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Por Publicado el: 18/04/2020Categorías: Colaboraciones

Las otras enfermedades (I)

LAS OTRAS ENFERMEDADES (I)

Empezamos una serie de dos artículos centrados en las enfermedades propias de los músicos, escrita por Mario Muñoz Carrasco, en la que se contarán también ejemplos de artistas populares que han padecido alguna de ellas.

Enfermedades-musicos

Todos los melómanos guardan en la memoria algunos referentes musicales que se vieron arrasados por la enfermedad, o que modificaron por ella su devenir artístico. Ejemplos hay muchos, desde el misticismo y crueldad que rodearon la escalada de la esclerosis múltiple de Jacqueline du Pré hasta la fundación casi anímica de la Orquesta del Festival de Lucerna para traer de vuelta a Claudio Abbado de su cáncer de estómago. La superación, la lucha o la resiliencia -si se quiere utilizar esa palabra tan pomposamente repetida en estas fechas- ayudan a construir los ídolos. Pero por debajo de los embates del destino, de los males imprevistos en forma de trampas del camino a los que cualquiera de nosotros estamos expuestos, hay toda una serie de enfermedades propias de la práctica profesional del músico que se repiten por las especiales características del trabajo. Sin ninguna pretensión de exhaustividad, repasamos con ejemplos algunas de ellas.

El laberinto de lo físico

Partamos de una base comúnmente ignorada que explica buena parte de los trastornos a los que se ve sometido el músico: el tipo de apuesta vital a la que se ha enfrentado un intérprete profesional durante sus años de formación es equivalente a la de un deportista de élite, con un necesario compromiso diario y abundante reiteración postural durante la infancia y adolescencia. Son sacrificios superiores a los exigidos a cualquiera que no curse música de forma reglada, e incluye un componente mental (menos espacio para el juego, para la vivencia, para la experiencia con los otros) que tendrá su peso y se compensará con el tiempo sólo en algunas ocasiones. Durante toda esta escalada profesional se establece una difícil relación entre el cuerpo y el instrumento elegido, que habitualmente es tan placentera como traumática. Recordemos aquel lapidario “la guitarra es una hija de puta” del gran Paco de Lucía.   

El más común y leve de los trastornos del músico es la sobrecarga muscular, una contracción involuntaria de las fibras musculares en la que comúnmente tiene algo más que ver la intensidad que la cantidad de horas de trabajo (aunque obviamente el exceso no ayude). La reiteración de una interpretación explosiva de algunos fragmentos musicales concretos suele acabar por desarrollarla. Para evitar estas sobrecargas y atrapamientos musculares se precisa de una serie de precauciones (periodos de calentamiento, higiene postural y un cuidado del componente ergonómico) que no siempre son fáciles de controlar, dada la precariedad de algunas salas de conciertos o de las propias condiciones laborales del músico. No tiene sentido ejemplificar las sobrecargas, porque todos los músicos en activo las han tenido en algún momento de sus carreras, pero sí es cierto que hay funciones dentro de la orquesta más proclives a ellas (como la de concertino de una orquesta, que ha de marcar acentos y lugares de arco al resto de la sección) y sobre todo obras o movimientos malditos, que tienen fama de provocar más este tipo de lesiones temporales. Ejemplos de esto último son el último movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, el Andante cómodo que abre la Novena Sinfonía de Mahler o el imparable Saltarello con el que finaliza la Italiana de Mendelssohn. Casi pareciera que toda espectacularidad se cobrara su coste. 

lang-lang

Lang Lang

Si subimos tres o cuatro peldaños nos encontramos con toda la variedad posible de tendinitis, que afectan a los dedos (en los flexores o extensores), la muñeca, un lado u otro del codo (epicondilitis o “codo de tenista” y epitrocleítis o “codo de golfista”) y un largo etcétera. Es una inflamación de los tendones que acaba provocando un dolor punzante que puede inhabilitar al músico en el medio y largo plazo. Son los movimientos repetidos los causantes de la lesión, y la necesidad de detener por completo la actividad el insalvable precipicio al que se enfrenta el instrumentista

El caso de Lang Lang ejemplifica el cómo, el por qué y el hasta cuándo de la enfermedad. Tras su precoz dedicación al piano y la exigencia paterna de innumerables horas de ensayo, Lang Lang se convirtió en un fenómeno técnico y también en uno mediático. Más de un centenar de conciertos al año con todo tipo de repertorio le ocasionaron una tendinitis en la mano izquierda y un parón forzado de dos años. Aunque ya vuelve a estar en activo, su recuperación completa es una incógnita, y más si se mira su último lanzamiento, Piano Book, una visita a todo el repertorio base de los años de formación del pianista. Un nivel de exigencia, obviamente, por debajo del que necesitó para grabar hace casi una década su Live in Vienna. El bis de hace diez años era la Polonesa “Heroica”, op. 53 de Chopin; en la última visita, fue la bagatela Para Elisa. Otros grandes prodigios también han sido pasto de tendinitis cronificadas, como el añorado Paco de Lucía, ejemplo arquetípico de lucha y derrumbe casi diario contra su lesión. 

No con la reiteración del movimiento sino con la reiteración del sonido tiene que ver otra de las patologías musicales más comunes, el tinnitus. Los acúfenos o tinnitus están tipificados en el lenguaje coloquial como el “zumbido en los oídos”, un sonido constante que no se vincula con ninguna fuente de ruido exterior. Aunque su origen puede no tener que ver con la rutina laboral musical, uno de los factores más comunes para su aparición es la exposición prolongada y reiterada a sonidos de gran intensidad. En algunos instrumentistas los acúfenos son temporales, pero en otros acaba generando una hipoacusia dramática desde el punto de vista de la vida laboral del músico, que queda inhabilitada. Además, la escucha continuada del zumbido suele generar un cuadro mayor de complicaciones derivadas, como ansiedad o depresión, con motivos sencillos de imaginar.

Los ejemplos en este caso son múltiples, pero también más anónimos, porque afectan por el tipo de distribución orquestal antes al foso de ópera que al solista. Fue muy sonado hace un par de años el caso del violista Christopher Goldscheider, que denunció -y ganó- a la Royal Opera House por los acúfenos y la subsiguiente pérdida auditiva permanente que le ocasionaron los ensayos de una Die Walküre de más de 130 decibelios (el equivalente al despegue de un avión), allá por 2012. En los auditorios, las pantallas de sonido situadas delante de los metales y la amplitud del escenario atenúan estos problemas. Con todo, hay muestras de convalecencia aterradoras: el cuarto movimiento del Cuarteto de cuerda n.º 1 en mi menor, “Z mého života” (“De mi vida”) de Bedřich Smetana, que va repasando la vida del propio compositor, cuenta la aparición del tinnitus que acabaría en sordera manteniendo en el primer violín una nota pedal durante varios compases (un mi sobreagudo), que representa el reconocible zumbido perenne. Más allá del ámbito de la música clásica, dentro de representaciones musicales asociadas a un volumen mayor, el problema es relativamente común: Eric Clapton lleva años arrastrando, además de sus problemas de espalda y una neuropatía periférica, unos acúfenos tan prominentes que casi le han llevado a la retirada. Mario Muñoz Carrasco

(Continuará)

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