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Palco-real-FaustLas críticas a "Faust" en el Teatro Real
Las críticas a Kaufmann en la prensa de papel
Por Publicado el: 28/07/2018Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas a «Thaïs» del Real en la prensa de papel

Aquí les ofrecemos las críticas aparecidas en internet en los principales diarios nacionales a «Thaïs» en el Teatro Real. Hay quien (Tomás Marco) hubiera preferido verla escenificada y quien (Luis Gago) considera que mejor en concierto. Todos alaban el formidable trabajo de Ermonela Jaho com protagonista, el reparto general y la dirección orquestal de Fournillier -con la discrepancia de Alberto González Lapuente- amén del nivel de coro y orquesta. Respecto a Plácido Domingo, ya se sabe, la ganada admiración por encima de lo concreto.

LA RAZÓN 28/07/2018

“Thaïs” en el Teatro Real

Todo por Plácido

“Thaïs” de Massenet. P.Domingo, M.Angelini, J.Teitgen, E.Jaho, E.Copons, L.Vinyes-Curtis, M.Nogales, S.Blanch, C.Díaz. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Madrid, 26 de julio de 2018.

El Teatro Real pagó el inevitable, pero también merecido y rentable tributo a Plácido Domingo, que ni siquiera Mortier logró evitar para bien del público madrileño. El tenor madrileño había cantado ya la obra en Valencia y Sevilla en 2012, por lo que podía esperarse que gozara de una autoridad y desenvoltura en el personaje superiores a los de entonces. Seis años son muchos y no ha sido así ya que no dejó de leer la partitura ni un solo minuto, amén de olvidarse de algunas notas, dejar de acompañar a Ermonela Jaho en su dúo o reservarse en los concertantes. Pero es Plácido con todas sus circunstancias y su historia, musicalidad y áurea pesan mucho. Aún hoy no hay quien herede su trono, aunque Piotr Beczala sea una esperanza. Y, aún hoy, su musicalidad y maestría permaneces intocables. Y, olvidemos si tenor o barítono, porque es simplemente un artista irrepetible.

Hubo mucha suerte al poder contar con Ermonela Jaho como protagonista. El Real confía con razón en ella y el público también. Lo demostró en “La Traviata” , “Otello” y “Madama Butterfly”. Es ya artista de la casa y esperemos que nos dure mucho tiempo, porque no hay muchas sopranos que desarrollen un canto tan intenso como para recordar a una Leyla Genzer o, sobre todo, a una Virginia Zeani. Además sin problemas ni arriba ni abajo, capaz de apianar y filar las notas más extremas. Perfecta en sus páginas más conocidas: «Dis moi que je suis belle» y “C’est toi, mon pere!”

También hubo suerte con el Nicias de Michele Angelini, el Palémon de Jean Teitgen y el resto de participantes, entre los que sobresalió Sara Blanch, en su día un acierto del Concurso Viñas, por la seguridad que mostró en las coloraturas.

Una ópera en concierto no es nada sin un buen director y unos buenos conjuntos. Los hubo. Patrick Fournillier es maestro experto en este repertorio y lo demostró. La Sinfónica de Madrid era otra que poco tenía que ver con la que acompañó a Jonas Kaufmann el día anterior. Preciosa resultó la página más conocida de la ópera, la “Meditación” con un solo modélico del concertino. También se lucieron los coros. Fournillier fue también inteligente al usar las tijeras donde había que usarlas, prescindiendo de pasajes instrumentales que no aportaban nada en concierto y hubiesen prolongado excesivamente la ya larga primera parte de noventa minutos con los actos I y II enlazados. El resultado: un lleno hasta la bandera con entradas a 350€ y un público entusiasmado.

La obra no está entre lo mejor de Massenet, pero está bien traerla y abrir un camino para otras como “Herodiade”, “Esclarmonde” o una mucho más próxima a nosotros y que recomiendo recuperar al Real: “La Navarraise”. Gonzalo Alonso

EL MUNDO  28/07/2018

Plácido y Ermonela, sin escena

Jules Massenet fue un grandísimo operista del que, aunque siguen en repertorio Werther Manon, se deberían rescatar más obras, Herodiade Esclarmonde, por ejemplo, o esta misma Thaïs que el Real ha hecho en versión de concierto, algo con lo que sufre bastante pues es una gran música teatral, para oír y ver con escena. El libreto es de Louis Gallet sobre una novela otrora célebre de Anatole France, muy alejada de lo que hoy interesa y la música tiene momentos excelentes de los que hoy apenas se conoce una Meditación violinística que luego vertebra toda la parte final.

Hacerla en versión concierto es una limitación que se compensaba con la presencia de Plácido Domingo, en su actual tesitura de barítono a la que el personaje va bien, encarnando al monje obsesionado con la conversa ex cortesana. Domingo es una institución de la historia del canto y siempre levanta expectación y seduce al público. Además, se contaba con la presencia de una soprano triunfadora el año pasado en el Real, la albanesa Ermonela Jaho que volvió a arrasar en este teatro. Es una excelente voz y un enorme talento dramático que transmite emoción y a veces un desbordante desgarro. Ella y Domingo se llevaron las grandes ovaciones de la noche, pero hay que señalar que el resto del reparto era muy adecuado.

La dirección musical la asumió Patrick Fournillier, que pasa por un gran especialista en Massenet y que lo es a juzgar por el interés de lo que aquí hizo. La Orquesta Sinfónica de Madrid apoyó con calidad la partitura, con un entonado concertino en la famosa Meditación, y merece destacarse la perfección del Coro Intermezzo magníficamente preparado por Andrés Maspero, hubiera lucido más en escena, pero fue uno de los pilares de la versión concierto. Una sesión de opera no representada que transcurrió por los senderos del éxito. El público fue a oír a Plácido Domingo y lo tuvo con toda su calidad, su condición de mito, y su significación. Pero además recibió mucho más. A una Ermonela Jaho espléndida, una música poco frecuentada, pero de muy buen nivel y un concierto bien interpretado y con calidad general. El éxito fue rotundo para todos, aunque su personificación fuese Plácido Domingo. Tomás Marco

EL PAÍS  28/07/2018

Una ópera imposible

Hay óperas que lo son inequívocamente y que, sin embargo, es casi mejor no tener que ver representadas sobre un escenario. ¿Cómo dar credibilidad y ambientar la historia que se nos cuenta en Thaïs, una de las 23 óperas que compuso el prolífico Jules Massenet, que nos lleva del desierto de la Tebaida a la perversión lujuriosa reinante en Alejandría, de unos monjes anacoretas a una mujer de vida licenciosa, del ascetismo al erotismo (y viceversa), de un oasis rodeado de palmeras a un convento, y en la que, al final, las tornas se invierten y los papeles de eremita y prostituta de lujo se intercambian al morir ella en olor de santidad y reconocer él horrorizado la bajeza de sus deseos físicos? Es casi mejor imaginarlo que verlo.

La ópera en versión de concierto que suele protagonizar Plácido Domingo por estas fechas, un clásico del verano madrileño en el Teatro Real, llega el día después del recital de Jonas Kaufmann y, aunque cabría trazar algunas similitudes entre una y otro (como la inevitable insuficiencia de unos ensayos a menudo también mal repartidos), hay que dejar constancia de que el interés musical y el nivel interpretativo de esta Thaïs han sido abiertamente superiores a los que se mostraron el día anterior sobre el mismo escenario, por más que el entusiasmo del público ante la presencia tan largamente ansiada de su ídolo camuflara las carencias bajo una artificiosa nube de aplausos.

Esta Thaïs ha contado a su favor con dos grandes bazas: un director, el francés Patrick Fournillier, que la dirige con entusiasmo y con un enorme conocimiento de causa. De hecho, la orquesta parecía otra a la de la tarde anterior, cuando los instrumentistas eran los mismos. Fue significativo también verles aplaudir a su director, cuando el día anterior parecían renegar silenciosamente del impuesto por Kaufmann. En una obra muy expuesta para ella (Massenet era un sutil y muy eficaz orquestador), la agrupación titular del Teatro Real se lució en todas sus secciones, encabezada por su concertino búlgaro, Vesselin Demirev, que dio una lección de cómo tocar la famosa Meditación sin una sola gota de almíbar de más. Y los cortes introducidos presumiblemente por Fournillier, especialmente generosos en el segundo acto, fueron elegidos con muy buen criterio y en nada afectaron al desarrollo de la trama, por lo demás perfectamente prescindible y en la que apenas quedan restos de la ironía y la crítica anticlerical de la novela original de Anatole France en que se inspira el libreto.

El segundo gran puntal ha sido la soprano Ermonela Jaho, que tiene encandilado al público madrileño, y no es de extrañar. La albanesa trasciende la condición de gran cantante, que lo es. Es una artista consumada, que hace suyos sus personajes y vive sus peripecias con intensidad: al final de la ópera, a pesar de la imposible veracidad de la situación, a Jaho le caían lágrimas como puños. Cantó su aria del espejo del segundo acto, como escribe atinadamente Massenet sobre la palabra “éternellement” en la partitura, “avec élan et ivresse”, presa del entusiasmo y la embriaguez ante esa belleza que quiere que perdure eternamente en su rostro. En los agudos en piano, en los agudos a plena voz (hasta un Re se encarama al final de la ópera), en las notas graves, en el parlato, en cualesquiera registros expresivos y vocales, Jaho siempre hace música y transmite indefectiblemente emoción. Despegada de la partitura, cambiando adecuadamente de vestido (del rojo sangre al verde pastel) y despojándose de los anillos tras la peculiar metamorfosis que experimenta en el segundo acto, suyos fueron los momentos musicales y expresivos más valiosos de la interpretación.

A su lado, Plácido −que, al margen de cualesquiera otras consideraciones, sirve sin duda para todos los que cantan y tocan a su lado de un importante acicate de inspiración− mantuvo el tipo, que no es poco, porque Athanaël es un papel exigente y que requiere una presencia casi constante en el escenario. Muy dependiente de la partitura, empezó con un enorme brío, aunque enmudeció extrañamente al final de su dúo del segundo acto, antes de la Meditación, que concluyó Jaho en solitario. Mejor en la efusión lírica que en el arioso o el recitativo y algo agazapado en los concertantes, el madrileño hizo gala de su efusividad habitual, pero no fue suficiente para equipararse al dramatismo de su compañera, que mostró una interiorización mucho mayor del personaje y de su música.

En el resto de los papeles destacó el Palémon muy bien cantado de Jean Teitgen (en un exquisito francés), el empuje de Michele Angelini en el papel un tanto insustancial de Nicias y la valiente coloratura de Sara Blanch, confirmando la excelente impresión que ya causó en El gallo de oro. Y no sería justo concluir sin ensalzar la labor del coro, que cantó sin partitura y que estuvo sobresaliente en todas sus intervenciones, ya cantara al completo o en grupos reducidos. Para ellos, no hay ópera pequeña. Luis Gago

ABC   28/07/2018

Plácido Domingo en el Real: historia de viejas leyendas

….Ha sido muy curioso observar qué diferente era el público que el día anterior asistió al recital de Jonas Kaufmann. Ambos tienen sus seguidores, aunque hay una pequeña diferencia: en el caso del tenor alemán la demanda implica un cierto esnobismo y un lógico afán por descubrir a un cantante que tiene todavía mucho que ofrecer; frente a Domingo solo cabe lealtad, saborear la esencia de quien a estas alturas jamás va a defraudar a sus admiradores porque nadie se interpreta mejor a sí mismo.

En cualquier otra situación sería difícilmente digerible ver a un cantante tan pegado a la partitura, pendiente de la letra, buscando una y otra vez la página correcta, mirando al director con la ansiedad de quien se siente perdido. No tiene sentido. Domingo ha cantado el papel de Athanaëlsuficientes veces como para tenerlo bien asimilado. …

Algo hay a favor. Longevos actores/cantantes que llevan su vida artística más allá de lo previsible suelen rodearse de compañeros poco inspirados con el fin sobresalir por encima de ellos. Domingo, por contra siempre se alía con gente estupenda, lo disfruta y les aplaude. La soprano Ermonela Jahocanta muy bien, lleva la voz hasta territorios inverosímiles a veces cubriendo los agudos, apianando, meciendo la frase para luego estallar en agudos grandiosos. Su interpretación tiene mucho de estudiada pero sobre todo implica una visceralidad contagiosa, voluptuosidad, de manera que Thaïs acaba llorando realmente sobre el escenario, dejándose la piel hasta lo indecible que es una forma de morir extraordinariamente convincente. ../…La ópera transcurría bajo la dirección musical de Patrick Fournillier por la senda de lo insustancial. Se podría reprochar que la obra da para poco, pero no es verdad y un mínimo estudio de su naturaleza descubre aspectos muy interesantes. Alberto González Lapuente

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