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Por Publicado el: 20/10/2004Categorías: Crítica

Lugansky, sin alma

Ciclo Grandes Intérpretes
Sin alma
Obras de Beethoven, Chopin y Prokofiev. Nikolai Lugansky, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 19 de octubre.
Nikolai Lugansky (Moscú, 1972) es una de las figuras destacadas y promocionadas de la joven generación. No había actuado antes en Madrid, pero sí se le conocía por alguna parte de su ya amplia discografía, que abarca todo tipo de autores y obras. Cuenta su propia página web que a los cinco años, sin saber leer, se sentó ante un piano y tocó de memoria una sonata de Beethoven. Ahora ya no es un niño, pero tampoco un prodigio.
Empezó su recital de presentación con el “Claro de luna” beethoveniano en una de las versiones más grises que hayamos escuchado en los últimos tiempos. Cierto que hay una técnica sobresaliente, pero eso es hoy algo necesario pero no suficiente que se supone y exige en cualquier pianista que empieza, que se traduce en claridad de líneas. Sin embargo también es cierto que el sonido no posee nada especialmente personal, que su enfoque es un tanto aséptico y que entre suavidades y fortalezas hay un gap importante. Esta impresión se afianzó en los dos “Nocturnos” y en la “Balada n.6” de Chopin ofrecidos a continuación. No había el vuelo, el abandono que requiere esta música tan próxima al bel canto y sin ellos no se puede transmitir nada del mundo chopiniano.
Mucho mejor le va Prokofiev. Los ritmos salvajes y los acordes tempestuosos se prestan bien al virtuosismo de las jóvenes generaciones y la frialdad de sus melodías encaja mucho mejor con Lugansky. Frialdad no quiere decir debilidad y Lugansky atacó el piano con todas las de la ley. En este repertorio importa algo menos el alma. Logró caldear el ambiente, bastante gélido tras la primera parte, y colocó dos propinas sin hacerse mucho desear en las que lució dominio técnico. Con todo quedó la sensación de haber escuchado tocar música sin hacer música. Gonzalo Alonso

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