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La agenda de "La Quinta de Mahler" para el mes
Por Publicado el: 13/11/2015Categorías: Recomendación

¿Un nuevo Mahler? Andris Nelsons y la 5º

 

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¿Un nuevo Mahler?

La quinta es la primera sinfonía de Mahler que escuché en mi vida. La acababa de grabar en disco un director que por aquel entonces desplegaba una enorme actividad de conciertos y discográfica, mostrando al mundo sus muy especiales puntos de vista acerca de autores tan distantes entre sí como Puccini y Sibelius;  Grieg, Verdi  y  el propio Mahler. Año arriba, año abajo corrían los últimos de la década de los 60 y  primeros de la siguiente del siglo pasado cuando realizó memorables y en algún caso no superadas versiones de Peer Gynt, Madama Butterfly, la integral sinfónica del  finés, el Otello verdiano  o esta  Quinta de Mahler (después vinieron otras: una Novena o una Sexta irrepetible). Tengo un recuerdo muy vivo de la impresión que me causaron esas interpretaciones, pero sobre todo la de la quinta sinfonía del bohemio, que conocí antes que las otras referidas interpretaciones  y que desde luego comprendí  mucho antes:  me parecían maravillosas, desde luego, pero menos interesantes (¡qué intrepidez!),  pues me parecían salidas de ´músicas convencionales´ . Es lo que tenía Mahler en aquel momento para un chico de veintitantos, universitario, de izquierdas y todas esas cosas, seducido, abducido por los, aquí,  lejanos efectos  del Mayo del 68 francés. Es lo que tenía Mahler entonces, una modernidad de marca: para los jóvenes europeos, una manera de dar el adiós definitivo a la barbarie de la guerra y una bienvenida cómplice al nuevo existencialismo; para los de aquí, una manera de compartir la desesperación que produce el no ser nadie, el no existir,  por una falta absoluta y total de libertad. En otras palabras esta quinta me seducía porque me permitía regodearme en la desgracia, una actitud en el  fondo muy cristiana, y, como sabido,  calada hasta los huesos de mi generación, pero nada efectiva a la hora de hacer algo. Era una versión perfecta para eso la de Barbirolli (pues a ese gigante de voz ronca y empapada de etanol me estoy refiriendo todo el rato), tan radicalmente existencialista ella, tan al borde de todos los límites emocionales, tan desesperada y última, tan extrema sinfónicamente, etc., etc.  Tanto que destrozaba todo lo que uno iba descubriendo al respecto  En pocos años comenzó a llegar a España la avalancha mahleriana, y cada obra nueva, cada versión nueva que iba conociendo encumbraba más a mi ídolo de aquella Quinta. Por supuesto conocí luego o poco después el Mahler de Bruno Walter, y, anatema, no era ese precisamente el  que esperaba escuchar y el que quería escuchar, porque su moralismo y nula capacidad para enfrentar las cosas desde el conflicto permanente  me parecía que vaciaba la música; la dejaba flácida. Y llegó Klemperer, con su carga permanente de inmoralidad, con su manera única de dejar hablar a la partitura, y el ´asunto´ Mahler llegó así a su cenit.

     ¿Qué queda de aquello hoy? ¿Cómo transcurrieron las cosas después de aquellos 60 y 70? ¿Qué aportó Mahler a las nuevas necesidades musicales del consumidor europeo y concretamente al ya ingresado en el club demócrata español? La respuesta es: consumo; consumo puro y duro. Una legión de directores de orquesta de todo tipo, excepcionales, buenos, regulares, malos y malísimos se lanzaron a la gran piscina mahleriana sin importarle un bledo el más mínimo porqué de su música. Las integrales discográficas fueron haciendo estragos, el sentido ´social´ de la música de Mahler desapareció, de manera que solo algún que otro genio de la orquesta, a base de golpe sinfónico y talento para convertir en discurso veraz la mucha retórica que, en punidad, encierran la mayor parte de las partituras de Mahler, salvó. Hoy Mahler es un autor tan manoseado, tan trillado, que es difícil que a uno se le encienda alguna lucecita en su interior al escucharlo. Tras la radicalidad de Barbirolli y Klemperer, cuyo Mahler sigo teniendo en mi cabecera,  volví luego a sentir  el ´pinchazo´ con Bernstein en la Segunda;  me volvió, a suceder con Barenboim con su Primera ( un reencuentro feliz con la parte nacionalista de esta música) y me ha pasado recientemente al escuchar la Quinta por Andris Nelsons, una versión del 20 de  agosto de este mismo año en Lucerna,  y como sucederá esta semana  en Madrid, con la misma Orquesta del Festival  de la ciudad suiza.

       En mi opinión, interpretar hoy la música de Mahler con fundamento debe conllevar  una declaración moral de principios: ¿Para qué,  por qué, cómo?  O de otro modo, qué puede aportar una música así, con tal carga ética, filosófica y religiosa a una sociedad como la nuestra, que es tanto como decir a un aficionado como el de nuestros días. Pues seguramente las denuncias de antaño ya no sirvan; el exhibicionismo sinfónico, tampoco; e intelectualmente, con toda sinceridad no veo qué pueda aportar ahora mismo ese  permanente ´lloriqueo´ individual consciente que se desprende de las notas de las partituras de Mahler cuando estas se colocan sobre los atriles de una mayoría de los directores de orquesta del momento, que suelen maltratar nuestros oídos  en las salas de concierto.  Sin embargo, el corazón de esta música, su interior más oculto, encierra una alegría muy especial, absolutamente alejada de la retórica sentimentalista,  no otra que la pura y maravillosa manera que tiene Mahler de encontrar el sonido adecuado, los sonidos adecuados, en cada momento, en cada instante por pequeño que sea o en cada complejo pasaje,  en una especie de canto infinito de una belleza que pide a gritos purificación, limpieza y, por consiguiente, reencuentro con los orígenes.  Todo esto es lo que he visto en el Mahler de Nelsons, una concepción que espero no haya cambiado desde este verano, para bien de quienes asistan a este concierto.  Fue la que escuché (*) una Quinta de Mahler en las antípodas de mi modelo favorito pero increíblemente hermosa, una música hecha de amor a la música, y no de postración a  la filosofía; una música que me habló de la belleza de la existencia y no del dolor de la existencia, etc. Pero sobre todo una opción nueva en un mar de propuestas desgastadas. Cuando se intentan interpretaciones de esta guisa, se hace muchísimo, pero si se realizan con Mahler el mérito es todavía más grande. Pedro González Mira

MOZART: Sinfonía núm.36. MAHLER: Sinfonía núm.5. Orquesta del Festival de Lucerna. Dir.: Andris Nelsons. Auditorio Nacional de Música, Sala sinfónica. Viernes 13, 22.30 h. Entre 38 y 170 €.       

(*) El programa se completó entonces con la Sinfonía de la sorpresa, de Haydn, y en esta ocasión será la Linz, de Mozart, quien abra la velada.       

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