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Por Publicado el: 19/01/2018Categorías: Recomendación

Uchida: ahora, Schubert

Uchida: ahora, Schubert

El público es imprevisible. Pero de  vez en cuando conviene hacerse preguntas a propósito de la evolución de sus gustos. Los compositores, y sus particulares repertorios, encuentran los favores del respetable de manera muchas veces nada sencilla de explicar. Autores de enorme complejidad han sido aceptados como uno más de la familia con una facilidad que a uno no deja de extrañarle. Wagner, por ejemplo, está en las estanterías de discos de las casas de los aficionados de todo el mundo, lo que es como poco incomprensible por la complejidad de sus mensajes musicales. Más aceptable es que Beethoven (o Schubert) puedan entrar mejor, pero son, no obstante, Mahler, Bruckner o Shostakovich los más demandados. No hay quien lo entienda. El caso de Schubert da también que pensar, y más su piano, ahora que parece que, ya de una vez, se le ha asignado la marca de imprescindible. ¿Por qué, si los pianistas llevan entregándoselo al público con sus mejores galas desde hace cincuenta o sesenta años? No se entiende. Se entiende que los más afamados intérpretes pioneros se equivocaran de lleno; se entiende que los críticos hayan tardado décadas en darse cuenta de la falacia aquella de la amabilidad que despliega el piano schubertiano; y se entiende que a sus más clarividentes intérpretes de los años 60 y 70  del siglo pasado no les diera tiempo a expandir sus enseñanzas.  Sin embargo, ha habido y hay pianistas que entonces eran jóvenes y hoy pintan muchas canas que sí han acometido esa cruzada: András Schiff, Christian Zacharias, Daniel Barenboim o Mitsuko Uchida son algunos de ellos.

Uchida, que a finales de este año entrará en la séptima década de su vida, es una feroz defensora de una idea de Schubert que a mí me parece es la mejor para los tiempos que corren. Hay dos extremos en el piano de Schubert: el negro, un auténtico progresivo –y feroz- viaje de invierno, que el genial e irrepetible Sviatoslav Richter extrajo de sus pentagramas como nadie, y un Schubert terminal, pre-brahms, otro viaje, pero esta  vez hacia un otoño de suaves contornos, observado de soslayo, hecho de miradas furtivas, como es el que nos suele regalar ahora Daniel Barenboim. En medio está Uchida (y Perianes, al que es absolutamente reivindicar en estas lides; y la maestra Leonskaja, una clásica donde las haya), que hace un Schubert oscuro pero no condenado a la hoguera de la pesadumbre y el pesimismo. Bien. Más de uno pensará que todo esto que digo, bla, bla, bla, es solo eso, palabras inventadas desde la ilusión. Vale. Pero aun admitiendo que son producto de una fantasía personal, reclaman al menos un poco de atención ante su contenido, y específicamente ante la importancia de llamarse Uchida. Es la manera en que reivindico la repetida presencia de la pianista japonesa entre nosotros. ¡Y haciendo Schubert!

SCHUBERT: Sonatas D.958, D.664 y D.894. Mitsuko Uchida, piano.  Auditorio Nacional de Música, Sala sinfónica. Martes 23, 19.30 h. Entre 25 y 57 €.          

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