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¡Ni en Bayreuth!
Camino en el que profundizar
Por Publicado el: 23/06/2009Categorías: Crítica

“RigoNucci”, lecciones a aprender

Pasión en el Teatro Real
“RigoNucci”, lecciones a aprender
“Rigoletto” de Verdi. L.Nucci, P.Ciofi, C.Albelo, etc. Orquesta y Coro del Teatro Real. R.Abbado, dirección musical. M. Wagemakers, dirección escénica. Teatro Real. Madrid, 22 de junio.
Una noche de ópera en el Real. Esto es lo que consiguió Leo Nucci, una de las pocas leyendas vivas y en activo del género, en su única intervención madrileña. Sólo dos veces se le había escuchado antes en la capital: unos “Payasos” en la Zarzuela y un concierto ya en el Real junto a Ruggero Raimondi. Las expectativas eran mucho en una función fuera de abono y con precios a la mitad, pero la realidad superó con creces a lo esperado.
Nucci nos brindó al menos tres lecciones. La primera que la ópera es, ante todo y por encima de todo, canto. Ninguno de los varios repartos del Real consiguió el milagro. Hizo falta que llegase un gran artista, con una voz enorme en comparación con los demás, con un auténtico fraseo verdiano, con una profunda matización del jorobado y con entrega ejemplar, para que nos olvidásemos de lo menos bueno de la escena o la orquesta y sólo nos quedásemos con lo positivo. El gran artista es además capaz de tirar del resto para que de lo mejor de sí mismo y así sucedió con Patrizia Ciofi y con Cesar Albelo, un tenor belcantista que se lució en un papel en principio no ideal para él, cantando con gusto, lanzándose a agudos no escritos o apianando exquisitamente la repetición fuera de escena de “La donna è mobile”. Ante todo la ópera ha de tener sangre, de transmitir emociones, y eso se logró ya histórico día 22 en el que Nucci y Ciofi tuvieron que bisar la cabaleta de la “vendetta”. Era, si no recuerdo mal, la primera vez que en ópera se producía un bis.
Segunda lección: Nucci no había participado en ningún ensayo completo de escena y orquesta, sino que sólo habló con los responsables escénicos, vio un video, presenció una función y discutió los tempos a piano con Roberto Abbado. A partir de ahí dio rienda suelta a su experiencia. Es cierto que pudo colocar en riesgo a algunos de sus compañeros y que no podría hacerse lo mismo con todo el reparto, pero también que están fuera de lugar los tiquismiquis de algunos directores de escena ante la prevención de los “grandes” a unas largos periodos de ensayo a veces innecesarios para alguien que ha cantado más de cuatrocientas veces un papel.
Tercera lección: una función así es la que quiere el público, la que lo logra poner en pie vibrando. Lamentablemente Gerard Mortier, que estaba en Madrid, no quiso acudir a comprobarlo. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Gonzalo Alonso

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