Critica: Maazel regresa a Les Arts de la mano de Gustavo Gimeno
Maazel regresa a Les Arts de la mano de Gustavo Gimeno
ORQUESTRA DE LA COMUNITAT VALENCIANA. Gustavo Gimeno (director). Programa: Obras de Strauss (Muerte y transfiguración) y Wagner-Maazel (El Anillo sin palabras). Lugar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: 1.400 personas (lleno). Fecha: Viernes, 7 febrero 2025.

Gustavo Gimeno Fotografia: Miguel Lorenzo
Lorin Maazel ha vuelto al Palau de Les Arts. El que fuera fundador de la Orquestra del Palau de Les Arts y primer director musical de la ópera valenciana ha regresado de la mano de Gustavo Gimeno (València, 1976), quien, al frente de la orquesta fundada en 2006 por el desaparecido director franco-estadounidense, ha dirigido la brillante suite sinfónica que éste elaboró a partir de los temas y motivos más recurrentes del inmenso ciclo wagneriano El Anillo del Nibelungo. Ahora, el viernes, el fiel y bien hilvanado fresco sinfónico maazeliano -estrenado por la Filarmónica de Berlín en 1987 con él mismo al frente-, ha recalado en el Palau de Les Arts en una versión pletórica de brillantez y aromas wagnerianos. Una interpretación en la que laten los años de trabajo de Maazel tanto como las ya históricas versiones de El Anillo del Nibelungo dirigidas por Zubin Mehta entre 2007 y 2013.
Pero Gustavo Gimeno, maestro de personalidad, arrojo, criterio y medios, ha tenido el acierto de plantear su propia versión. Tan vibrante, brillante y pulida como las legendarias interpretaciones wagnerianas que tanto Maazel (Parsifal) como Mehta (Ring, Tristan und Isolde) firmaron al frente de la misma orquesta. Con su gesto elegante y claro, nervio y saber decir y hacer, el maestro valenciano recreó el poema sinfónico con fino sentido narrativo y claro empeño en hacer escuchar cada uno de sus mil y un motivos y guiños temáticos. Una lectura que, en definitiva, y de la mano de Maazel, sigue y respeta milimétricamente el decurso argumental de la partitura: desde el prodigioso inicio en las profundidades del Rin hasta el fascinante final, con la Inmolación de Brunilda, el gran incendio purificador y la vuelta a los orígenes.
Sin cantantes pero con la base formidable de la OCV, Gimeno y sus músicos emergieron desde el más pulido pianísimo de las profundidades del Rin; se encontraron con los gigantes y su imperativo ritmo; bajaron a las profundidades de Nibelheim (estupendos los sonoros yunques nibelunguinos); entraron solemnemente en el Walhalla; visitaron la casa de Hunding (sobresaliente solo de violonchelo); cantaron a la primavera; cabalgaron majestuosamente con las Valquirias; fueron Sieglinde y Brunilda en la famosa escena del tercer acto de La Valquiria y se entregaron al incandescente fuego mágico. Cantó magistralmente el pájaro del bosque su aguda melodía y el trompa Bernardo Cifres se lució -como siempre- en la famosa y temida “Llamada de Siegfried”. El despertar resplandeciente de Brunilda en la portentosa escena final de Siegfried fueron preámbulo de la música maravillosa y maravillosamente entonada del feliz “Viaje de Siegfried” por el Rin. La “Música fúnebre” de El ocaso de los dioses se sintió turbadora y noble, mientras que el final fue dicho con intensidad, arrojo, ensoñación y esa calidad instrumental de la OCV tan característica y única por estos parajes mediterráneos.
Antes, en la primera parte, el público, que abarrotó el espacioso Auditori del Palau de Les Arts y se volcó en una ovación interminable a Gimeno y a los profesores de la nutrida orquesta, disfrutó y se conmovió con la meticulosa, intensa y descriptiva lectura que el fervoroso straussiano que es el director valenciano planteó de Muerte y transfiguración, el reflexivo poema sinfónica que el compone el joven Strauss en 1889, con apenas 25 años, pero ya cargado de estilo y plenitud. Meditación y reflexión sobre “la muerte de un artista”, que tantas veces se ha dicho que era el propio compositor. Gimeno, como luego hizo en El Anillo sin palabras, se adentró implacable en el tuétano de la música y sus sentidos. En el podio, se transfiguró en el ser agónico que, en el umbral de la vida, la recorre y cuenta: desde los inocentes años de la infancia, a los conflictos de la pubertad o las ambiciones mundanas de la madurez. Todo conduce a la anhelada “transfiguración” en los “confines infinitos del cielo”. El maestro valenciano bordó un periplo radical y transparente. Implacable, que apunta al expresionismo venidero de Salome y Elektra. Total éxito. De público y artístico. Como cada vez que el “mestre” valenciano regresa a su terreta. Justo Romero
Publicado en el diario Levante el 9 de febrero de 2025
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