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Por Publicado el: 13/06/2014Categorías: Crítica

Las vísperas sicilianas: Miseria y grandeza

MISERIA Y GRANDEZA

Teatro Real

VERDI: Las vísperas sicilianas. Piero Pretti, Juliana di Giacomo, Franco Vassallo, Ferruccio Furlanetto. Coro Intermezzo, Coro de la Comunidad de Madrid. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dir.: James Conlon. 11 de junio de 2014; Teatro Real Madrid.

La miseria: en la mañana de este concierto fallecía Rafael Frühbeck de Burgos. Instantes antes de comenzar la sesión, una voz anónima anunció por megafonía que el tenor Pretti estaba indispuesto, pero que a pesar de ello cantaría. Muchos pensamos que a renglón seguido se pediría un minuto de silencio en memoria de Frühbeck de Burgo. Pero no hubo una palabra más, James Conlon salió al escenario y comenzó la obra. El Teatro Real puede dedicar un sentido recuerdo a Claudio Abbado, pero no al director español de mayor proyección internacional. Qué miseria moral…

La grandeza: la interpretación en concierto, como la del “Rienzi” de Wagner hace unos meses, de “I vespri siciliani” de Verdi, con un gran director, excelentes cantantes y maravilloso coro doble, traducción que fue a más a lo largo de las 3 horas y media de la velada y culminó en clima de impactante fuerza.

Pausa, comentario escuchado a una espectadora en el intermedio: “Casi mejor en versión de concierto, así te imaginas que estás en Palermo, y no ves a los cantantes en los urinarios de un bar o en un tanatorio.” Pues mire, no le faltaba razón.

Sigamos con la grandeza. No sé de dónde ha salido Piero Pretti, “Arrigo”, pero es un tenor sensacional, con estupenda dicción, agudos valientes y limpios, temperamento dramático y sentida musicalidad. Su papel en esta magna ópera “a la francesa” de 1855 es en parte un retorno al “Manrico” concebido dos años antes para “Il Trovatore”, como señala en magníficas notas Víctor Sánchez Sánchez, pero acaso con mayor dificultad canora y menos brillantez. Si Pretti cantó bajo de forma, ¿qué hará en condiciones exultantes? Su oponente (y progenitor), “Monforte”, estuvo a paralela altura en la actuación de Franco Vassallo, y los dúos padre-hijo, sobre todo en los dos primeros actos, encendieron al público. Se ovacionó con entusiasmo al ya veterano, siempre eficaz, gran matizador de frases, Ferruccio Furlanetto, como el bueno-malo “Procida” –en esta ópera todos los personajes, menos “Elena”, son fluctuantes entre el bien y el mal-, y también valiente, pero no siempre entonada, la americana, a pesar del nombre, Julianna di Giacomo en ese último personaje. Encomiable la labor de los dos coros, Comunidad de Madrid e Intermezzo, y en cuarto creciente a lo largo de la función la Sinfónica de Madrid, que se crece cuando tiene a un gran maestro a su frente, el precitado Conlon, director americano de presencia venturosamente habitual en Madrid, que recortó pasajes habitualmente escindidos –el sin duda brillante ballet, pero que alarga la acción media hora más- y levantó, en cambio, otros cortes al uso. Fue una noche de merecido éxito. José Luis Pérez de Arteaga

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