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Por Publicado el: 14/01/2007Categorías: Crítica

Un Bruckner corpóreo

XXIII Festival de Canarias
Un Bruckner corpóreo
Obras de Bruckner. Orquesta Filarmónica de Munich. Christian Thielemann, director. Auditorio Alfredo Kraus. Las Palmas, 12 y 13 de enero.
Sin duda la intervención de Cristian Thilemann junto con la Filarmónica de Munich era uno de los grandes platos fuertes de la presente edición del Festival de Música de Canarias. Thielemann asumía un gran riesgo, puesto que Sergiu Celibidache fue titular de esta orquesta desde 1979 hasta 1998 y ambos lograron hitos en la interpretación bruckneriana. Bien es verdad que Thielemann redujo riesgos, no decantándose por “Cuarta”, “Sexta” o “Séptima” sinfonías, más populares y por ello con lecturas más “comparables”. No obstante la “Quinta” es, tal y como la consideraba Furtwängler, “la más compleja e inaccesible” de todas las sinfonías de Bruckner, con un doliente fondo dramático interno que refleja su desánimo en aquel periodo compositivo que ha de saberse combinar con la brillantez de momentos como la doble fuga final. Thielemann acertó en dicho final, obtuvo algunos momentos camerísticos de indudable belleza y transparencia como los del inicio del “adagio”, pero en general desarrolló una lectura desigual en la que la tensión se caía por instantes. No es fácil lograr lo que lograba Celibidache en su eternización de los tempos y, ya que he citado a Furtwängler y por efectuar una significativa comparación, a éste la obra le duraba setenta minutos en el Salzburgo de 1951, mientras que Thielemann la supera en nada menos que otros veinte, casi un quinto movimiento. Las toses y móviles- uno con sonido de arpa aportaba un instrumento más a la plantilla orquestal- le hicieron perder la concentración y le impulsaron a dirigirse de malos modos al público. Éste reaccionó con algún silbido y parte de él le hizo el vacío al terminar el concierto.
La “Octava” alcanzó otro nivel, con sus dos últimos movimientos casi comparables a las versiones de referencia. Fue la suya una lectura corpórea de amplios tempos –el adagio alcanzó los treinta minutos-. No exenta de emoción, con un total dominio de los contrastes dinámicos. Con ella domó a la audiencia, apagando las toses y desafiándola en un eterno silencio tras la nota final. La Orquesta sonó espléndidamente, Celibidache, Levine y ahora Thielemann han realizado un gran trabajo que no se difumina. Algunos desajustes, como la entrada anticipada de un violín en el inicio de la “Quinta”, son sólo anécdotas. Gonzalo ALONSO

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