guy de Mey, quien deja al ma­rido reducido a un sinsustan­cia, a Gordon Gietz por su aca­bado estilo… Y es así porque esta «Katia Kabanova» a na­die puede dejar indiferente. Es una genialidad.

ALBERTO GONZÁLEZ
Ella de pequeña quería ser pájaro
03-12-2008
Ella de pequeña quería ser pájaro

Miércoles, 3 de diciembre de 2008. Año: XVIII. Numero: 6925.

MADRID

Ella de pequeña quería ser pájaro

ALVARO DEL AMO

Katia Kabanova
Autor: Leos Janácek / Director musical: Jiri Belohlavek / Director
de escena: Robert Carsen / Intérpretes: Karita Mattila, Natascha
Petrinsky / Fecha: 2 de diciembre / Lugar: Teatro Real
**
Con Giacomo Puccini, Richard Strauss y Leos Janácek culmina, en el
primer tercio del pasado siglo, una forma de entender la ópera.
Gramática, narrativa y musicalmente, ya nada volverá a ser igual. No
deja de resultar significativo que los tres compositores se ocuparan
por igual de la exploración del universo femenino. Si Puccini
desmenuzó sentimientos y Richard Strauss aquilató dilemas morales,
Leos Janácek entró a saco en la psicología. Sus heroínas,
naturalmente, sienten y se debaten, pero es su carácter, su
personalidad, lo que absorbe sus emociones y sirve de escenario a
las normas.
Katia vive oprimida por una suegra tiránica, un marido pacato y una
pequeñez provinciana que sólo un amante, también sujeto a un tío
implacable, aliviará durante una breve temporada. Pero ella se
precipita a las aguas del Volga no para huir de tanta mediocridad,
sino como respuesta a una carencia más íntima, y que sabe
irremediable. Ella de pequeña quería ser pájaro, es decir, libre.
Robert Carsen arranca con efectivo acierto planteando una escena
llena de agua, sobre la que chapotean y se zambullen muchachas
vestidas de blanco, que pueden ser tanto ondinas como las almas de
los desesperados ahogados en el río. Luego, se convierten en
atrezzistas y como tales se ocupan de disponer las tablas, una zona
de tierra firme. La eficacia de la primera impresión se pierde
cuando se repite; el absoluto despojamiento que viene a continuación
pronto resulta monótono, plano y frío. El fondo acuático no resulta
visible desde cualquier punto, salvo cuando se refleja sobre el
ciclorama de fondo, lo que aumenta una vaga sensación de irrealidad.
La dirección orquestal de Jiri Belohlavek da una versión sentimental
y opaca de una música, cuya tensión, contrastes y transparencia sólo
se apuntan al final, en el último soliloquio de Katia, una soberbia
Karita Mattila. La soprano da una verdadera lección sobre su
personaje, eje esencial de la obra, y a ella se debe que la función
acabe transmitiendo gran parte de sus bellezas.

Alvaro del Amo
AL FLUIR DEL AGUA
03-12-2008
AL FLUIR DEL AGUA
La presencia continua del agua, protagonista natural y permanente de la historia, promueve que ésta se desarrolle fluidamente, sin una sola interrupción. Por otra parte, el líquido elemento es, como se sabe y resalta Carsen, un símbolo evidente de la psique femenina, del inconsciente y de la sexualidad. Aspectos que otorgan contenido a una acción presidida por la infidelidad de Katia, un personaje complejo, que tiene algo de Mélisande y que vive en su interior una constante contradicción, alimentada por una horrenda suegra, auténtica representación de una sociedad enferma.
El agua, que lo rodea todo y lo penetra todo, espejea en una enorme piscina de muy pocos centímetros de profundidad y se constituye en la enemiga de la atribulada joven, que acaba pereciendo en ella. Un rasgo realista, como otros que definen la ópera de Janácek y que en esta producción queda transformado en un símbolo, contribuyendo a que podamos ir introduciéndonos en una tragedia que se nos ofrece transparente en sus aspectos psicológicos. Un silencioso coro griego de mujeres, trasuntos estilizados de Katia, son la personificación de féminas enamoradas de hombres de los que nunca tenían que haberse enamorado; como Katia.
Todo funcionó como un reloj, envuelto en una soberana iluminación, que creaba sombras y luces en un escenario desnudo. El reflejo de las figuraciones creó instantes de enorme y sugerente belleza, bien acompasada con un foso que poseyó una casi inédita potencia expresiva, una finura conceptual y una acentuación y matización elementales. La batuta de Belohlávek delineó frases de un lirismo encendido y atosigante y manejó las breves y fulgurantes células musicales con mano segura. Echamos en falta una mayor ferocidad rítmica en determinados momentos y quizá una mayor riqueza tímbrica.
Las voces actuaron a un nivel de gran eficiencia, empezando por Karita Mattila, a la que le va muy bien este tipo de recitado dramático, hecho de frases hipnóticas y de intensos declamados. Lo gutural del timbre y ciertas notas agudas calantes y abiertas no empañan su gran trabajo, magnífico también en el aspecto actoral. Dvorsky proyectó bien arriba y dio calor al amante. Julia Juon fue una suegra autoritaria y egoísta, algo falta de consistencia en los graves. Nos gustó Natascha Petrinsky, una Varvara de fresco timbre. Adecuados Guy de Mey como marido apocado y dominado pos su madre, Gietz como novio de Varvara y el bajo Bryjak como Dikoi. Breves y plausibles intervenciones del coro, de Moncloa, Mentxaca y Suárez.
Un espectáculo, pues, de notable calidad; una producción de la Ópera de Flandes a la que asistió, medio oculto en un palco, el futuro director artístico del Teatro, Gérard Mortier. Esperemos que durante su mandato puedan certificarse triunfos como éste. Arturo Reverter

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