Las críticas a Kaufmann en la prensa de papel
Ya tenemos las críticas en papel al esperado concierto de Jonas Kaufmann en el Teatro Real. Añadimos, a efectos comparativos, la publicada en esta web. Como habitualmente con diferencia de opiniones, bastante críticos Luis Gago y Arturo Reverter, equilibrados Alberto González Lapuente y Gonzalo Alonso y muy positivo Tomás Marco.
LA RAZÓN
Obras de Gounod, Massenet, Saint-Saens, Bizet, Chabrier, Halevy y Wagner. Jonas Kaufmann, tenor. Orquesta Titular del Teatro Real. Teatro Real. Madrid, 25 de julio de 2018.
Jonas Kaufmann ha cantado por fin en el Teatro Real. Pocos saben y menos se acuerdan que cantó una de las funciones de “La clemencia de Tito” en 1999 en una sustitución de última hora. Sus propios recuerdos de ello son escasos. Más recuerdos tiene de una “Missa Solemnis” en Salamanca, allá por 2004, junto a su entonces esposa. Terminó un tanto alegre en la habitación de su hotel tras un recorrido por la impresionante ciudad estudiantil. Kaufmann apenas era conocido.
En 2008 canceló el “Fidelio” que debía abordar en el Real junto a Abbado. La Maestranza sevillana le escuchó en “La bella molinera” en octubre de 2010, ya famoso, junto Helmut Deutch, el pianista que le acmpaña habitualmente. Helga Schmidt le convenció de cantar un par de funciones de “Fidelio” en Valencia en 2011, asistiendo Plácido Domingo como espectador a una de ellas. En marzo de 2014 se arriesgó a cantar a taquilla en el Liceo “Winterreise”, con las entradas más caras a 85€. En el verano de ese año actuó en el Festival de Peralada. En enero de 2016 estuvo anunciado en Madrid para un recital con un recital con piano, pero problemas de salud le obligaron a cancelar todas sus actuaciones durante varios meses y volvió a cancelar el año pasado. Poco a poco volvió a la actividad y ésta es ahora quizá demasiada. El domingo cantó “La Valquiria” en Munich, el 25 el Real, el 28 Peralada y el 31 “Parsifal” en Munich.
El más importante tenor veterano en activo, aunque como barítono, y el n.1 de los actuales han cantado en días sucesivos. El primero canta como barítono con timbre de tenor, mientras que el segundo lo hace como tenor con timbre de barítono. ¿Cómo sería un “Trovatore” con ambos? González Barrio escribía unas valientes y excelentes notas al programa en las que comenta certeramente las características de Kaufmann. Se trata de un tenor muy musical, con un centro bellísimo en su color de tintes oscuros, sin problemas en el registro agudo, con graves potenciados por su timbre baritonal y, muy importante, inteligente en su línea canora en la que busca la expresión y el matiz. No hay cantante sin defectos y él también los tiene. La búsqueda del sonido oscuro le obliga a emplear la gola más de la cuenta y la voz queda a veces atrás. El caudal es amplio pero, al no poseer el metal de un del Monaco o Corelli, la voz no se proyecta tanto como la de aquellos, lo que es palpable en los bellísimos detalles en medias voces o los agudos en piano con messas di voce en ocasiones en falsete.
Jochen Rieder concertó apenas aseadamente y el fresco recuerdo de la “Cabalgata” de “Valquiria” de Petrenko en Munich muestra lo mucho que aún queda por mejorar en nuestros teatros. Kaufmann tardó dos arias en calentarse. El “Ah, lève-toi, soleil”, con sus dos “si bemoles” sonó algo velado y un espectador llegó a mostrar su disconformidad. En el tercer “si bemol” respetó la escritura “piano” con un falsete de reducida proyección. Muy matizadas tanto el aria de “La juive”, como la del “Cid”, con expresividad, gran variedad de dinámicas y unas frases muy delicadas en las repeticiones. Wagner, en la segunda parte, ofreció lo mejor. Sobre todo el “Ein Schwert verhiess mir der Vater”, con exhibición de poder en el “Wälse!”, muy bien planteado y resuelto el estado anímico de Siegmund. Tras el poético pero algo forzado “Morgenlich” de “Maestros cantores” llegó otro momento cumbre con “Lohengrin”, una página a la que dota de personalidad propia en el juego de medias voces y fortes, así como con el admirable legato. Aportó una segunda estrofa normalmente no cantada y se apoyó en una partitura en una tableta. No hay otro tenor más interesante en sus interpretaciones que Kaufmann y el público lo comprendió con ovaciones que obligaron a tres bises: “Werher”, y más Wagner con “Wintersturme” y “Träume”. El público seguía sentado, salvo las señoras que se acercaron al escenario para regalarle flores, cartas y paquetes, pero director y tenor dijeron adiós. ¿Para cuándo una ópera? Gonzalo Alonso
BECKMESSER
KAUFMANN, DE LO PURO Y DE LO IMPURO
Arias y fragmentos orquestales de Sain-Saëns, Gounod, Bizet, Chabrier, Halévy, Massenet y Wagner. Jonas Kaufmann, tenor. Director: Jochen Rieder. Orquesta Titular del Teatro Real. Teatro Real, Madrid. 25 de julio de 2018.
Apareció, por fin, Jonas Kaufmann, uno de los tenores de moda, el más solicitado de la actualidad, en el escenario del Teatro Real tras dos intentos fallidos en años anteriores a causa de sendas indisposiciones, una circunstancia que acecha al divo constantemente en virtud, al parecer, de una cierta predisposición a los catarros. También, aventuramos nosotros, a su ya tradicional tendencia, una vez que dio el salto de la cuerda de tenor lírico-ligero a la de tenor lírico-spinto, en la que se viene desempeñando hace ya varios años, de recurrir, en busca de apoyo y asentamiento, al empleo de la gola.
El reforzamiento de las sonoridades de pecho, de las resonancias buco-faríngeas, la voluntad de oscurecer, de ensanchar el caudal le ha llevado en los últimos años a la pérdida de flexibilidad, de luminosidad, de vibración superior. Su técnica, que tiene sólidas bases y que se basa un en correcto manejo del juego respiratorio, impide que el sonido prospere y que se desarrolle libremente en la máscara. Por el contrario, busca la amplitud por el camino del ensanchamiento espurio, de tal manera que el timbre, seductor, sensual, pastoso, agradable, no termina de poseer el brillo y los armónicos enriquecedores deseados, lo que desluce el resultado musical y perjudica la expresión, subrayada permanentemente por el empleo de un falsete opaco y de unas medias voces que no terminan de prosperar.
Y es lástima, porque Kaufmann es un pedazo de músico, un intérprete de raza, un cantante que tiene cosas que decir, pero que en muchas ocasiones no llegan a tomar cuerpo por las circunstancias apuntadas; aunque eso al público, al menos al asistente a esta velada, se la trae al fresco, dado el éxito absoluto, acrecido en la segunda parte del recital, al que se incorporaron tres generosos bises, premiados por algunas espectadoras con regalos florales y paquetitos. Ya se sabe: el culto al divo, el triunfo de la mercadotecnia. A lo que hay que sumar, claro es, las propias virtudes que en todo caso, salvado lo dicho, adornan al artista. Analicemos ahora, un poco pormenorizadamente, la interpretación de cada una de las páginas constitutivas del programa, separado claramente en dos mitades: una primera centrada en el repertorio francés y una segunda orientada al germano. Mucho mejor ésta que aquélla.
Empezamos con un Ah, lève-toi, soleil de Romeo y Julieta de Gounod, iniciada con un juicioso y bien matizado recitativo en el que ya advertimos la defectuosa emisión y las veladuras de la peculiar técnica canora. Primer si bemol agudo –la pieza se cantó en la versión tradicional, un tono más grave que la original- con aplicación de ese recurso non sancto y tan recurrente del ataque con portamento inferior (attacco di sotto) en busca de la colocación en un salto que hace feo, aunque Kaufmann lo disimula discretamente. Una técnica que no se cansó de utilizar en todo el recital. Cierre con otro si bemol, sorprendentemente en pianísimo, con falsete roto a medias.
Engolamiento total en el Aria de la flor de Carmen, en la que el tenor matizó adecuadamente, aunque, como le sucede de continuo, con escasos resultados positivos: sus claroscuros no establecen en verdad una coloración variada y resultan monocromos. Al final, en otro si bemol agudo, nuevo piano, éste sí consignado en la partitura, aunque realizado en ese falsete áfono de gola. La voz no vibra arriba, sino abajo. Aunque la gola no dejó de funcionar, con mayor o menor presencia, en todo el concierto, la verdad es que, aun así, encontramos muy plausible la interpretación del aria de La juive, Rachel quand du Seigneur, de Halévy, en la que, como en la de Le Cid de Massenet, teniendo en cuenta la penumbrosidad del timbre, evocamos, sólo en eso, a Caruso, encontramos muy buenos efectos expresivos –portamentos aparte- e incluso delicadezas muy sutiles.
Lo mejor de la segunda parte, y seguramente de todo el concierto, se dio en el monólogo de Siegmund de La walkiria de Wagner, Ein Schwert verhiess mir der Vater, bien expuesto en su meditativo inicio y bien resuelto en el imponente ápice sobre la palabra Wälse!, lanzada a los cuatro vientos por dos veces sobre sol bemol y sol natural. Kaufmann aguantó varios segundos, más de lo normal, las largas notas y concluyó suavemente, en un nuevo e íntimo recitativo. Aquellas notas agudas estuvieron en su sitio y nimbadas del timbre peculiar del cantante, sin el metal idóneo pero en el fulcro y, evidentemente, alcanzadas a partir de sutil portamento. La voz del tenor alemán conviene a este personaje de Heldentenor lírico, podríamos decir: un heroico de menor amplitud que Siegfried o Tannhäuser (partes que creemos no ha abordado y que suponemos no abordará; aunque vaya usted a saber).
La Canción del premio de Maestros cantores comenzó con un interesante y conveniente toque poético, Pero no es pieza para Kaufmann. Su voz oscura, que los antiguos quizá denominarían de baritenore, no posee la luz que se supone ha de adornar al personaje del juvenil y revolucionario cantor. Su tesitura le queda demasiado elevada a juzgar por el esfuerzo desplegado, la incomodidad de los apoyos, lo destemplado de algunos ataques y lo imperfecto del legato. El melos que envuelve a la página estuvo ausente. La guinda la puso In fernem Land, la despedida de Lohengrin, un momento preferido de Kaufmann, que siempre se ha encontrado ahí muy a gusto y donde acierta a desplegar su falsete engolado, lo que quizá otorga al aria un tono excesivamente edulcorado. Y hubo aquí una novedad, apuntada en sus excelentes notas al programa por Miguel Ángel González Barrio –aunque en ellas da a entender que no se produciría-: la inclusión de una segunda estrofa (que debería incluir la presencia del coro), que Wagner cortó y que no suele cantarse. Para ello Kaufmann salió provisto de una tablet.
Como aclamados bises: el tan krausiano Pourquoi me revéiller de Werther de Massenet, de si bemoles forzados, aunque de línea pausible; la Canción de la Primavera de La Walkiria, poéticamente expuesta, y Träume, de los Wesendonck lieder del propio Wagner, dicho de forma íntima, soñadora… y engolada. El tenor tuvo en todo momento el apoyo puntual de Jochen Rieder, un director aseado que colabora con él desde hace tiempo y que gobernó a una disciplinada y atenta Sinfónica de Madrid. Los planos, en especial en la Bacanal de Sansón y Dalila de Saint-Saëns o en el tejido contrapuntístico del Preludio de Maestros Cantores, nos parecieron embarullados y el equilibrio general discutible y desigual. Pero tampoco podemos afirmarlo con certeza: desde la fila dos de las llamadas butacas de orquesta, en donde se situó a la crítica, es muy difícil apreciar, discernir y juzgar con claridad. Arturo Reverter
Jonas Kaufmann, el tenor del momento
El especial atractivo de la voz de tenor hace que sus grandes nombres constituyan verdaderas modas y arrasen entre los públicos y, si hay en estos momentos un tenor capaz de hacer eso, es el muniqués Jonas Kaufmann como lo demuestra la inusitada expectación despertada por su primer recital en el Teatro Real tras un par de cancelaciones. Kaufamnn posee una bella voz de tenor heroico, un punto dramático, pero que aborda con facilidad lo lírico. No es frecuente que los tenores alemanes despunten por igual en su repertorio que en otros pero éste sí aborda toda la gran ópera con la garantía que da una bella voz que se proyecta en una técnica avanzada bien equilibrada con la capacidad expresiva. En este recital eludió el repertorio italiano, que hace también perfectamente, y dedicó una primera parte a la ópera francesa con arias de Gounod, Bizet ,Halévy y Massenet mostrando su buen gusto y su exacta manera de cantar. Sensacional su manera de abordar La Judía de Halévy.
En la segunda, Wagner era el protagonista con fragmentos de La Walkiria, Los maestros cantores y Lohengrin. Especialmente bien realizado el In fernem Land de esta última donde el tenor consiguió un apoteosis, que, a decir verdad, le había acompañado todo el recital. Destacó la hermosa voz, la calidad interpretativa y la impecable dicción, todo conducido con inteligencia y sensibilidad.
El concierto era acompañado con orquesta y la Sinfónica de Madrid mostró una vez más su competencia. La dirigía Jochen Rieder, que es quien actúa habitualmente en los recitales de Kaufmann y que acompaña plegándose muy bien a sus necesidades. Además, ofrece fragmentos instrumentales de óperas. Versiones prácticas aprovechando los ensayos y, a veces, con calidad. Creo que se lució especialmente en el Preludio de Lohengrin. Otras cosas, como el Preludio de Los maestros cantores, fueron más formularias. Pero a quien se exigía el triunfo y lo cumplió con creces era a Kaufmann que no sólo es el tenor de moda sino también un gran tenor. El público le aclamó constantemente y arrancó hasta tres bises. Hubiera podido dar los que hubiera querido ya que logró un clamor constante de un Real repleto que le aclamó sin la más mínima reserva y con una entrega que no suele ser habitual. Tomás Marco
EL PAÍS
Plácido recital de Jonas Kaufmann
El mismo día en que se inauguraba el Festival de Bayreuth con Lohengrin, una de sus grandes creaciones, y un día antes de que interpretara Thaïs sobre el mismo escenario Plácido Domingo, con quien tantas veces se le ha comparado, Jonas Kaufmann cantaba en el Teatro Real música de Richard Wagner y Jules Massenet, entre otros. Hasta en dos ocasiones sucesivas (en enero y noviembre de 2016), en lo que acabaría siendo un dilatado período de obligado silencio para dar reposo y cuidado a su maltrecha voz, Kaufmann canceló sendos recitales de Lied en el Teatro Real con el pianista Helmut Deutsch. Exceptuada una sustitución puntual en 1999, cuando la unión de su nombre y su apellido no remitían aún a la estrella mundial en que empezaría a convertirse pocos años después, esta visita a Madrid, en plena canícula, constituye, por fin, el debut del tenor alemán en el Teatro Real.
Su recital se ha ajustado al pie de la letra a las reglas del género, esto es, una alternancia perfecta de piezas instrumentales y vocales para que la estrella pueda descansar entre aria y aria. De las primeras, comandadas por su fiel Jochen Rieder, un director de su total confianza pero de talento absolutamente desparejo al suyo, poco puede decirse que sea positivo, desde alguna elección un tanto disparatada (como la Bacanal de Saint-Saëns inicial, extrañísimo pórtico para lo que vendría después, y que conoció una versión muy ruidosa y nada sutil, casi opuesta a la que dirigió hace poco, como cierre de su concierto, una ubicación mucho más lógica, François-Xavier Roth al frente de Les Siècles en el Festival de Granada) hasta traducciones francamente deficientes de la Cabalgata de las valquirias (¿una pieza instrumental del tercer acto precediendo a un parlamento de Siegmund en el primero?) o del Preludio de Los maestros cantores, un encaje de bolillos contrapuntístico que sonó, sin embargo, vociferante y confuso.
Pero nadie había ido al Teatro Real a escuchar esto, y la propia orquesta parecía asimismo muy poco motivada mientras tocaba estos obligados interludios. Todos querían oír a Kaufmann, que se presentó con zapatos burdeos con corbata a juego y un ceñido traje oscuro adamascado, y nadie estaba dispuesto a salir de allí sin haber vivido una velada de apoteosis. Sin embargo, nada más iniciarse el aria de Romeo del Roméo et Juliette de Gounod, quedó patente que la voz del tenor alemán no corría como debiera y él mismo parecía más preocupado de que no le jugara ninguna inoportuna mala pasada que dispuesto a dejarse llevar, a abandonarse y a correr riesgos, que son siempre el mejor combustible de la emoción.
La primera parte, íntegramente francesa, pasó con más pena que gloria, exceptuado el comienzo del aria de Eleazar del cuarto acto de La Juive, una música intrascendente pero en la que Kaufmann sonó fugazmente como el grandísimo cantante que es: apianando magistralmente, levantando el freno, transmitiendo el sentido de cada palabra, trascendiendo el fraseo musical que siempre sabe construir de forma natural. Lástima que optara al final por un agudo no escrito en la partitura y perfectamente innecesario. En Ô souverain, de Le Cid de Massenet, volvió a hacer gala de su espléndido legato, por momentos extraordinario, y su musicalidad innata, pero la voz seguía sonando comprimida y poco resonante.
Wagner se aviene mal con su prescripción en pequeñas grageas: pide a gritos contexto, espacio, desarrollo, paciencia, como sabe muy bien Kaufmann, que está cantando este mes en el festival de Ópera de Múnich Die Walküre y Parsifalbajo la dirección de Kirill Petrenko. De la primera de ellas cantó el comienzo de la tercera escena del primer acto y lo mejor fue la convicción y la generosidad que confirió a los dos calderones, sobre un Sol bemol y un Sol natural, que escribe Wagner cuando Siegmund canta el nombre de su padre, Wälse. Y Kaufmann tuvo aquí el mérito añadido de no dejarse influir por una introducción instrumental plagada de desajustes. La canción del premio del tercer acto de Los maestros cantores fue poco expansiva y, de nuevo, demasiado controlada, mientras que In fernem Land, que el alemán ha cantado admirablemente en otras ocasiones, no tuvo la gradación dinámica y expresiva que requiere, aunque Kaufmann sí que lució su excelente dicción del texto. Lo mejor, de nuevo, fue otro calderón, con pianissimo añadido, sobre la palabra “Taube” (paloma). Curiosamente, decidió cantar la inusual segunda estrofa y, aunque ya lo ha hecho en alguna ocasión, no debe de estar muy familiarizado con su música o su texto porque se hizo colocar un iPad en un atril con la partitura como red de seguridad.
El público quería más, por supuesto, y las propinas adoptaron de nuevo la forma de otro binomio francoalemán. Primero, Pourquoi me réveiller, del Werther de Massenet, en la que su voz sonó algo menos constreñida y casi liberada del peso que venía atenazándola; después, otro breve parlamento de Siegmund de la misma escena de La Valquiria (“Winterstürme wichen dem Wonnemond”), demasiado soso, más veraniego que primaveral, y de nuevo con poquísima ayuda por parte de Rieder. Como colofón, un pequeño acto de travestismo con la última de las Cinco canciones para una voz femenina, más conocidas como los Wesendonk Lieder. Con Träume (Sueños), un ejercicio cromático en las antípodas del diatonismo a ultranza del preludio de Los maestros cantores (“lo que más le gustaba a Hitler: música en Do mayor”, como afirmó malignamente en cierta ocasión Ernst Krenek), concluían dos horas y media de un recital en el que el tenor alemán cantó poco más de cincuenta minutos. Al final, medio patio de butacas hacía a su ídolo fotos con sus móviles: “Yo estaba allí”. Otros prefirieron piropearlo sonoramente y varias personas, las más audaces, acudieron hasta el proscenio para entregar flores y regalos al tenor, que les correspondió con su mejor sonrisa.
Lástima que ninguno de aquellos dos recitales cancelados en 2016, ambos con programas realmente sólidos y bien construidos (Mahler, Britten, Richard Strauss en el primero; Schumann, Duparc, Liszt y Richard Strauss en el segundo) y con el tenor, como también manda el género, cantando ininterrumpidamente de principio a fin, sin interludios instrumentales, llegara a buen puerto. Cualquiera de ellos hubiera sido mucho más sustancioso, interesante y disfrutable que lo escuchado ahora. Aunque esto también ha sido, sin ninguna duda, mejor que nada. Tras la placidez de un recital con muy pocos picos y más bien instalado en una planicie vocal salpicada de simas instrumentales, hoy le toca el turno a Plácido: el apellido es innecesario. Luis Gago
ABC
La buena dicha de Jonas Kaufmann
…Jonas Kaufmann está haciendo historia a base de incursionar en repertorios musicales imprevisibles…/… Su presencia en Madrid se produce mientras trabaja en el festival de ópera de Múnich cantando «Die Walküre» y «Parsifal» bajo la dirección de Kirill Petrenko. Las noticias que llegan desde allí señalan la importancia de lo que se dirime sobre el escenario y la extraordinaria versión que se ofrece desde el foso.
Es lógico que el recital madrileño de Kaufmann comenzara en un ambiente expectante. ../… Se contaba con la participación del director de orquesta Jochen Rieder, cuya fama tiene mucho que ver con la colaboración profesional que mantiene con el tenor y no tanto por la excelencia de sus propuestas musicales. …/…La Orquesta Titular del Teatro Real estuvo muy por encima del maestro aunque poco pudo hacer ante la inexactitud de los ataques, la falta de pulso y el poco encanto en el mensaje.
Desde luego, es toda una experiencia escuchar a Kaufmann a escasos tres metros, si bien es algo muy poco conveniente si lo que se quiere es tener una percepción global y mínimamente sensata de lo ocurrido…/… Dice quien de esto sabe, que Kaufmann nunca ha sido un cantante capaz de apianar con calidad, incluso que tiene propensión a constreñir la emisión con exceso de gola. Sin embargo, la primera parte de «In fernen Land» de «Lohengrin» con la voz bien hidratada, ya en el culmen final del recital, vino a demostrar lo peligroso de los prejuicios. Hasta llegar ahí cantó «Carmen» («La fleur que tu m’avais jetée») con feo falsete. Se resarció con ese rescoldo casi desconocido de «Le Cid» que es «Ô souverain», rematado estupendamente con un ficticio agudo final y, sobre todo, en «Rachel quand du Seigneur» de «La Juive», explicado muy afirmativamente, con encanto y suave expresividad.
…Kaufmann no es un cantante fácil, cuya voz corra de manera espontánea, con fluidez consustancial o encanto natural. Se adivina el esfuerzo, la superación, el trabajo por colocar las notas, darles el matiz adecuado y perfilar la interpretación desde una perspectiva sensata y bien razonada. Con la voz centrada, la emisión relajada y exhibiendo una calidad tímbrica formidable se escuchó el valquiriano «Ein Schwert verhiess mir der Vater». Con exuberancia y autoridad sonó «Morgenlich leuchtend im rosigen Schein» de «Die Meistersinger von Nürnberg». Mejor aún el ya citado «In fernen Land» con el que concluyó el recital. Extrapolada la interpretación a la totalidad, quedaba la impresión de haber asistido a algo grande y no tanto a algo emocionalmente superlativo.
….La inteligencia de Kaufmann es un valor evidente. Lo confirma una carrera en la que ha tenido tropiezos de los que ha salido fortalecido y ante la que habitualmente surge la comparación con Domingo, en gran medida por la constante expansión del repertorio hacia obras de calado más dramático. Quizá la diferencia más obvia sea precisamente que Kaufmann conoce bien lo que es el recital con piano; la necesidad de enfrentarse a algo minucioso y próximo como la canción. Se notó en muchos de los gestos de su primera gran aparición madrileña. Alberto González Lapuente
Fotos: Javier del Real
Kauffmann es un tenor que a pesar de su buena voz no acaba de cuajar.Le falta como brillo en la voz no acaba de encontrar el sonido que verdaderamente impresiona.Es un buen tenor pero creo que le falta todavía un poco para colocarlo en los verdaderamente grande.Quizás algún día
en cuanto a Domingo que lastima que no se percate de que ya no da mas.Todos los tenores que han peleado contra el tiempo han sido vencidos por el.Domingo a mi entender esta acumulando récords pero récords sin calidad.Que lastima que ya esta haciendo el ridículo.Su presencia ya no pega con el rostro de Sopranos jóvenes.