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Por Publicado el: 14/09/2014Categorías: Crítica

Staatsoper de Viena: Bryn Terfel, el Holandés de la actualidad

DER FLIEGENDE HOLLÄNDER (R. WAGNER)
Staatsoper de Viena. 12 Septiembre 2014

Der Fliegende Holländer ha sido la ópera elegida este año para inaugurar la temporada de ópera en Viena. La decisión ha estado basada en el hecho de que Bryn Terfel nunca había cantado el personaje del Holandés en Viena, a lo que habría que añadir la presencia en el podio de ese valor joven y ya consagrado, que es el canadiense Yannick Nezet-Seguin, quien, por cierto, no podía asegurar la última de las representaciones del título, que es precisamente la que nos ocupa.

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Bryn Terfel

La Staatsoper de Viena ha repuesto la producción de Christine Mielitz, que se estrenara en el año 2003 y que cumple con ésta las 54 representaciones escénicas. La producción parece bastante tradicional a primera vista, pero tiene bastantes aportaciones personales de la señora Mielitz. Traslada la acción al siglo pasado y todo parece indicar que Senta se refugia en sus sueños para huir de la realidad que la rodea, que no es sino la de una familia capitalista y ávida de riquezas. De hecho, en la casa se ven al fondo retratos de Marx y Engels y no del Holandés. Éste no es sino el producto de la imaginación de Senta, que acaba huyendo de esta vida no lanzándose al agua, sino inmolándose en el fuego como Brünnhilde para el nacimiento de un mundo nuevo. No faltan “aportaciones personales” de la señora Mielitz, como el final de la fiesta de los noruegos en el último acto, en el que asistimos a una copulación general, eso sí, simulada, como con Palmieri en Tosca.

La escenografía de Stefan Mayer ofrece un escenario único, al que se incorporan algunos elementos para las distintas escenas. Lo mejor conseguido es el primer acto, con la aparición en escena de los cascos de ambos buques. El vestuario se debe al mismo Stefan Mayer y resulta en tonos suaves y atractivos para los noruegos, mientras que los holandeses son espectros de negro. También las luces juegan su papel, ya que los noruegos actúan a plena luz, mientras que la presencia de los holandeses por el escenario es en penumbra. Al final de cuentas, es una producción que cumple bien, aparte de detalles superfluos.

 

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Como digo más arriba Yannick Nezet-Seguin no pudo asegurar sino las tres primeras representaciones, por lo que siempre estuvo anunciado para esta última de la serie el británico Graeme Jenkins. Toda la crítica se ha mostrado unánime en la positiva valoración del canadiense, por lo que me temo que hemos salido perdiendo en el cambio. La dirección de Graeme Jenkins me ha parecido buena en términos generales, algo corta de emoción en algunos momentos claves, especialmente en el maravilloso dúo de Senta y el Holandés en el segundo acto. Magníficas las prestaciones de la Orquesta y el Coro de la Wiener Staatsoper, un auténtico regalo para el oído.

El reparto vocal no ha tenido fallos por ningún sitio y ha sido, sin duda, el aspecto más destacable de la representación.

Bryn Terfel fue el Holandés y demostró que es un gran artista y un gran cantante. Exhibió poderío cuando hizo falta y matizaciones vocales espectaculares en otros muchos momentos. Su monólogo en el primer acto fue intachable y digno del mejor intérprete actual del personaje. Para quien esto escribe su Wotan y su Holandés son la auténtica referencia de hoy en día. Ricarda Merbeth fue la sólida Senta bien conocida por todos los aficionados a la ópera. Esta soprano no goza del renombre de otras colegas suyas, pero estamos ante uno de los valores más seguros en este tipo de repertorio. Nunca he salido decepcionado de un teatro tras una de sus actuaciones y no ha sido ésta la excepción a la regla. Nos ofreció una muy buena Senta, siempre entregada sin reservas al personaje, destacando la balada del primer acto y toda la escena final, en la que nunca rehuyó de las dificultades vocales.

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Bryn Terfel y Ricarda Merbeth

El bajo británico Peter Rose fue un auténtico lujo en la parte de Daland. Vocal y escénicamente bordó el personaje.

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Norbert Ernst

Erik es un personaje que no tiene la importancia de Senta o el Holandés, pero su partitura está erizada de dificultades, por lo que los grandes divos nunca la cantan, por lo que muchas veces resulta un personaje muy mal servido en el escenario. No ha sido así en esta ocasión. Norbert Ernst cantó muy bien en todas sus intervenciones, resolviendo de manera brillante las dificultades del último acto. La voz no es un prodigio de calidad, pero resulta adecuada.

Los personajes secundarios estuvieron muy bien cubiertos. Eran Carol Wilson como Frau Mary y Thomas Ebenstein como Timonel. Los dos lo hicieron francamente bien. La Staatsoper puso el cartel de No Hay Billetes. Entre el público abundaban los asiáticos y sus inseparables cámaras de fotos. El público dedicó una recepción triunfal a los cantantes, especialmente a Bryn Terfel y a Ricarda Merbeth.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 17 minutos, sin interrupción. Diez minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 199 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 175 y 92 euros. La entrada más barata costaba 33 euros. Las tradicionales entradas de pie tenían un precio de 13 euros. José M. Irurzun

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