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Por Publicado el: 29/01/2007Categorías: En la prensa

Las críticas al Don Carlo liceista

ABC:
Verdi y la modernidad
ÓPERA
«Don Carlos»
Música: G. Verdi. O. S. del Liceo. _ Dirección: M. Benini. Dir. esc.: P. Konwitschny. Escenografía y vestuario: J. Leiacker. Iluminación: H. Toelstede. Lugar: Teatro del Liceo, Barcelona _ Fecha: 27-I-2007
PABLO MELÉNDEZ-HADDAD
Las primeras escenas de esta coproducción entre el Liceo y la Ópera de Viena de «Don Carlos», en su versión original francesa (estreno en España), en nada hacían sospechar lo que más tarde sucedería. Una lectura convencional de la trama, fría y desangelada, centrada en la dirección de actores ante la ausencia de elementos escénicos, no aportaba nada nuevo dejando protagonismo a la partitura, la auténtica novedad. Pero el director de escena Peter Konwitschny tenía varias sorpresas preparadas para impactar, y lo consiguió con creces con un complejo espectáculo teatral.
Sus dos grandes innovaciones funcionan como espléndidos divertimentos; primero el ballet, transformado en un «show» de televisión de los años cincuenta, coreografiado sobre los protagonistas: es una humorada sin más. El auto de fe fue el otro gran terremoto escénico, transformándolo en un programa de «prime time». ¿Cómo retransmitir en directo, por televisión, una quema de herejes? Konwitschny presenta su propuesta, abucheada por medio teatro.
Bastante menos funcionan otros aspectos, como esa Eboli metida en la cama de Felipe II, ese eterno deambular de rodillas al que obligaba el director a los intérpretes, o la desnudez del escenario.
Desde el podio, Maurizio Benini realizó una lectura elegante, coherentemente pausada y de gran riqueza de matices, ayudando con su gesto a la concertación general. Franco Farina cantó un Don Carlos con una emisión poco dúctil y llena de sonidos destemplados; al final también fue protestado. Sonia Ganassi fue recibida con ovaciones desde su impecable «Canción del velo», lo mismo que Carlos Álvarez, quien está simplemente soberbio: hoy es el mejor Rodrigo del mundo.
Gran movimiento de masas Adrianne Pieczonka dibujó una Elisabeth elegante y de cuidada línea, mientras Giacomo Prestia defendía su Felipe a golpe de cañón. Completaron el amplio reparto una Ana Nebot (Thibault) perfecta en lo vocal y en lo escénico y un Eric Halfvarson (Inquisidor) con agudos admirables.
La actuación del Coro del Liceo, reforzado por el Coro Savina del Conservatorio de Cervera, fue especialmente destacada, sacándole partido a lo que Konwitschny puede hacer con los movimentos de masas. Este fue, precisamente, uno de los aspectos más logrados de la propuesta escénica, ya que la destreza con la que el director mueve a los personajes por el escenario es remarcable, lo mismo que en el auto de fe, momento en que utiliza no sólo el escenario, sino todo el teatro, desde el hall de entrada hasta el salón de los espejos y, sobre todo, el patio de butacas, mezclando a los intérpretes con el público.

EL PAÍS:
Una pizza para Felipe II

JAVIER PÉREZ SENZ

EL PAÍS – Cultura – 29-01-2007
Gritos desaforados del público, unos lanzando bravos, otros clamando que no hay derecho, en medio de un estruendo general, con salvas de aplausos contrarrestados por contundentes pataleos y hasta pitidos de silbatos. Bronca sensacional, en definitiva, antenoche el Liceo, en el estreno en España de la versión original en francés de Don Carlos, absoluta obra maestra de Verdi ambientada en la España negra de Felipe II. La radical propuesta del polémico director de escena alemán Peter Konwitschny, que provocó una fuerte división de opiniones al final de una larguísima representación de cinco horas, encendió con virulencia los ánimos del público tras una sorprendente acción teatral que plasma con dureza y violencia salvaje el auto de fe que cierra el tercer acto de la monumental partitura. Antes de llegar a esa escena, Konwitschny ya levantó ampollas convirtiendo el ballet del la reina La Peregrina, que se corta siempre, en una broma doméstica, El sueño de Éboli, en el que la princesa Éboli se cree casada con el infante Don Carlos. Esperan a cenar a sus suegros, Felipe II e Isabel de Valois, pero, como se le quema el pollo, encargan una pizza. que les servirá un repartidor de la empresa Posa?s Pizza que no es otro que el Marqués de Posa. Acaban jugando con una cuna -la princesa está embarazada-bien regados con champagne para celebrar la llegada del futuro heredero al trono. Es, ciertamente, una memez, cuya única función es divertir un poco en medio de un drama oscuro en que se mezclan la política, el fanatismo religioso y los sentimientos.

Lo del auto de fé, en cambio, no es ninguna broma. Konwitschny dinamita las convenciones de la grand òpera convirtiendo la escena en un estremecedor reality show transmitido en directo por televisión y presentado con desparpajo por la actriz Lloll Bertran. Montado con inequívoco afán de provocar, alcanza su más sensacional impacto al convertir al público en una colosal masa de figurantes que se mezclan con los personajes: la entrada de los reyes, el desfile de herejes camino de la hoguera, golpeados sin piedad por la policía y seguidos de cerca por los paparazzi…el sadismo y el horror convertidos en espectáculo televisivo.

Tras lanzar estos dos torpedos contra la línea de flotación de las convenciones operísticas, el montaje acumula aciertos y despropósitos en el dibujo de los personajes. Ver a un violento Felipe II que pierde la compostura y zarandea hasta tirar al suelo a todos los personajes con que se topa; a Éboli en la cama con el monarca, evitando ser descubierta por el Gran Inquisidor; a Posa en continuos apuros por una exagerada miopía …. son vueltas de tuerca en una radical lectura que carga las tintas en la violencia y, por ello, desactiva muchas claves emocionales de una música sublime.

La versión francesa es una joya, distinta a cualquiera de las versiones italianas más comunes. Verdi canta en francés y la música respira al ritmo de las palabras con exquisita precisión. Es dificil para los cantantes, que deben aprender de nuevo una obra ya asumida en italiano, y para el público, porque suena distinta, pero la recompensa en nuevos matices es alta.

Extraordinario trabajo en el foso de Maurizio Benini. Mantiene el pulso dramático y logra un notable rendimiento de la orquesta y la masa coral. La temperamental Éboli de la mezzosoprano Sonia Ganassi y el intenso Posa del barítono Carlos Álvarez, ambos aclamados por el público, fueron lo mejor de un sólido reparto en el que destaca la labor del bajo Giacomo Prestia -Felipe II de relieve y fuerza dramática-, y la soprano Adrianne Pieczonka, Isabel de gran belleza lírica, aunque le falta peso vocal en las escenas más dramáticas. Cumplió, sin entusiasmar, el bajo Eric Halfvarson (Gran Inquisidor), y gustó mucho su colega Dan Paul Dumitresku, monje de rotundos medios. A pesar de su canto tosco y desangelado, el tenor Franco Farina no merecía el despiadado abucheo que recibió al salir a saludar. Más abucheos recibió Konwitschny, que parecía el tipo más feliz del mundo.

LA RAZÓN:
El mayor escándalo del Liceo, o casi

El «Don Carlo» de Konwitschny causa una furibunda división de opiniones entre el público

«Don Carlo» de Verdi
P. CarlosV. G.Prestia, F. Farina, C. Álvarez, E. Halfvarson, A. Pieczonka, S. Ganassi, D. P. Dumitrescu, A. Nebot, E. Bayón, Sarráez. P. Konwitschny, dirección de escena. M. Benini, dirección musical. Teatro del Liceo. Barcelona, 27 de enero.
Como asistimos el sábado en el Liceo a una parodia de la ópera, espero no se altere nadie si a continuación les ofrezco una crítica paródica. Ahí va.
En la Francia del XIX solían representarse las óperas con largos ballets, que poco o nada tenían que ver con el contexto, pero que servían para proporcionar bailarinas a los poderosos así como para distraer al personal en medio de los dramas. En esta versión francesa e íntegra del «Don Carlo» Konwitschny parodia a su aire el de «Don Carlo» con una escena doméstica que subtitula «El sueño de Éboli». La princesa, en la espera de la escena del jardín, sueña con su matrimonio con el infante. La pantomima nos traslada a una vivienda de los años cincuenta, con la única referencia del conocido retrato de Don Carlo sobre una pared empapelada con floripondios. Éboli pone la mesa y cocina un pollo para los invitados: su marido el infante, Felipe II y su esposa. Pero el pollo se quema y han de llamar a «Posa’s Pizza». Los cuatro discuten y bailan con la música ramplona que, a veces, no encaja con la acción.
Furibunda división de opiniones del público al final del cuadro. Como jamás he presenciado. Eché de menos que no se alzase la voz de Carlos I en medio de tal algarabía «¡Pueblo! No sigan el juego a Konwitschny con su excitación. No es otra cosa que la forma inteligente de suplir con un escándalo las carencias de su Don Carlo. Guarden silencio, contemplen a un Felipe II desdibujado y tan pobre en carácter como los inexistentes decorados y pateen al final la poca y arbitraria definición de los personajes». Pero no habló, porque el monje en el que debía reencarnarse prefirió jugar a ser el Melitone de «Forza del destino».
El «Auto de fe» se desarrolla como una pirotecnia. Todo el teatro es un desfile y una fiesta. Entran desde la calle los herejes, que parecen no ser otros que okupas, sometidos a una manta de palos por unos municipales que no hacen caso a la teniente alcalde Mayol. Luego los flamencos y toda la corte en ropas actuales. Los medios de comunicación están allí para retransmitir el acontecimiento con entrevistas en pantallas desplegadas por salas y escenario.
Marilyn Monroe
Yo iaproveché el happening para formular algunas preguntas. Empecé por Marilyn Monroe, la voz del cielo llegada de Iraq: «Me encanta estar aquí para animar a las tropas de Felipe II». La interrumpió un trompeterío en el pasillo. Me colé entre bastidores para preguntar a Sonia Ganassi, la gran triunfadora de la noche como Éboli, cómo se encontraba en la producción. Lo logré, después de que Konwitchny nos descifrase la razón del parche en el ojo y de que el Gran Inquisidor la pillase en la cama con Felipe II, pero antes de que los sicarios de ambos la apuñalasen. «La verdad es que me cuesta mucho centrarme en el personaje porque siempre sucede algo que me saca de él». Se trata de reescribir la ópera en vez de recrearla.
Poniendo paz entre dos espectadores que casi llegan a las manos, me topé con el crítico de LA RAZÓN, quien me opinó de la interpretación: «No es comparable a los Don Carlos liceístas de los setenta, pero no está mal. Bien director, orquesta y coros. Estupenda Ganassi. Pieczonka, que como Sieglinde fue la tuerta en el país de los ciegos que es hoy Bayreuth, posee menos voz y más lírica de lo esperado, aunque de color bellísima y muy musical. Bien Álvarez y mucho mejor de lo imaginado el Felipe II de Prestia. No hubo Gran Inquisidor y el Don Carlo de Farina, con bastantes disfunciones en los agudos en el último acto, fue abucheado más de la cuenta».
Bueno, bueno, ¡nunca me lo había pasado tan bien en la ópera! Dos horas y media del primer acto, sin interrupción, en un pis pás. Vamos, ni con otro «don», el «Don Pasquale»! Lástima que haya tenido que ser con un drama. Señor Konwitschny: ha pasado usted la prueba, posee una gran inteligencia y La Cubana le acepta para diseñar su próximo espectáculo. Y muchas gracias también por hacerme disfrutar tanto al escribir esta parodia de crítica que espero a la altura de la suya sobre «Don Carlo». Ah, y como yo, sonría por favor.

«No puedo creer lo que estoy viendo»

Algunos espectadores acudieron armados con pitos, pero no pudieron oírse. Tal fue el volumen de abucheos, gritos e incluso insultos. Unos pocos aplaudieron a rabiar, otros muchos abuchearon con todas sus fuerzas. Había italianos llegados ex profeso desde Milán. «No me puedo creer lo que estoy viendo. He pagado viaje, hotel y me han robado el portafolio en el metro. Esto es un desastre». «Para protestar antes hay que venir vestido en condiciones», increpaba un joven a un maduro. «Si voy a la Scala, voy con corbata, pero aquí sé que no hace falta y protesto porque tengo derecho». Todo en plena representación. La aparición de Marilyn Monroe cerrando el «Auto de fe» fue la gota que colmó el vaso. Las ganas de abuchear y la curiosidad por ver en qué terminaba todo se tradujeron en que el público no abandonaba el teatro tras más de cinco horas. Posiblemente el mayor escándalo en el Liceo.

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