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Por Publicado el: 12/02/2007Categorías: Crítica

Plácido Domingo es Cyrano

Plácido Domingo es Cyrano
De sorpresa en sorpresa
«Cyrano de Bergerac» de F.Alfano. Sondra Radvanovsky, Arturo Chacón, German Villar, Rodney Gilfry, Corrado C. Caruso, Nahuel di Pierro, Silvia Vázquez. Coro y Orquesta de la Comunidad Valenciana. Michal Znaniecki, dirección escénica. Patrick Fournillier, dirección musical. Palau de les Arts. Valencia 11 de febrero.
Se podría pensar que «Cyrano» es una ópera rescatada por Alagna o Domingo para sus personales lucimientos pero, siendo sin duda ello cierto, no es sólo eso. «Cyrano» contiene mucha bella música, porque Franco Alfano fue un buen compositor con un marcado estilo personal. Hay en su partitura momentos magníficos, así la declaración en el balcón, un inspirado dúo que discurre en similitud escénica a la serenata de «Don Giovanni». El episodio de la guerra es otro instante notable, pero sobre ambos se alza magistralmente la muerte del protagonista. Tanto en ellos como en el resto se escucha una música que bebe de Debussy -Melisande deambula por ella y hasta una flauta rememora al «Fauno»- pero que se baña en el verismo pucciniano e incluso sirve para dejar claro testimonio de quien completó «Turandot». El público salió entusiasmado. Acudió por Plácido Domingo y se encontró con él y con mucho más.
De entrada con una orquesta, muy acertadamente dirigida por Patrick Fournillier, a la que da gusto escuchar por su calidad y por la entrega y empuje de los jóvenes que la integran. Es tanto el entusiasmo que quizá debiera contenerse un poco en lo que a volumen se refiere. Muy bien también el coro, que es uno de los mejores del país y que aquí tiene amplia intervención. La puesta en escena, tras el derrumbamiento del escenario, no pudo ser la prevista del Covent Garden, sino que hubo de elaborarse una nueva con mucha premura y ello se nota en su simpleza de decorados y, sobre todo, en el parco diseño del concepto actoral desarrollado por Michal Znaniecki. Se cumple sin más. Una pequeña observación: hay que cuidar más la selección de figurantes, porque el cuadro inicial no es de recibo. Hubo mucha dignidad en el reparto, con otra nueva y muy agradable sorpresa, la soprano Sondra Radvanovsky como Roxana. Su chorro de voz, su entrega e instinto dramático otorgaron credibilidad al personaje y entusiasmaron justamente a un público que pasó por alto el incipiente vibrato.
Pero claro, Plácido era la referencia inicial. Con los setenta a la vuelta de la esquina es incomprensible, casi un milagro, que conserve el entusiasmo de la juventud para embarcarse en nuevos retos, que elija personajes que no dejan de cantar ni  un momento y que su voz no muestre la menor sensación de fatiga. Hace bien el artista en rescatar obras como la presente, con valía en sí mismas, muy adecuadas para sus características y en las que adecuarlas algo más no es un pecado. Valdría la pena acudir al Palau solamente por vivir la interpretación que efectúa en los veinte minutos finales de la muerte de Cyrano. Entrar en purismos me parece aquí absolutamente improcedente, porque la musicalidad, el fraseo, la intención… y, sobre todo, la emoción que transmite son cosas de las que apenas se puede disfrutar en nuestros tiempos. Plácido se gana desde luego el penacho del poeta aventurero y el crítico se queda esperanzado al comprobar que todavía hay quien hace música cantando y que a Plácido aún le queda cuerda para rato para hacernos disfrutar en personajes como el de Bergerac. ¡Chapeau! Gonzalo ALONSO

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