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Por Publicado el: 14/11/2010Categorías: Crítica

«Aida» se tiñe de negro

Temporada del Palau de les Arts
«Aida» se tiñe de negro
«Aida» de Verdi. I.Thomas, D. Barcellona, J. de León, G. Hakobyan, G. Prestia, M. Spotti, etc. Dirección de escena: D. McVicar. Dirección musical: L. Maazel. Palau de les Arts. Valencia, 13 de noviembre.
Para nota el caso McVicar, con tres producciones a la vez -«Adriana Lecouvreur» en Londres, «Otra vuelta de tuerca» en Madrid y «Aida» en Valencia- y una sola presencia personal. ¿Adivinan dónde? Naturalmente en el Covent Garden ya que los teatros españoles no le han visto. De hecho ni un solo responsable escénico de “Aida» salió a saludar al acabar la representación. Vamos, que para algunos seguimos siendo ese tercer mundo al que se puede esquilmar. Con buen criterio se encargó la propia Helga Schmidt de eliminar unas cuantas tonterías sin sentido entre las que se encontraban escenas gratuitas de lesbianismo. Claro que, entre esto y la poca escenografía que la coproducción con el Covent Garden traía de por sí, lo que ha quedado es lo más parecido a una ópera semiescenificada: un amplio despliegue de vestuario intercultural -con samurais incluidos- que hubiera a Zapatero para explicar su idea de la «Alianza de civilizaciones». Alguna cosa sucedía en el escenario por el que deambulaban los solistas sin saber qué hacer, como el sacrificio ritual de presos al más puro estilo del día de San Martín, pero poco se veía dada la penumbra planteada para toda la producción.
Lorin Maazel regresó al foso con muchas muestras de cariño que se reprodujeron al final. No cabe duda de que es un gran maestro, quizá el más técnico entre los vivos, y lo dejó claro con detalles de gran clase, como durante toda la escena de Amonasro en la marcha triunfal. Sin embargo empleó tempos muy pesados, lentísimos para los cantantes y, que en unión a la oscuridad escénica, alentaban el sopor en el espectador. Pocas veces se ha escuchado con tal parsimonia el dúo entre Amneris y Radamés, pero también pocas veces un tan sonoro golpe de timbal revela la desesperación del héroe en su tumba. Admirable desde todo punto de vista el trabajo de la orquesta, con empaste total en los compactos tuttis y transparencia en las intervenciones solistas. Muy bien así mismo el Coro de la Generalitat.
Resulta harto complicado hoy día cerrar un reparto simplemente razonable para el repertorio verdiano, para el que apenas hay voces apropiadas. El presentado en el Palau es de lo más aceptable del presente. A Indra Thomas se la escucha, soporta las tesituras oscuras del «Patria, quanto mi costi» y resuelve con dignidad las alturas del aria del Nilo, aunque se echa en falta una mayor implicación en el papel. Daniela Barcellona debuta en el papel con autoridad. No es la suya una voz verdiana, pero canta irreprochablemente el papel, mucho más en la línea de una Giulietta Simionato que de una Fiorenza Cossotto. Jorge de León muestra su gran instrumento de tenor spinto, valentía y entrega. Se atreve a cantar a plena voz frases como «Il ciel da i nostri amori», aunque le cuesten los filados del dúo con Aida. El futuro pasa por algo más de contención y matización. Gevorg Hakobyan posee voz para Amonasro, aunque le falte estilo verdiano, mientras que pocos Ramfis hay ya como el de Giacomo Prestia.
Un espectáculo muy celebrado por el público, de nivel en lo musical y más discutible en el apartado escénico, donde se confunde intimidad con vacío y oscuridad. Gonzalo Alonso

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