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Antipasto manchego
Por Publicado el: 31/08/2007Categorías: Crítica

Quincena donostiarra: teatralidad

Quincena donostiarra
Teatralidad
Obras de Brahms, Debussy y Stravinski. Orfeón Donostiarra y orquesta de París. Christoph Eschenbach, director. Auditorio Kursaal. San Sebastián, 29 y 30 de agosto.
Desde que Christoph Eschenbach se hiciera cargo de la titularidad de la Orquesta de París en septiembre de 2000, ésta ha mejorado su calidad en muchos puntos. Hubo ocasión de comprobarlo en el I Festival de El Escorial con un sobresaliente “Siegfrido” y la impresión se reafirma en los dos conciertos de la actual Quincena. Ello no quiere decir que resulte homogénea en todas sus secciones, pues no es así y las maderas destacan notablemente. Eschenbach declaró estos días que desea “una orquesta con muchas personalidades y no una masa gris”, pero tal afirmación resulta peligrosa. Pueden existir personalidades, pero en una agrupación sinfónica las personalidades individuales se han de poner al servicio del conjunto. El mejor ejemplo de ello es la ya célebre Orquesta del Festival de Lucerna, aquella con la que Abbado dirige sus conciertos y que se halla compuesta por instrumentistas de referencia con carrera solista propia. Lo que no puede ser es que de pronto una madera suene en una “Primera” de Brahms como si se tratase de un solo en un concierto para oboe. La versión de esta sinfonía resultó un tanto teatral, demasiado marcada en detrimento de sus aspectos más líricos. En la primera parte deslumbró una vez más el Orfeón Donostiarra, demostrando en “Nänie” que su plantel femenino no va a la zaga del masculino. Vino luego otra magnífica intervención en el “Canto del destino”, impecable en lo vocal, pero queda la impresión de que el coro no es originalmente tan protagonista en estas dos obras, que se interpretan poco por motivos más que justificados.
No parece que Eschenbach sea un director dado a las sutilezas que requiere la “Iberia” de Debussy o quizá fue la partitura menos trabajada de las tres del programa del segundo día. El caso es que faltó redondez e incluso algunos tempos fueron discutibles. Mejor estuvo “El mar”, especialmente en su movido “Dialogo del viento y el mar”, expuesto con energía. Tampoco faltaron los adecuados perfumes sonoros en “Del alba al mediodía”. Y aún mejor, mucho mejor, la versión de la “Consagración de la primavera”, donde las maderas y los metales se lucieron en una lectura vigorosa e incluso salvaje de la obra, por cierto estrenada en París con un escándalo público que se centró en el ballet y no en la partitura, a pesar de lo que cuenta la leyenda. Gonzalo Alonso

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