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Por Publicado el: 04/10/2009Categorías: Crítica

LOS LISTILLOS QUE NO AMABAN A STRAUSS

LOS LISTILLOS QUE NO AMABAN A STRAUSS

Ciclo Juventudes Musicales
BEETHOVEN: Gran Fuga, Op. 133, R. STRAUSS: Metamorfosis, BRAHMS: Sinfonía nº 1, Op. 68. Orquesta de Cámara Mahler. Dir.: Kent Nagano. Auditorio Nacional, 4 de octubre de 2009.
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Las dos orquestas “Mahler” creadas por Claudio Abbado, la Orquesta Juvenil Gustav Mahler (formada en 1986, con sede en Viena) y la Orquesta de Cámara Mahler (fundada en 1997, con sede en Renania del Norte-Wesfalia), gozan de excelente vitalidad, regidas ambas por imaginativos gerentes –Alexander Meraviglia para la orquesta grande, Andreas Richter en la de cámara- y disfrutan de la colaboración de grandes maestros que casi se pelean por dirigirlas. La Mahler Chamber hizo su última visita de la mano de su fundador, Abbado, durante el ciclo beethoveniano del Teatro Real en abril de 2008. Nada de lo entonces ponderado sobre la versatilidad y solidez de esta formación, en la que actúan tres españoles del total de 50 músicos reclutados en 20 países, ha cambiado en esta nueva actuación, realizada de la mano del californiano-japonés Kent Nagano un día después de la clausura de la Beethovenfest de Bonn.
Nagano no sólo es un buen director, sino un excelente programador. Abrió su concierto con la versión para orquesta de cuerdas de la “Gran Fuga, Op. 133” de Beethoven, el primitivo final del “Cuarteto nº 13”. En tiempos se tocó mucha la excelente versión de Toscanini; no se indicaba en parte alguna del programa, pero el arreglo escuchado fue el realizado por el también director de orquesta Felix Weingartner, al que asímismo se debe una nada desdeñable versión sinfónica de la “Sonata nº 29, Hammerklavier”. Pero el epicentro de la sesión llegó con las “Metamorfosis” para 23 instrumentos de cuerda, escritas al término de la II Guerra Mundial por un Richard Strauss, que, como en los “Cuatro últimos Lieder”, veía ya el arte en general y la música en particular como un trasunto del más allá. Nagano hizo audibles, obviamente, las referencias a la ‘Marcha fúnebre” de la “Heroica” de Beethoven, sí, pero también a la “Gran Fuga” que se acababa de escuchar. Su final de la hondísima pieza fue un portento de misterio, expresividad y recogimiento, sólo machacado por un grupito de listillos descerebrados, de esos que necesitan demostrar con el aplauso a destiempo que saben que la obra ha concluido, a los se acalló, pero que consiguieron su objetivo de destrozar el efecto que la pieza y su silencio dejan en el oyente. Maldición eterna para ellos, como diría el maestro Manuel Puig. La “Primera Sinfonía” de Brahms, que acaba en ‘fortissimo’, permitió a la caterva de menguados explayarse a gusto en su braverío aplaudidor. El ‘pianissimo’ no se hizo para estos melómanos de cuatro patas: ellos se lo pierden.

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