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Por Publicado el: 25/04/2006Categorías: Crítica

Mahler en Hollywood

Ciclo de Ibermúsica
Mahler en Hollywood
Obras de Schönberg y Mahler. Juliane Banse, soprano. Gustav Mahler Jugendorchester. Claudio Abbado, director. Auditorio Nacional. Madrid, 23 de abril.
Posiblemente era el concierto más esperado del año. Claudio Abbado es casi un mito viviente. Sus circunstancias personales le han colocado en un lugar aparte de otros compañeros de generaciones más o menos próximas, como Mehta, Maazel o Barenboim. Mucha gente se acercó a las puertas del Auditorio con la esperanza de encontrar una entrada a última hora.
Pero si para el público resulta un hito presenciar un concierto de Abbado, también lo es tocar bajo su batuta para los jóvenes de las orquestas a las que dedica su atención. Así para los de la Gustav Mahler Jugendorchester. Estos chicos jovencísimos –el ayudante de concertino es hijo de Barenboim- se entregan con entusiasmo y se superan por momentos. Seguro que existe un problema: a lo largo de los ensayos son muchos más los que tocan una misma partitura que los que ésta reclama como plantilla. De ahí que la bellísima, intensa y tan injustamente relegada de las programaciones “Pelléas y Mélisande” de Schönberg tuviese más atriles de los muchos que de por sí ya reclama. Por ejemplo, dieciocho violas o cuatro arpas. Puede alabarse con justicia el sonido, precioso en la cuerda, pero lo más importante es la comunicación. Ellos con Abbado trasmiten y emocionan -¡qué tercer tiempo el del Mahler!-. Experiencia y juventud tuvieron su reconocimiento con el premio Menuhin de la Escuela Reina Sofía, entregado por la Infanta Margarita al finalizar el concierto.
Cuando Barajan abordaba Bach o Mozart con plantillas enormes se decía que hacer que muchos sonasen como pocos era tan meritorio como que pocos sonasen como muchos, pero en todo caso un lujo. Pues lo mismo sucede con este Abbado. Porque la “Cuarta” de Mahler no es la de los “Mil” y casi lo parecía. A veces tanto poder dinámico puede perjudicar la transparencia de las texturas o quedar fuera de lugar –así algunos ataques acelerados entre el canto de la solista en el último tiempo- pero no hay más remedio que descubrirse ante otros de increíble belleza como la frase de la cuerda aguda al final del primer tiempo en un piano casi etéreo. Y, al final, se hacen reales las palabras del lied, de otro lado muy discretamente cantado por Juliane Banse, “Ya no hay música en la tierra que sea comparable con la nuestra”. Y se sale feliz del Auditorio sabiendo haber escuchado un gran concierto, equiparable a una ya lejana pero aún memorable “Quinta” de Mahler con Londres. Gonzalo ALONSO

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