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Por Publicado el: 21/04/2013Categorías: Crítica

MARIA STUARDA (G. DONIZETTI). Palacio Euskalduna de Bilbao

MARIA STUARDA (G. DONIZETTI). Palacio Euskalduna de Bilbao. 20 Abril 2013.

Los tiempos que corren en el mundo de la ópera no son los más propicios para el belcantismo y, por tanto, para uno de sus máximos exponentes, cual es Gaetano Donizetti. Los gustos de los directores artísticos y las modas imperantes en las producciones escénicas han llevado casi al olvido (con excepciones singulares) al gran repertorio italiano de la primera mitad del siglo XIX. Apenas llegan a 10 las óperas de esta época que se representan de manera habitual en los grandes teatros de ópera. Si de Donizetti hablamos, la lista apenas pasa de 3 (Lucia di Lammermoor, L’Elisir d’Amore y La Fille du Regiment). La consecuencia de todo esto es clara. Cada vez son más escasos los cantantes con el estilo y la técnica adecuados para este repertorio y lo mismo se puede decir de los maestros, siendo rarísimo que uno de los grandes dirija una ópera belcantista.

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No tiene nada de extrañar, por tanto, que la programación de Maria Stuarda por ABAO haya levantado grandes expectativas por parte del aficionado. Hay que recordar que esta ópera no se había representado en Bilbao sino en una ocasión hace ya 16 años y que en los últimos 30 años no se ha representado en ningunos de los grandes teatros de ópera españoles, excepto en versiones de concierto. El hecho de que una de las más importantes sopranos de la actualidad, Sondra Radvanovsky, debutara el personaje añadía más carga de interés a las representaciones. El resultado no ha respondido a la gran expectación levantada, con una producción pretenciosa y un tanto aburrida, una versión musical que no pasó de la corrección, y una interpretación vocal un tanto irregular.

Teniendo en cuenta lo dicho más arriba, no es difícil entender que ABAO no haya tenido mucho donde elegir para ofrecer una producción de esta ópera, habiéndose decantado por la que Stefano Poda estrenó el año pasado en la ciudad austriaca de Graz. Como he mencionado más arriba, el trabajo de Stefano Poda me parece pretencioso, dejando a los artistas abandonados a su suerte en su interpretación escénica.

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El propio Stefano Poda es el autor de escenografía, vestuario e iluminación. La producción va por caminos de simbolismo y tiene poco interés. La pesada escenografía, a base de muros recargados de decoración, puede servir para decenas de óperas, el vestuario resulta lo más atractivo, dentro de una línea de cierta elegancia. El ambiente de la producción es muy oscuro, lo que podría haber propiciado una destacada labor de iluminación, pero Stefano Poda no la resuelve debidamente, resultando más caprichosa que puesta al servicio del drama. La parte simbólica viene presentada con unas columnas con coronas reales en la primera parte de la ópera, que pasan a ser cabezas en la segunda. Hay presencia frecuente de algunos grupos escultóricos, representados por figurantes, que vienen a representar los fantasmas que persiguen a la protagonista. Los movimientos de los decorados son muy frecuentes, lo que unido al ambiente nocturno, a punto estuvo de causar algún accidente a los cantantes.

Esta visión simbolista de la producción necesitaría una muy cuidada dirección de escena por parte de Stefano Poda. Hay una notable falta de dirección de actores a lo largo de toda la representación. A menos que se cuente con avezados intérpretes, estas óperas belcantistas necesitan un trabajo muy especial con los cantantes, ya que es necesario hacer creíble el texto que cantan. No ha sido así en esta producción, quedando cortos en este sentido tanto Elisabetta como Leicester. El momento culminante de la ópera, los insultos de Maria Stuarda a su prima, resulta por demás artificial, siendo un error desde mi punto de vista hacer un parón de medio minuto en la acción antes de que la ex reina de Escocia comience con Figlia Impura di Bolena. Lejos de ser un climax se convierte en lo contrario.

Hay que reconocer que el trabajo escénico de Stefano Poda permite una correcta narración de la acción, sin relecturas extrañas a la música y al libreto. No quiere terminar sin señalar un serio problema de la producción, que es el hecho de colocar a los cantantes en el fondo del escenario, lo que es un craso error en el Euskalduna. Hacen falta voces excepcionales para cantar en estas condiciones y únicamente se contaba con la de Sondra Radvanovsky, cuyo instrumento es realmente excepcional. Como resumen, me resulta una producción pretenciosa, en gran medida aburrida, e insuficientemente dirigida escénicamente, aunque estéticamente pueda resultar aceptable.

Al frente de la dirección musical estaba el madrileño José Miguel Pérez Sierra, cuya lectura podemos considerarla como bastante correcta. Se ha ofrecido la edición crítica de Anders Wiklund, que tiene algunas variaciones respecto de la que hemos conocido tradicionalmente, especialmente la sinfonía, que queda muy recortada. La dirección de Perez Sierra me resultó algo anodina durante el primer acto – siguiendo la división tradicional -, ganando en vida e intensidad a continuación. Apoyó bien a los cantantes, lo que tiene bastante importancia en este repertorio, con algunos tiempos un tanto erráticos, especialmente en la famosa Plegaria, que no se entienden más que por la necesidad de ponerse al servicio de la protagonista. En conjunto me ha parecido una interpretación válida, sin desajustes entre foso y escena, sacando buen partido de la Orquesta Sinfónica de Navarra. El Coro de Ópera de Bilbao tuvo un comienzo poco halagüeño, ofreciendo una buena interpretación del coro que abre la escena final, aunque faltó el empaste debido.

El reparto vocal reunido por ABAO me parece digno de elogio, aunque el resultado no haya tenido la calidad que podía esperarse.

Es bien sabido que la primera intérprete de Maria Stuarda fue Maria Malibrán, cuyas características vocales estaban lejos de ser las de una soprano lírica o lírico ligera, que es lo que se ha venido ofreciendo en este personaje en los últimos años. De ahí que fuera grande el interés por escuchar lo que una soprano auténticamente verdiana como Sondra Radvanovsky podría ofrecer en el personaje. Más todavía habiendo escuchado la versión de Joyce DiDonato este mismo año, cuyas características vocales son muy distintas. Parece que Sondra Radvanovsky quiere enfrentarse con la Trilogía Tudor de Donizetti, ya que esta Maria Stuarda sigue a su debut como Anna Bolena el año pasado en Washington, mientras que debutará en Roberto Devereux la temporada próxima en Toronto. Su voz me parece muy apropiada para el personaje de la reina escocesa, aunque su actuación no ha colmado mis expectativas. Fue una intérprete convincente y entregada, y el resultado vocal me pareció que está todavía pendiente de completarse debidamente, más por estilo y gusto que por adecuación vocal. No me entusiasmó en la primera parte, resultando un tanto decepcionante la escena del enfrentamiento de las dos reinas, en la que esperaba más de ella. Lo mejor de su actuación vino en la escena de la confesión – mal ayudada por la producción – y en la plegaria, en la que faltó la exhibición de fiato que podía esperarse ella. Demostró que sabe plegar muy bien su espectacular instrumento al puro belcanto, con buenas medias voces y notables piani, pero faltó más emoción, así como dulzura en su canto y vulnerabilidad en su interpretación. Si tuviera que compararla con sus colegas actuales, tendría que considerar que su Maria Stuarda ha sido digna de elogio. Creo, sin embargo, que a Sondra Radvanovsky hay que compararla con las grandes de la historia y ahí es donde me parece que su trabajo no está plenamente terminado. Hoy por hoy me quedo con sus interpretaciones verdianas.

El personaje de Elisabetta es bastante incómodo para cualquier cantante, ya que la tesitura es bastante complicada. La mezzo soprano Verónica Simeoni resultó una intérprete interesante, con una voz de calidad y bien manejada, pero a su instrumento le falta peso, especialmente ante una Stuarda como la de Radvanovsky, y en su actuación faltó más poderío y autoridad, quedando un tanto descafeinada su actuación.

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Francesco Demuro fue un buen intérprete del Conde Leicester, mostrando una voz de tenor lírico ligero de calidad, con buena línea de canto, adecuado a las exigencias belcantistas. El volumen es más bien escaso y quedó perjudicado al tener que cantar mucho desde el fondo del escenario, lo que en el Euskalduna es siempre un problema. Su interpretación fue muy poco apasionada, de una gran frialdad. En este repertorio hay que dar mucho sentido a las frases, ya que si no, se corre el riesgo de aburrir al respetable. Esperaba más de él

Mirco Palazzi estuvo bien en la parte de Talbot, siendo quizá la voz que tuvo más problemas para llegar al auditorio, al menos en la primera mitad de la ópera, lo que me sorprendió, ya que en otros teatros no ocurre esto. Cantó con corrección y cumplió bien.

Alex Sanmartí fue un sonoro e incisivo Lord Cecil en sus intervenciones. Es el malvado de la ópera y el catalán lo hizo francamente bien. Completaba el reparto Ana Tobella como Anna Kennedy, cumpliendo bien con su cometido.

El Euskalduna estaba teóricamente lleno en las localidades más caras, aunque se observaban huecos a simple vista, que eran más numerosos en los pisos superiores. La entrada global se acercaría al 90 % del aforo. El público se mostró poco entusiasmado durante la representación y al final de la misma, siendo los únicos bravos para Sondra Radvanovsky, aunque fue bastante menos aclamada que en ocasiones anteriores. La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 2 horas y 32 minutos, incluyendo un intermedio. La duración puramente musical fue de 2 horas y 1 minuto. Los aplausos finales se prolongaron durante 5 minutos. El precio de la localidad más cara era de 186 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 103 y 142 euros. La entrada más barata (¿) costaba 80 euros. José M. Irurzun
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