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Por Publicado el: 07/11/2022Categorías: Noticias

Algunas notas autobiográficas de Daniel Barenboim

El pianista y director de orquesta comunicó a principios de otoño una retirada provisional de los escenarios para focalizar sus esfuerzos en su recuperación y bienestar

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Barenboim dirige la Orquesta West Eastern Divan

Daniel Barenboim cumplirá 80 años el próximo 15 de noviembre. La Staatsoper Unter den Linden de Berlín, de la que Barenboim es director musical desde hace 30 años, avanzó en la presentación de su actual temporada que esta efeméride iba a concentrar parte de su programación de otoño y que el mismo día de su cumpleaños acogería su presencia como solista en el Concierto para piano n.3 op.37 de Beethoven y el Primer Concierto para piano de Chopin, bajo la dirección de Zubin Mehta.

Sin embargo, el pasado 28 de octubre, la entidad anunciaba la cancelación del evento: “Lamentamos profundamente la cancelación del concierto que Daniel Barenboim tenía previsto ofrecer junto a Zubin Mehta y la Staatskapelle Berlin en el día de su cumpleaños, 15 de noviembre, por motivos de salud. Esperamos poder recuperar este compromiso más adelante”. Con este mensaje, la Staatsoper Unter den Linden de Berlín confirmaba una pausa que desde el anuncio del propio Barenboim alerta con ser prolongada. «Mi salud se ha ido deteriorando en los últimos meses y me han diagnosticado una condición neurológica seria. Es por ello que debo centrarme en mi bienestar físico tanto como me sea posible», indicaba Barenboim a principios de octubre.

Un mes más tarde de ese primer anuncio, Barenboim ha reservado un espacio para sus memorias, de las que se han hecho eco algunos diarios internacionales. Estas comienzan en su más tierna infancia, unos años en los que música y familia eran dos conceptos indisociables: “La música siempre ha sido una parte permanente e integral de mi vida. Recuerdo que todos se reían porque cuando era pequeño pensaba que todo el mundo tocaba el piano”, confiesa.

Aunque extraordinario, cada paso de Barenboim en la carrera musical resulta lógico y natural. De mano de sus padres se introdujo en la asistencia habitual a conciertos y veladas musicales y recibió las primeras nociones de piano; entre partidos de fútbol en el colegio asistía como oyente a los ensayos de orquesta; y a los 7 años ofreció su primer concierto público, un ambiente en el que conoció a Martha Argerich.

A los 9 años, Barenboim dejó definitivamente Buenos Aires y su familia se estableció en Israel. Su padre acogió con entusiasmo la proximidad de Europa para la futura carrera de su hijo, que continuó ofreciendo conciertos y cultivando amistades con destacados músicos: “En Salzburgo conocí a algunos de los músicos más importantes del mundo. ¡Personalidades que habían conocido personalmente a Brahms! Estos fueron testigos de otro tiempo”. Entre ellos figuran el pianista Edwin Fischer, Igor Markevitch, el primer ministro de Israel David Ben-Gurión y el maestro Wilhelm Furtwängler, a quien conoció en Salzburgo en el verano de 1954. “Si Furtwängler fue el director que más me influyó y formó, fue Artur Rubinstein entre los pianistas. Conocía a mis padres de Buenos Aires, venían a menudo a visitarme y yo tocaba para él”.

Tras una audición en su casa de París, Nadia Boulanger felicitó a los padres de Barenboim y lo acogió como alumno considerando su enseñanza “un honor”. Tenía entonces 12 años y se recuerda “un niño feliz, un adolescente feliz, con una curiosidad insaciable y sintiendo pura alegría cada vez que hacía música. Ese sentimiento nunca me abandonó”. “Casi al mismo tiempo que nos mudamos a París, estaba presionando a Carlo Zecchi en la Accademia Santa Cecilia para que me pusiera en su clase. Y así, cada tres semanas tomaba el tren de París a Roma con mi madre”, continúa.

“Ahora que recuerdo esos primeros años, acercándome a mi 80 cumpleaños, me parecen normales y extraordinarios al mismo tiempo. No me sentía tan joven como entonces, como tampoco me siento tan viejo como ahora. En retrospectiva, entiendo cuán inusuales deben haber parecido mis experiencias infantiles para todos los demás. Para mí son solo mi vida. A través de su amor, cuidado y sabiduría, mis padres me inculcaron un sentido central de confianza que me ha sostenido a lo largo de mi vida y carrera: crecí para ser un joven que viajaba y actuaba solo, comencé a amarme a mí mismo para hacerme un nombre como director de orquesta, y en realidad podría ser tanto director de orquesta como pianista. La música siempre fue un placer para mí, nunca un deber. Solo tenía que apegarme a algunas reglas y rituales. La música no es un trabajo, es una forma de vida. Así he vivido toda mi vida: en ya través de la música”, concluye.

Lea el texto completo aquí.

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