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Virtuosismo y emociones en la ONE
Por Publicado el: 21/11/2012Categorías: Crítica

Lemper y el Cuarteto Vogler, sofisticación y confusión estilística

Músicas degeneradas en el CNDM

Sofisticación y confusión estilística

Obras de Schulhoff, Emer, Weill, Eisler, Alberstein, Piazzola y Brel. Ute Lemper y Cuarteto Vogler. Auditorio Nacional. Madrid, 20 de noviembre.

Máxima expectación y lleno para la nueva actuación en Madrid de Ute Lemper. Curioso esto de los medios de comunicación. La cantante salió en toda la prensa en anteriores ocasiones, mientras que en ésta ha pasado totalmente desapercibida. ¿Se trata lo que interesa o lo que en un momento determinado vende una organización o una agencia de promoción? Ella ha conseguido un hueco en el mundo del espectáculo que queda reflejado en discos como «Ute Lemper canta a Kurt Weill», el dedicado a Edith Piaf y Marlene Dietrich «Illusions» o el variado «City of Strangers» y explota en sus actuaciones en vivo. Estuvo en Madrid, en el Albéniz en 2000, con un programa que se bautizó como “De Weimar a París”, que es claro precedente del actual. Estamos ante un recorrido por canciones de amor y muerte, desde las de Weill a las de Brel, pasando por el repertorio de Piaf, algunos autores de la Alemania del este un Piazzola que bien habría podido dejar en el tintero en su incursión madrileña.

Estas canciones tienen una componente natural que Lemper no traslada. No lo hace porque, en primer lugar, se precisa un escenario con una iluminación adecuada, lo que no existe en la sala de cámara del Auditorio Nacional. En segundo porque la amplificación perjudica enormemente a esas canciones y en tercero porque prefiere adentrarse en ellas por la vía de la sofisticación. Lemper las canta pero no las vive desde el interior sino que interpreta tales vivencias. Quien haya tenido la suerte -o la desgracia castradora- de escuchar primero a Piaf, Milva o Minelli entenderá perfectamente lo expuesto. «El acordeonista» o “Milord” exigen desgarro vocal. “Ne me quitte pas” ha de emocionar por su desesperada desnudez y «Amsterdam» ha de dibujar el puerto en donde se emborrachan los marineros, pidiendo vino y más vino.

Por lo demás Lemper se mete al público en el bolsillo desde la primera canción hasta la última. Gusta a todos porque no hay en ella extremos. Ni la fresca simplicidad de Brel, ni el arrebato emocional de Piaf. Tampoco las locuras escénicas de Minelli ni las audaces vocalidades de Mina. Más acertada en este repertorio estuvo siempre Milva. Lemper se mueve en un término medio de calidad en tales aspectos, a los que acompaña con inteligencia de planteamientos –recitó en español varios textos y habló y cantó en cuatro idiomas- y, en esta ocasión, con el excelente cuarteto Vogler y el hombre orquesta Stefan Malzew, autor de casi todos los arreglos y responsable de que muchas de las canciones perdiesen su auténtica personalidad. Entusiasmo en la mayoría y, para otros, un poco de “barba”, sensación ocasionada por una globalización estilística que provocaba que casi todo sonase igual. Gonzalo Alonso

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