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Por Publicado el: 27/03/2022Categorías: En vivo

Crítica: Menezes y Chichon, Iberia, Saramago, cantiga de amor…

Iberia, Saramago, cantiga de amor…

Orquesta de València. Solista: Marta Menezes (piano). Director: Karel Mark Chichon. Pro-grama: Obras de Albéniz-Frühbeck de Burgos, Ernesto Halffter, Strauss y Ravel. Lugar: Auditori del Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1300 personas. Fecha: 24 marzo 2022.

OV-Chichon-Menezes. Foto Live Music Valencia

Menezes, Chichon y OV. Foto: Live Music

Programa agudo y comprometido. Apasionadamente ibérico. Karel Mark Chichon (Londres, 1971) ha elegido para su vuelta al podio de la Orquestra de València un programa con obras de Albéniz revisadas por Frühbeck de Burgos, de Ernesto Halffter, Strauss y Ravel. Un repertorio que, tras su apariencia de popurrí, sugiere un sutil hilo conductor, que establece puentes, reflexiones y luces sobre paralelismos, confluencias e influencias. Y en el fondo, como marco ideal, Iberia, la gran Iberia soñada por Saramago y tantos otros vecinos ribereños del Minho, Tejo, Douro y Odiana. Así, por una vez aquí, en portugués.
Strauss mira a España, al mito de Don Juan, en su joven y magistral poema sinfónico. Tanto como Ernesto Halffter a la entraña lusitana en su no muy conocida pero preciosa Rapsodia portuguesa, obra cumbre del repertorio concertante ibérico para piano junto con las Noches de Falla. Una España ingrata y cainita, “mi Morena” la llamaba herido el creador de la suite Iberia, preñada de nostalgias y populismos, es la que retrata Albéniz en su Suite española, orquestada por el germanófilo Frühbeck de Burgos, el maestro del que el agudo y viperino Celibidache decía malévolamente que “dirige a Falla como si fuera Frühbeck y a Beethoven como si fuera de Burgos”.
En fin una España visitada y revisitada por el Ravel del Bolero que cerró el programa. Ravel, viajero por Andalucía de la mano de su amigo Ernesto Halffter, late con fuerza en la brillante Rapsodia portuguesa, de la que es dedicatario, y que ya tocó la Orquesta de Valencia en febrero de 1998, con Joaquín Soriano como solista, dirigida por el sobrinísimo Cristóbal Halffter. Como también late con fuerza rotunda el magisterio de Falla e incluso Wagner, del que el inspirado tío Ernesto, entre la orgía de motivos lusitanos, no duda en introducir una cita, apenas un apunte, del prodigio de los “Encantamientos del Viernes Santo” de Parsifal.
Todo lo planteó el británico gibraltareño Karel Mark Chichón con lucidez, sentido descriptivo y un trabajo orfebreril que puso al límite y al máximo las posibilidades de la Orquestra de València en este exigente programa preñado de dificultades, luces y trampas. Don Juan -bravo el oboe de Roberto Turlo- sonó chulesco, descarado, descarnado y hasta arrogante. Como tiene que ser. Con tempos vivos y transparencias casi tan descarnadas y altaneras como el eterno burlador de Sevilla. Fue una versión viva y brillante, de opulenta expresión dramática, cuyas desnudeces sin tapujos evidenciaron viejas deficiencias instrumentales de la orquesta. Individuales y de conjunto. El largo episodio en pizzicati de los violines -algunos visiblemente desganados- estuvo varias veces más cercano del arpegio que del unísono.
Algo similar ocurrió en la calibrada lectura del Bolero, con su paulatina y creciente exhibición de los solistas de la orquesta. Comenzó inmejorablemente, con el pulso medido y seguro del tambor de Luis Osca. Chichon, fue fiel al deseo de Ravel, quien definió su más conocida composición como “una danza de movimiento muy moderado y constantemente uniforme, tanto por la melodía y la armonía como por el ritmo, marcado sin cesar por el tambor”. El apoteósico colofón fue seguido de una no menos apoteósica ovación final, con el público puesto en pie braveando al maestro y a sus legión de músicos.
Frühbeck hubiera aplaudido sin vacilar la refulgente y melodiosa versión que Chichon y los profesores valencianos ofrecieron de sus queridas orquestaciones de Sevilla, Granada y Castilla. El tiempo trepidante -quizá en exceso brioso- de las sevillanas de Sevilla se calmó en una Granada enseñoreada en sus remembranzas moriscas y se ajustó definitivamente en las seguidillas de Castilla. Hubo calidades solistas y exquisito cuidado en las texturas sonoras, particularmente en las lentas y cantables secciones centrales de Granada y Sevilla.
Punto y aparte merece la presentación de la pianista portuguesa Marta Menezes como ideal defensora de la Rapsodia portuguesa. Bajo el atento y meticuloso acompañamiento de Chichon, quien cuidó escrupulosamente el sustancioso entramado orquestal tantas veces ausente, Menezes aunó virtuosismo, raigambre pianística y expresión sin demagogia en una versión de la obra maestra que se enmarca como referencia: moderna y de siempre. Los aires lusitanos, la escritura brillante y sensible de Ernesto Halffter, y el fondo popular que nutre la Rapsodia fueron animados por esta artista que se ubica en lo mejor del piano ibérico. Y el piano ibérico es Esteban Sánchez y Maria João Pires, Alicia de Larrocha y Sequeira Costa, Rafael Orozco y Vianna da Mota, pianista y compositor este último del que ofreció como propina una portuguesísima y lisztiana página, la encantadora Cantiga de amor, primer número de Escenas portuguesas. ¡Portugal, siempre tan cerca, siempre tan lejos! Justo Romero

Publicado en Diario Levante el 25 de marzo

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