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Por Publicado el: 19/01/2013Categorías: Crítica

«La reina mora» y «Alma de Dios», dos pequeñeces para una reflexión

Temporada de la Zarzuela

Dos pequeñeces para una reflexión

“La reina mora” y “Alma de Dios” de Serrano. Treinta y cuatro actores-cantantes. Coro del Teatro de la Zarzuela y Orquesta de la Comunidad de Madrid. J. Castejón, dirección de escena. J.M. Moreno, dirección musical. Teatro de la Zarzuela. Madrid 18 de enero.

No se han regateado esfuerzos en la primera nueva producción que presenta Paolo Pinamonti en su inicio de andadura como responsable del teatro. Las dos obras de Serrano datan de 1903 y 1907 y, como todo el género chico en la época, cumplían entonces una función social que años más tarde pasó a ser ocupada por el cine. Eran un espectáculo muy popular al que el público acudía a divertirse y disfrutar de algún que otro número musical más o menos inspirado.

Diversión y deleite podrán seguir alcanzando quienes acudan a este programa doble, que se empieza discretamente con “La reina mora” y termina brillantemente con “Alma de Dios”. Desde este punto de vista se cumple el objetivo. El decorado de Sánchez-Cuesta aporta poco a la primera, que queda gris salvo por tres números musicales, entre los que claramente hay que resaltar el dúo de Coral y Esteban, bien resuelto por Cristina Faus y César San Martín, siendo muy apreciable la intervención de Ruth González en el conocido “Pajaritos vendo yo…” y una docena de gangs como el de “la jaula” que provocan hilaridad. Jesús Castejón se luce mucho más en “Alma de Dios”, donde casi todo es teatro, una especie de sainete con música incidental, cuyos diálogos e incluso elementos escénicos –el burro pasa a ser una moto- actualiza con acierto. Hay una variada acción escénica, decorados cambiantes y un fin de fiesta que resulta muy del gusto del público, con la célebre “Canta mendigo errante” presentada tan a lo grande como lo hubiese hecho Tamayo en sus antologías de la zarzuela e impactantemente cantada por la voz poderosa de Alejandro Roy. Resulta imposible mencionar todo el reparto, integrado fundamentalmente por actores y sin poder evitar siempre que quien canta no sepa hablar y viceversa. Hay también quien debiera apuntarse a algún curso de dicción, pero ello no es obvio para que el resultado mejore cualquier expectativa y el espectador salga contento, de lo que también en buena parte es responsabilidad de la viva dirección musical de José María Moreno.

Otra cosa es que, a fin de cuentas, vuelve a plantearse qué vida pueden tener hoy estas obras que ya no cumplen la función social que cumplieron en su época y si merece la pena gastarse en ellas el dinero que suponen 34 actores, figurantes, bailarines, coro y foso para una docena de gracejos y cuatro escenas musicales o bastaría con incorporar estos a espectáculos como las citadas antologías líricas. Gonzalo Alonso

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