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Por Publicado el: 21/02/2014Categorías: Recomendación

REFORMA Y REVOLUCIÓN

 

Ivor Bolton

REFORMA Y REVOLUCIÓN

Llega esta Alceste al Teatro Real  tras  Die Eroberung von Mexico, The Indian Queen, Tristan und Isolde y Brokeback Mountain. Y todavía veremos, ya hacia el mes de julio,  Orphée et Eurydice, también de Gluck. No son títulos, ninguno de ellos, que se puedan tildar de convencionales. No hay más que pensar un poco en las historias que cuentan para comprender qué clase de pedagogía ha animado la línea de trabajo del ya ex del Real: auténticos amores imposibles, como símbolo de lo que debe y no debe ser una ópera hoy. Y siempre obras en las que el canto juega su papel (a veces hasta el infinito) pero que en ningún caso debe determinar la naturaleza propia del espectáculo, guiada por el teatro, por el drama, en sus múltiples facetas escénicas. Poco bel canto, pues, las programaciones de Mortier, y mucha ópera crucial para el género, como es el caso de esta Alceste que se va a estrenar ahora.

Es de aplaudir la presencia de Gluck en una programación de ópera. Y con el caso de Alceste, más si cabe. La sencillez del texto, la ausencia de adornos, la presencia del sentimiento en su total desnudez, la esencialidad de las emociones, la veracidad dramática y, lo más importante, la mirada dignificadora que el autor lanza hacia la mujer –sacándola de su papel de objeto, y anunciando su rol redentor en Wagner-son características apreciables en los pentagramas de Alceste, una página que además goza de un fuerte valor revolucionario en la reforma del género que emprende Gluck, asociado al escritor Ranieri da Calzabigi, que ya se había referido al asunto al hablar de las obras de Metastasio, definiendo la ópera del futuro como una obra de arte total en la que se entrelazaran poesía, música, danza, escenografía, etc., en busca del drama. Esto lo escribía Calzabigi en 1755; El holandés errante es de 1843.

El rey Admeto está muy enfermo. Y si no aparece una persona que esté dispuesta a sacrificarse, muriendo en vez de él, sus horas estarán contadas.  La apesadumbrada y heroica Alceste muestra su disposición para morir por el rey, pero este queda horrorizado cuando se entera de que el sacrificio lo va a protagonizar su propia esposa. Decide, entonces, morir con ella. Sin embargo, un oráculo anuncia el posible trueque de muertes. Admeto no acepta el cambio, y el semidios Hécules (añadido para la versión francesa), amigo de ambos, que es testigo de ello, arranca a Alceste de los infiernos.

De esta guisa reza el argumento de esta maravilla de la historia de la ópera que es Alceste, una obra que se convierte en un símbolo para la reforma de la ópera seria en el siglo XVIII. Su estreno, en su primera versión, la  italiana, tuvo lugar en 1767, en Viena, y en su prólogo Gluck se explayó al explicar que su reforma no tenía nada de virtual: la música, decía Gluck, tenía que estar sometida al texto, pero habría de tener una significación dramática en el contexto de la historia contada. Tenía que huir, decía él, de los moldes tradicionales, de las vocalizaciones y adornos que no guardaran una relación explícita con la expresión dramática. La Obertura, defendía Gluck, debería tener  unidad dramática y coincidente con el contenido de la obra. Y, por último, y por si no había quedado claro el asunto, el libreto de la ópera debería ser el motor y guía de la música de la misma. Casi nada.

      Gluck reformó Alceste de arriba abajo para su re-estreno en París, en 1776.  Marie Francois-Louis Gand Le Blanc du Roullet fue el encargado de redactar de nuevo la versión de Calzabigi. El compositor ordenó las escenas de manera diferente, varió su extensión, cambió los personajes y compuso nueva música para el ballet, eliminando parte del original. La figura de Ismena, amiga íntima de Alceste, desapareció, y, tomando en la mano el drama de Eurípides, añadió la de Hércules. Este personaje es el que emprende la lucha contra los dioses de los infiernos para salvar a Alceste, dando sentido a la inversión del mito de Orfeo que plante la historia: “Tenía que poner el máximo cuidado para alcanzar una bella sencillez (…). Nunca he dado demasiada importancia a la invención de algo nuevo si no surge con total naturalidad de la situación o de la expresión”.  Palabras de Gluck, un genio absoluto de la música y la ópera, al que le tocó bailar con la más fea, emprendiendo el cambio de un género que en Inglaterra, Francia  e Italia se había convertido en algo superficial y estentóreamente exhibicionista, perdiendo el rumbo establecido por el padre Monteverdi. Pero Gluck consiguó hacerse escuchar; y su reforma se convirtió en auténtica revolución.

La versión musical que escucharemos en el Real va a ser la del competente Ivor Bolton, es decir del recientemente nombrado director musical de la Casa. Lo más dudoso de la representación va a recaer, sin embargo, en la puesta en escena de Krzystof Warlikowski, que ha decidido convertir a la princesa Alceste en Lady Di. No soy beligerante con estas cosas en la ópera actual, siempre y cuando las deslocalizaciones espacio-temporales se hagan con criterio teatral y buenas explicaciones. Lo que sucede es que hay mucho caprichoso suelto en este mundo. Y mucha memez. Pedro González Mira

GLUCK: Alceste. Paul Groves/ Tom Randle, Angela Denoke/Sofia Soloviy, Willard White, Thomas Oliemans,etc. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director musical: Ivor Bolton. Dirección escénica: Krzystof Warlikowski. 27 de febrero, 20.00. Próximas funciones: días 4,6,7,8,9,11,12,14 y 15 de marzo. (domingos: 18.00). Entre 10 y 381 € (día 27). Entre 10 y 213 €. (resto).

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