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LA EVOLUCIÓN DE LANG LANG
DESLUMBRANTE GOLIJOV
Por Publicado el: 27/02/2011Categorías: Crítica

«1984» lenguaje de ayer y hoy

Palau de les Arts
«1984» lenguaje de ayer y hoy
«1984» de L.Maazel. M. A. McGee, N. Gustafson, R. Margison, S. Vázquez, A. Drost, G. Danby, L. Black, M. Lloyd-Davies. Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet, Escolania de la Mare de Déu del Desemparats, Pequeños Cantores de Valencia, Cor de la Generalitat y Orquestra de la Comunitat Valenciana. L. Maazel, dirección musical. R. Lepage, dirección escénica. Palau de les Arts. Valencia, 26 de febrero.
Casi las primeras palabras de la ópera de Lorin Maazel son «Tengo la página en blanco», con lo que la odiosa comparación era inevitable aunque uno no lo quisiera. Resultado: victoria del Valencia por goleada. Cuando un hombre describe a una mujer como «interesante e inteligente» ya se sabe que quizá sea ambas cosas, pero lo que es seguro es que no es una belleza. Es lo que sucedió con las críticas a «Página en blanco» en el Teatro Real, pero sería injusto calificar de la misma forma a la obra de Maazel, cuya programación en Valencia entendemos era por contrato de cumplimiento obligado. Las inundaciones frustraron su estreno en 2007 y llega ahora en un momento en que el texto de Orwell adquiere una significación muy especial y actual. Frases como «lo contrario de bueno no es malo, sino nobueno» o «se va adaptando la realidad según la necesidad» nos suenan a algo muy próximo, a algo que algunos políticos hacen en parte y quizá quisieran hacer en su totalidad: reescribir el pasado de modo que el presente no cayese en contradicción con aquél. Las proclamas de contínuos aumentos en las raciones de chocolate, que no son sino reducciones que el Ministerio de la Abundancia oculta resorbiendo cada proclama anterior, parecen sacadas de más de un noticiario. El «Gran Hermano» no está tan lejos.
El libreto sigue bastante bien la preclara novela de Orwell y tanto la escenografía de Carl Fillion como la dirección escénica de Robert Lepage resultan fundamentales. El escenario giratorio permite pasar de la Plaza de la Victoria a la habitación 101 con gran fluidez, presentando cada escena con su correspondiente clima. Maazel muestra como compositor los grandes conocimientos que posee de la música del siglo XX, manejando de forma extraordinaria los colores de la paleta orquestal, creando un mundo personal en el que confluyen desde Shostakovich hasta Britten, sin tampoco huir de guiños a lo más popular como, conviene no olvidarlo, hiciera Mahler en sus sinfonías. Así confía a una limpiadora de cristales una página que enlaza totalmente con los musicales, pero en la ópera está el Maazel del «Concierto para violonchelo» y de otras muchas de sus partituras, por lo que existe una continuidad de lenguaje. No se echa de menos, como en otras composiciones actuales que se proclaman óperas y no pasan de oratorios, la presencia de dúos con canto simultáneo y reúne el gran mérito de ir subiendo la tensión de forma contínua, hasta explotar en un tercer acto que parece imposible tras el muy logrado segundo, cuyo dúo de amor podría ser una referencia.
Excelentes desde todo punto de vista las interpretaciones vocales y escénicas de Michael Anthony McGee, Nancy Gustafson y el resto de protagonista, con mención especial para los tenores Margison y Drost, así como de los coros y, una vez más, de una orquesta que se quedará muy huérfana el día 6 de marzo, última función de Maazel en el Palau y día en el que cumplirá 81 años. Será muy difícil volver a ver esta ópera a similar nivel y el público de la sala así lo comprendió en su cálida y cariñosa ovación final. Gonzalo Alonso

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