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SIEGFRIED (R. WAGNER). Teatro de la Maestranza de Sevilla
La música por encima de Pires y Meneses
Por Publicado el: 12/12/2012Categorías: Crítica

Lohengrin, desplumado en una corrala

Apertura de la Scala

Lohengrin, desplumado en una corrala

«Lohengrin» de Wagner. R.Pape, J. Kaufmann, A. Petersen, T. Tómasson, E. Herlitzius, Z. Lucic. Orquesta y Coro del Teatro de la Scala. C. Guth, dirección de escena. D. Baremboim, dirección musical. Teatro alla Scala. Milán, 11 diciembre.

La polémica estaba servida desde el inicio: ¿Cómo el templo de Verdi por excelencia podía permitirse abrir temporada con Wagner en el año del centenario verdiano, por más que también lo fuese del alemán? Se metió al presidente Napolitano por medio y hasta la Scala hubo de publicar la carta recibida del mandatario en la que aseguraba entender la decisión de Lissner, intendente del teatro. Baremboim nunca ha sido un experto verdiano y ya probó las hieles del teatro con «Simon Boccanegra», por eso eligió las más italiana de las óperas wagnerianas. Al público no le ha importado tanto, quizá por la casi media docenas de óperas del italiano programadas en la temporada, e incluso ha premiado con vítores a los artistas en sus salidas finales a escena, excepción hecha del regista Claus Guth, protestadísimo en el estreno.

Su dirección no cuenta la leyenda medieval que inspiró al compositor, tal y como se acaba de realizar en Pekín con unos fastuosos decorados, sino que traslada la acción al XIX, época del desarrollo del psicoanálisis, y somete al público a un brainstorming sobre las conductas y motivaciones de los personajes. Lohengrin no es un héroe sino un acomplejado enfermo de epilepsia y hasta se sugiere que Elsa pudo haber asesinado a su hermano. Guth se tomó textualmente la frase en la que Telramond acusa a Lohengrin de encantar a un cisne salvaje y convierte al protagonista en un ganso dubitativo que sufre espasmos, juega a equilibrismos descalzo, echa a correr y se esconde en posición fetal tras un piano al ser difamado. Nadie entiende el significado del omnipresente instrumento hasta en el lago donde pasan la noche nupcial, ni las misteriosas apariciones infantiles. Del cisne no se ven más que las plumas caídas del techo de la corrala donde se desarrolla todo. Como si el coro, desparramado por los pisos, se hubiera comido la carne. Dirán que la metáfora es poesía, yo digo que no es sino una forma fácil de escurrir el bulto. La escena reúne tensión y dramatismo, incluso impacta cuadro por cuadro, con momentos magníficos como la seducción sexual de Ortrud a Telramund, pero no deja de ser un cúmulo de incoherencias respecto al libreto. Estamos ante un ejemplo más del «koncept» alemán si bien, como me decía el propio Kaufmann tras la función, «peores eran las dos que he cantado en Munich y Bayreuth».

Éste es claramente el gran triunfador. Da gusto escuchar alguien, siempre musical y elegante, cantando fortes, pianos y medias voces. Habrá a quien no le satisfaga el primer tercio grave de la voz, incluso parte del centro, cada día mas oscuro en color baritonal hasta parecer engolado, pero el agudo no sufre y llega al final sin cansancio alguno. El gran tenor del presente para este repertorio e insustituible escénicamente en esta producción aunque, no habiendo héroe, quizá hubiera convenido más una voz clara como la de Florian Volgt en vez de la heroica de Kaufmann. Ann Petersen, medio recuperada, se incorporó al reparto reservándose en el primer acto, entregándose en el segundo y pagando las consecuencias en el tercero. También las paga  Evelyn Herlitzius, una formidable Ortrud escénicamente que se implica dramáticamente en lo vocal hasta llegar al grito. Es buena la voz del barítono Tómas Tómasson, pero muestra cansancio. Claro que habría que saber si los gallos del segundo acto están ocasionados por la borrachera a la que le somete el regista. Zeliko Lucic queda muy opaco como heraldo y tampoco le ayuda la escena. Por último René Pape, un auténtico lujo como Rey que nos retrotrae a tiempos más serios de la lírica. Bien el Coro, pero la orquesta carece hoy del nivel que tuvo en las épocas de Abbado o Muti, fundamentalmente por la pérdida de una personalidad sonora y ello se pudo comprobar desde el preludio. Baremboim es un director de técnica mejorable. No es que su «Lohengrin» quede por detrás de los legendarios de Knaperbusch, Karajan, Kubelick o Kempe, es que tampoco está a la altura del más reciente de Thieleman y que no siempre coro y orquesta marcharon juntos. Queda oficio y, sin duda, el músico que es, pero hubiera sido deseable mayor grado de inspiración, fuelle dramático y coherencia de tempos y belleza sonora.

Esto es lo que hay: querer ser más listos que nadie y que los demás nos sintamos tontos. Ni siquiera quienes compraron el programa de mano por 30€ y leyeron las explicaciones de Guth llegaron a entender lo que vieron. ¡Qué decir de los demás! Pero queda mal que un intelectual famoso reconozca ante un micrófono de Arte o la Rai que no se enteró de nada. Así nos va. Gonzalo Alonso

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