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Por Publicado el: 20/03/2011Categorías: En la prensa

Teatro Real, una programación insustancial

DOCE NOTAS
Teatro Real, una programación insustancial
15/03/2011.- Todo es discutible, pero hay que intentar no hacer
trampas en la discusión. Madrid es una capital que ha vivido sin ópera
casi todo el siglo XX.
Cuando se abrió el nuevo Teatro Real (1997), las expectativas eran muy
grandes, quizá excesivas. Se optó por un modelo de temporada corta
(diez títulos por curso) y ninguna rotación de repertorio. Puede que
no hubiera otra opción, el resto de teatros de ópera españoles han
hecho lo mismo y, salvo Barcelona, con menos títulos. Esa decisión
pesa mucho sobre la consideración del repertorio apropiado. Había
mucho que recuperar y otro tanto que experimentar, había que crear un
público, educarlo y crecer con él. Y todo ello con cambios constantes
en la dirección (cuatro equipos en 14 años de historia).

Con estos antecedentes, cada temporada es un jeroglífico de compleja
resolución: ¿cuánta tradición, cuanta innovación? Pese a todo, los
resultados no son malos, el siglo XX no ha estado ausente, se ha
revisado casi todo Janácek, todo Berg, Britten y Henze han hecho su
aparición, en fin… no vamos a alargarnos.

La llegada de Gerard Mortier significó una paradójica apuesta: se
hablaba de renovación, pero no se decía sobre qué, se hablaba de
internacionalización del Real, pero tampoco respecto a qué. El año
pasado, Mortier tenía una buena excusa, aún tenía herencias del equipo
anterior. Bien, ya no hay tales excusas, esto es lo que hay. La
temporada 2011-12, presentada ayer, 15 de marzo, ha dejado con la boca
abierta a más de uno, pero por la insustancialidad y el falso riesgo.

Mortier, de entrada, ha decidido amputar al Teatro Real del núcleo de
repertorio tradicional, nada de Verdi, Puccini, Wagner, Bellini,
Donizetti, Rossini, etc. Y nada significa eso, nada. Durísima dieta
para un público mucho menos harto de ópera tradicional de lo que se
piensa. Un espectador del Teatro Real, por ejemplo, ha visto una vez
La Traviata (Verdi) y tres veces Elektra (Strauss). No seré yo quien
defienda los gustos tradicionales del público, pero tanta disciplina
es excesiva y los excesos se terminarán pagando; y seguramente el
postmortier será una vuelta al conservadurismo operístico que él no
verá pero nosotros sí.

¿Riesgo?
La mañana del día 15, la misma de la presentación de la temporada, la
radio despertador incrustaba un breve cultural entre las inevitables
catástrofes de actualidad: “La nueva temporada del Real va a ser la
del riesgo”. ¿Riesgo?, vaya despertar. Luego llega la confirmación: de
los diez títulos, los cuatro fuertes son Elektra (Strauss), Pelléas et
Mélisande (Debussy), Lady Macbeth de Mtsensk (Shostakovich) y La
Clemenza di Tito (Mozart). Ninguno es novedad en la corta historia del
teatro y, como ya he dicho, Elektra ya tenido dos versiones. No es un
impedimento absoluto, desde luego, pero si tenemos que hablar de
óperas manidas, no parece que sean las de Verdi o Puccini. En fin, de
momento, más que riesgo, revisión, y todo ello sin hablar de las
versiones, lo que dejo para otras plumas.

Vayamos a otro apartado de la programación: ópera antigua. Mortier ha
encargado a su amigo Philippe Boesmans una orquestación de La
Incoronazione di Poppea, cuyo original monteverdiano ha llegado hasta
nuestros días sometido a hipótesis instrumentales serias. No es una
mala idea, pero tampoco es genial y seguro que hay otros compositores
por el mundo que darían juego sin necesidad de recurrir al huerto
belga, por no hablar de españoles cuyo aroma debe de resultarle
demasiado fuerte a nuestro “internacional” director artístico.

Romanticismo descafeinado
¿Y el siglo XIX? Bueno, bueno, no lo vayamos a manchar con óperas
demasiado transitadas; corramos riesgos. Resulta que el maestro
Riccardo Muti se ha empeñado en rescatar una ópera bufa olvidada en
algún cajón español, en donde fue compuesta, de Saverio Mercadante, I
due Figaro. ¡Qué maravilla! ¡Un bolero, unas danzas españolas, tema
español! Ya tenemos a España en la temporada. Queda por ver si esta
revisión chusca de la saga de Fígaro tiene más nivel que el de las
óperas de Arrieta. Y se acabó el siglo XIX, o casi, ya que lolanta,
una ópera corta de Chaikovski, la última que compuso, es también de la
última década del siglo que se pretende olvidar. Y como eso de las
óperas cortas resulta siempre complicado, hay que buscarle compañero.
Y la voluntad de riesgo de nuestro director artístico no conoce
límites: Persephone, de Stravinsky. Lástima que no sea una ópera, se
trata de un melodrama compuesto sobre textos de Gide, encargo de Ida
Rubinstein que actuaba como recitadora.

En esos años (los treinta), Stravinsky practicaba una curiosa forma de
vanguardia, aburría a la gente con un neoclasicismo de estampa
helenística, su música siempre será buena, pero hace falta entereza
para entresacarla de su proyecto hierático. Quizá podrían haber
pescado en otro caladero, ¿por qué no, Mavra, una deliciosa operita
corta que Stravinsky dedicó a Chaikovski y no se pone nunca? En fin,
aún queda algo con aroma al siglo XIX, ¿o es al del XX?: Cyrano de
Bergerac, de Franco Alfano, que la estrenó en 1936 pero que debió de
quedar impregnada en su imaginación en el periodo prenatal. La
historia del narizotas viene cantada por Plácido Domingo, o sea, que
se trata de la cuota al tenor que el Real paga anualmente. Como la
visita del bueno de Domingo es casi la única alegría que le queda al
aficionado de “siempre”, demos por buena la concesión.

Un siglo XXI delirante
Y, al fin, llegamos al riesgo, riesgo. ¡Ópera de nuestros días! Dos
títulos sobre diez es una buena proporción (un 20%). ¿Qué nos trae el
mago? ¿Algo español? Un poquito, pero no nos emocionemos: una visión
de García Lorca puesta en música por el compositor argentino Osvaldo
Golijov. ¡Bravo! ¡El bluf del siglo XXI también pesca en el Real!
Golijov ha protagonizado una carta blanca (algo amarillenta) con la
Orquesta Nacional de España, que también ha picado, aunque tenga en su
descargo un marco de referencia dedicado al cine; y es que Golijov,
defendido con rara habilidad por un renovado marketing estadounidense,
ha compuesto para películas de Coppola, y como aquí somos tontos, a
tragar. Su visión de Lorca nos llega a través de un libreto de David
Henry Hwang que el propio músico ha traducido, todo un detalle que
posiblemente no nos haga olvidar que ésta va a ser una visión “guiri”
de nuestra España querida; así que luego, a celebrarlo al Arco de
Cuchilleros.

¿Y el encargo? Algo más moderno todavía y con mayor “riesgo”: La vida
y la muerte de Marina Abramovic, una artista performer ampliamente
conocida, amiga de Mortier, que siempre es un detalle, que cuenta con
la “música” de Antony”, líder del grupo Antony and the Johnsons, y
colaborador de celebridades como Bjork, Riccardo Tischi de Givenchy,
Lou Reed, Yoko Ono y Laurie Anderson, septuagenarios dorados del mundo
del rock “chic” y que, a no dudarlo, contribuirán a que el Teatro Real
se ponga a tope de jóvenes. Además, se cuenta con el actor Willem
Dafoe (el psicopatilla de Platoon y malvado del primer Spiderman).
¡Cuando se piensa que este teatro protagonizó una crisis política
porque Cambreleng se negó a que se le impusiera el estreno de una
“ópera” de José María Cano!

Intérpretes
Naturalmente, todo esto tiene alicientes. Elektra cuenta con dirección
musical de Semyon Bychkov y con escenografía del pintor alemán Anselm
Kiefer, uno de los héroes de la pintura de los ochenta. El celebrado
director escénico Robert (Bob) Wilson, se hace cargo de dos montajes,
el Pelléas y la “folie” de Antony sobre Marina Abramovic, con lo que
ésta quedará muy neoyorkina. Peter Sellars, otro “enfant prodige” algo
venido a menos, montará el doble programa Chaikovski/Stravinsky. El
previsible I due Figaro, además de la dirección de Muti, tiene puesta
en escena de Emilio Sagi, con lo que el morbo crece. El Cyrano que
canta Domingo tiene a Pedro Halffter en la batuta. En cuanto a Sylvain
Cambreling, uno de los directores protegidos de Mortier, se hará cargo
de Pelléas y la reinstrumentada Poppea, esta última será tocada,
además, por el Klangforum Wien, grupo especializado en contemporánea,
todo un mestizaje de ámbitos históricos que, sin duda, quedará muy
moderno.

¿Y entonces?
El resumen final es agridulce. Si la temporada del Real se articulara
de otro modo, con más espacio, más ramificaciones, más ámbitos para
experimentar y un hueco no exagerado pero sí sensato dedicado a la
sensibilidad de siempre, todos y cada uno de los espectáculos
propuestos tienen interés. Pero colocados en bloque en una temporada
corta de títulos y simétrica, como manifiesto, y dejando en el camino
todo el repertorio tradicional, cualquier posibilidad de avanzar en
alguna producción española (y no españolizante), intentando vender
modernidad, riesgo, alambicados cruces de ideas culturales, en fin…,
se queda sin defensas. El riesgo es falso, la revolución es de
“budoir”, las novedades o están ya tanto o más vistas que Verdi o
tienen trampa, la mirada española es la que más fatiga a cualquier
español de las últimas tres décadas. Hay, desde luego, buenos
detalles, pero los estamos pagando con todo el dinero de que
disponemos para realizar una política cultural desde el ámbito
público; y mucho me temo que la resaca de tanta tontería vaya a ser
tan intensa como la embriaguez de este licor tan decadentemente
moderno. Jorge Fernández Guerra

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