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Valencia: Salomé, pasiones distantes
Por Publicado el: 13/06/2010Categorías: Crítica

Una “Traviata” que encandila

Temporada de Ópera en Sevilla
Una “Traviata” que encandila
“La Traviata” de Verdi. N. Amsellem/ M.Cantarero, T. Ilincai/ I.Jordi, G. Petean, I. Metxaka, A. Amores, E. Todisco, etc. F. Zeffirelli, escenografía y dirección de escena original. P.P. Paccini, reposición. A. Licata, dirección musical. Teatro de la Maestranza. Sevilla, 11 y 12 de junio.
Montserrat Caballé se negó siempre a cantar Violetta en la Scala y a Mirella Freni la masacraron allí cuando se atrevió a revivir la mítica producción de Visconti/Callas. Hoy cualquiera puede cantar “Traviata” porque los tiempos han cambiado.
La Maestranza ha jugado sobre seguro con una producción típica de Zeffirelli, en la que se mezclan el realismo más exacerbado con el intento de dejar libre una parte a la imaginación que no siempre funciona. Así la aparición de una extraña Violetta di Lammermoor en el acto III. Tampoco todo se halla resuelto dramáticamente y así Alfredo se comporta como un pasmarote en los inicios de la fiesta inicial o su padre recuerda al Comendador de “Don Giovanni” por su gelidez escénica. La belleza llega con el invernadero del acto II y el colorido festivo en el III, cuyo decorado fue ovacionado nada más alzarse el telón. El más puro Zeffirelli, que siempre gusta al gran público, como se comprobó en la Maestranza.
Mariola Cantarero debutó en el papel titular mostrando que afortunadamente el bache de los últimos tiempos ha sido superado. Conectó desde el inicio con la sala, sobre todo tras el “Sempre libera”, coronado por un impactante “mi bemol”, en el que lució el pleno dominio de la coloratura que corresponde a una soprano ligera. Siempre se dijo, y con razón, que Violetta precisa tres sopranos y la voz de Cantarero no es la de esa lírica ancha del “Amami Alfredo”, ni la dramática del tercer acto, pero suplió las carencias con el inteligente uso de medias voces y pianos que llegaban al corazón. Un debú estimulante que promete mucho. La voz de Norah Ansellem ha perdido proyección desde sus “Traviatas” madrileñas, sin embargo tiene muy colocado el personaje tanto en lo vocal como en lo escénico y, superado un dubitativo primer acto, convenció ampliamente. Teodor Ilincai cumplió sin más como Alfredo mientras que Ismael Jordi, perfectamente compenetrado con Cantarero, ofreció una lección de buen decir y musicalidad, con un “Parigi o cara” de la mejor factura. Completó la envidiable línea de canto una presencia escénica de lo más idónea. George Petean, barítono lírico, supuso una auténtica revelación como Germont, cantando con una nobleza que provocó merecidas aclamaciones en su segundo acto.
Andrea Licata fue responsable de que los artistas pudiesen cantar a gusto y se escuchase todo, incluso esos matices y contrastes dinámicos que frecuentemente se hurtan. Un gran triunfo para dos repartos con un título nada fácil. Gonzalo Alonso

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