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Por Publicado el: 11/03/2014Categorías: Crítica

Sokolov reinventa Chopin

Grandes Intérpretes

Sokolov recrea Chopin

Obras de Chopin. Grigori Sokolov, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 10 de marzo

¿Hay hoy día algún pianista con más poderío que Grigori Sokolov (San Petersburgo,1950)? Lo dudo. Han pasado ya años desde que en 1966 deslumbrase y cosechase por unanimidad el primer premio en el célebre concurso internacional Chaikovski de Moscú y se ha demostrado que no hubo equivocación en el palmarés. En cada actuación se produce ante el público aquel mismo deslumbramiento que debió experimentar el jurado presidido por Elis Gilels.

Esta vez trae en gira por varias ciudades españolas un monográfico Chopin. Sokolov prepara a conciencia cada programa y lo ejecuta con precisión mecánica en cada actuación, pero sin que en ningún momento pueda percibirse la menor rutina y sí mucha pasión. Son justas las apreciaciones  que le califican de volcánico, maravilloso y versátil, pero además hay que añadir un feroz individualismo que le lleva a recrear partituras con una personalidad única y una enorme generosidad en las propinas. ¿Cuántas hubo en Madrid? Uno es incapaz de contar ante tal avalancha de notas y música tras los impromptus schubertianos. Soberbias las diez mazurcas extraídas sin orden de tres diferentes ciclos. Son miniaturas preciosas –él hace preciosismo con ellas- que, tocadas una tras otra durante cincuenta minutos, sólo evitan el cansancio si en cada una de ellas hay descubrimientos. Ese pianista capaz de ello es el heredero de Richter y Horowitz. Previamente y debió ser quizá segunda y no primera parte, la tercera y última sonata de Chopin. De ella le van como anillo al dedo tanto el bel canto, casi belliniano, que emana del “Allegro maestoso inicial”, en el que hizo fluir la melodía con enorme vuelo , como la rotundidad sonora del “Scherzo” o el “Agitato” con el que, por una vez, el autor termina una de sus sonatas. En medio un “Largo” más largo que nunca, parando la música sin que se cayese. En toda ella un sonido tan precioso como poderoso, hasta el punto que uno no se explica que el piano quedase vivo. Soberbio recital. ¡Bravo! Gonzalo Alonso

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