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Monteverdi en el Real provoca unanimidad crítica: puro sopor
Por Publicado el: 25/07/2012Categorías: Diálogos de besugos

Ainadamar en la prensa

Aquí encontrarán las criticas a Ainadamar en la prensa nacional. Resumen entre líneas: espectáculo propio de un festival y no del único teatro operístico de una capital. Engaño al presentar como «estreno mundial» lo que no es sino una adaptación ampliada. Amplificación insoportable. Estupenda Nuria Espert recitando. Sensación de sopor ante una obra que artísticamente aporta muy poco. Nunca menos público en un estreno del Real. Aplausos de cortesía. Pueden seguir leyendo ….

Llanto por la España asesinada
‘AINADAMAR’
Autor: Osvaldo Golijov. / Director musical: Alejo Pérez. / Director de Escena: Peter Sellars. / Reparto: Núria Espert. Jessica Rivera, Kelley O’Connor y Nurial Rial. Teatro Real.
Calificación: ***
ALVARO DEL AMO / Madrid
David Henry Hwang, libretista, no se ha molestado en articular una narración dramática; tampoco ha profundizado en la obra del poeta, tan rica lírica y teatralmente, en busca de un retrato de la víctima de la tragedia a través de sus textos. La muerte de Federico García Lorca se trata como una evocación doliente, todo lo sincera y militante que se quiera pero tan distante y esquemática que no se libra de una cierta retórica convencional. El compositor Osvaldo Golijov posee una técnica dúctil, que aplica a una astuta operación de mestizaje, donde aires y ritmos populares conversan con una escritura coral que aspira a Stravinski. El resultado oscila entre un cierto híbrido y la búsqueda de un estilo propio; es un mérito poder distinguir la procedencia de cada manantial de inspiración, vertido con pericia en un común flujo musical.
El director de orquesta Alejo Pérez empatiza con la partitura que la orquesta titular interpreta con pletórica convicción; cabe pensar que ha sido considerado necesario, pero omnipresencia de micrófonos empobrece el resultado sonoro.
El director de escena Peter Sellars saca partido del espacio único, tres paneles pintados abigarradamente como murales picassianos; allí se agita el breve coro femenino, impecables cantantes y actrices que sirve de contrapunto a las damas que sufren por la muerte del poeta.
Margarita Xirgu aparece encarnada por la soprano estadounidense Jessica Rivera, de voz rica y abundante, a quien Golijov concede el papel protagonista, como solista y corifeo de esta peculiar cantata; su colaboradora Nuria es Nuria Rial irreprochable en su papel de apoyo. A pesar de la entrega esforzada de la mezzosoprano norteamericana Kelley O’Connor resulta torpe y equivocada la representación del personaje de Federico García Lorca, involuntariamente caracterizado como un muchachito amanerado; es el punto negro de la función.
También como Margarita Xirgu comparece en este montaje la actriz Núria Espert, un rotundo acierto. Sobria, elegante y conmovedora, se desliza en el interior del réquiem para traer la voz del poeta, y acompañar con su presencia a los cantantes, en una acertada reduplicación de la figura de la Xirgu, actriz eminente de hoy que prolonga la tradición establecida por la actriz eminente de ayer.

EL MUNDO
En caso de duda, Federico
Peter Sellars se agarra a los textos del poeta granadino para dar vuelo a una ópera no del todo convincente
RUBÉN AMÓN / Madrid
Los aplausos que anoche plebiscitaron la nueva versión de Ainadamar demuestran que el homenaje a Lorca de Osvaldo Golijov (La Plata, 1960) ha eludido la maldición tantas veces merecida de las óperas contemporáneas: desaparecen el mismo día en que se estrenan.
Ainadamar, en cambio, fue aceptada con entusiasmo desde su estreno en Massachusetts (2003).
Tanto la aclamaron después, en la primera versión escénica de Santa Fe (2005), como en la premiere europea de Darmstadt (200’7), aunque revistió mayor sugestión sentimental el estreno español del Festival de Granada (2011).
Tenía sentido la prioridad andaluza porque Ainadamar, el manantial de las lágrimas, alude al suplicio de Lorca desde la perspectiva de Margarita Xirgu, actriz fetiche de Mariana Pineda y embajadora del lorquismo en los teatros del exilio.
La novedad del Teatro Real consiste en que se han introducido variaciones estructurales. De hecho el compositor argentino, seducid polla concepción dramatúrgica d. Peter Sellars, ha aceptado una revisión de Ainadamar que otorga más enjundia al acontecimiento porque Nuria Espert intercala nueve poemas de El diván de Tamarit. Son un presagio de la muerte de Lorca y se atienen también al erotismo y al orientalismo de la partitura, aunque el convincente recurso de la Espert, ella misma heredera de la Xirgu en la misión lorquiana y cameo omnisciente del drama lírico, delata en demasiadas ocasiones la precariedad musical de la ópera y la vulgaridad panfletaria del libreto.
Se diría que Peter Sellars ha necesitado material extraordinario para redondear el reestreno de Ainadamar. Tan extraordinario como el testamento de Lorca, de forma que las cosidas de El diván de Tamarit, enjaezadas con el desgarro de la Espert, relativizan el interés de la ópera misma y los aplausos que recogió Golijov en el cepillo dominical.
No se le puede discutir al compositor argentino haber conseguido la unanimidad del entusiasmo, pero sí se le pude objetar el oportunismo de introducir el tótem de Lorca hecho carne y la concepción de un pastiche criollo bastante convencional que se detiene en los registros comerciales antes de emprender cualquier exploración vanguardista.
Asumido el patrón del eclecticismo, Ainadamar se desenvuelve en el tamiz folclórico, el flamenco de hondura, la exuberancia árabe y los sones de ultramar. Podría calificarse como una «ópera de ida y vuelta», a medida de los palos flamencos que se «intoxicaban» en las entrañas de las colonias. Pero la ambición inofensiva de Ainadamar no es tanto redundar en el tópico latinoamericano como destacar la dimensión universal de García Lorca.
Peter Sellars la concibe desde la intimidad y la oscuridad de un imponente tríptico que evoca a los muralistas mexicanos y que contiene una suerte de liturgia sincrética. La pasión, muerte y resurrección cristianas -12 mujeres apóstoles transitan la ópera- se entreteje con la esmerada gestualidad zen y con un desenlace en plan nirvana cursilón que deja al descubierto, literalmente, el atardecer de los madriles.
Se hace la luz, para entendernos, aunque la verdadera luz de este espectáculo pegadizo proviene del foso -Alejo García es el maestro- y de la extraordinaria calidad vocal de las tres cantantes: Jessica Rivera, Nuria Rial y Kelley O’Connor.

 

ABC
«Ainadamar», la alargada sombra de un tópico universal
«AINADAMAR» **
Autor: O. Golijov. Intérpretes: N. Espert / J. Rivera (Margarita Xirgu), K. O’Connor (Federico García Lorca), N. Rial (Nuria), J. Montoya (Ruiz Alonso), M. Á. Zapater (José Tripaldi), D. Rubiera (Un maestro), Á. Rodríguez (Un torero). Coro y Orq. Titulares del Teatro Real. Dir. escena: P. Sellars. Escenografía: Gronk. Dir. musical: A. Pérez. Lugar: Teatro Real. Fecha: 8-VII-2012
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

Cuesta mucho entender donde está la gracia de «Ainadamar». Se escucha su música, una, dos, tres veces; se lee su libreto cuatro, cinco y seis. Nada. Y, sin embargo, gusta o eso parece pues en todas partes el público acude a su llamada. También a la promovida por el actual Teatro Real que tanto hace por buscar fuera de nuestro país piedras preciosas que acaban siendo cristales de colores mientras olvida otras muchas bisuterías nacionales que con tanta dignidad ocuparían su escenario.
En él se estrenó ayer este «drama lírico» del compositor argentino Osvaldo Golijov volviendo a dejar la habitual sensación de incredulidad. Con matices, bien es cierto, porque desde que «Ainadamar» empezó a recorrer el mundo se ha repintado con varias capas de hallazgos que le han dado otra apariencia. En origen la obra evo-
ca los últimos momentos de Federico García Lorca en relación con su ami- ga Margarita Xirgu quien lo recuerda desde el Teatro Solís de Montevideo, Uruguay, en abril de 1969, siempre con la memoria viva del sacrificio de Mariana Pineda. Pero ahora el Real presenta la obra como estreno mundial de una nueva versión a partir de la escenografía hecha por la Ópera de Santa Fe sobre un escenario acotado con pinturas del urbanita Gronk.
Entre las novedades está la presencia de la actriz Nuria Espert que desdobla el personaje de Xirgu intercalando el recitado de poemas del «Diván del Tamarit». Un acierto, pues es ahí donde la obra crece gracias a unos textos formidables que barnizan con calidad los más ripiosos y triviales del libretista David Henry Hwang, luego traducidos por Golijov. Para que el ingenio se integre en el total, la orquesta bordonea el recitado dando continuidad sonora. También, en ese vestir de seda a la partitura hay que incluir varias recreaciones aflamencadas y lo más importante el barnizado escénico del director teatral Peter Sellars.
Gracias a él este nuevo «Ainadamar» resuelve con mucho gesto (en ocasiones con cierta garra teatral), buenas colocaciones y bastantes referencias añadidas al movimiento de los intér- pretes la poca acción que la obra tiene. Nadie dijo que debía tenerla, es cierto, ni que estemos ante una ópera o género adyacente por mucho que se suponga, aunque sólo sea porque se representa en el Real. En cualquier caso, hay que dejar constancia de algunos anacronismos que abundan en la duda sobre la necesidad de representar este título y en este espacio. Para que quede más claro, tiene difícil defensa que en un lugar de acústica tan afinada se presente, en abono, un espectáculo que se sostiene sobre la amplificación (no es el primero de este año), al menos que también los musicales, con toda la dignidad que puedan llegar a tener, deban partici- par de los descubrimientos que ofrece el Teatro Real.
Las razones deberían ser obvias, pero por si todavía no se entienden quede el testimonio de la entrada de Espert, con la voz todavía fría y rozada, a quien se le escuchan todas las respiraciones y muchos golpes de glotis. O la de los propios cantantes de quienes sería injusto decir algo pues todo se sostendría en la suposición. No se merece esta distorsión de la materia alguien de tan refinada calidad como Nuria Rial o de tan lograda re- tórica como Jessica Rivera y Kelley O’Connor. Incluso queda subsumido en el «totum revolutum» el trabajo del coro, orquesta y del maestro Alejo Pé- rez, a quien se le adivinan buenas ma- neras dada la coherencia sonora que adquiere el espectáculo. El cúmulo de estas y otras razones hizo que el «estreno» de ayer fuera solo aplaudido con educación. Es bastante, dado el desconcierto que puede llegar a crear un despropósito con capacidad para minar definitivamente la ilusión de cualquiera en el final de temporada.

EL PAÍS:
Ecos de la tragedia
«No alcanza Sellars su nivel de ‘Iolanta’, pero su presencia es siempre bienvenida»
JUAN ÁNGEL VELA DEL CAMPO 9 JUL 2012
En una temporada lírico-teatral con evidentes guiños a la ampliación de horizontes estéticos y conceptuales, la elección para la clausura de un título como Ainadamar es totalmente coherente. Es, mal que les pese a más de uno, una muestra de lo que triunfa por esos mundos. Desde su estreno en Tanglewood en 2003 y su posterior revisión en Santa Fe en 2005, la obra se ha visto desde Nueva York y Boston a Chicago y Los Ángeles, desde Argentina a Alemania. En España se estrenó hace un año en los jardines del Generalife, dentro de la programación del Festival de Granada, con dirección escénica del mexicano Julián de Tavira, un reparto vocal español muy solvente y la compañía de danza de Antonio Gades. El Teatro Real ha optado por la puesta en escena de Peter Sellars que se presentó en Santa Fe. El público de Madrid está más familiarizado que otros con la música de Osvaldo Golijov gracias a la Carta blanca que le dedicó la Orquesta Nacional de España. En realidad la fama del compositor argentino despegó internacionalmente cuando fue seleccionado por la Bachakademie de Stuttgart como uno de los cuatro evangelistas modernos para homenajear a Bach en 2000, con motivo del 250º aniversario de su muerte, mediante la creación de varias Pasiones. A Golijov le correspondió la de San Marcos, teniendo como compañeros de aventura a Tan Dun, Wolfgang Rihm y Sofia Gubaidulina en las de los otros evangelistas. Han pasado una docena de años y estas obras se siguen programando con asiduidad en los rincones más insospechados del planeta.

La versión de Ainadamar que se puede ver hasta el 22 de julio en el Real incorpora una novedad importante: la presencia de la actriz Nuria Espert recitando a lo largo de la obra varios poemas de Diván del Tamarit, de Federico García Lorca. Es algo que marca por completo el espectáculo. Nuria Espert es una leyenda viva de la interpretación teatral y su identificación con Lorca ha sido absoluta a lo largo de toda su carrera. El texto en su voz, y gracias a su inteligencia, suena con una claridad meridiana. Cada palabra, cada acento, cada inflexión. Es Lorca, es Nuria Espert. Sus apariciones configuran unos momentos sublimes. Con sensación de verdad, con sentido de la historia.

El joven director argentino Alejo Pérez deslumbró en este teatro hace no demasiado con una magnífica lectura de Rienzi, de Wagner. Ahora vuelve a convencer administrando con energía y precisión una partitura en la que conviven, en una estética de collage, lenguajes tradicionales del universo sinfónico con otros procedentes del flamenco o de evocaciones judías. No es un problema para Alejo Pérez la incorporación de la guitarra flamenca, el cajón, la comba y el djembé al lado de los instrumentos convencionales de la orquesta. Lo que cuenta es la personalidad de una propuesta con acentos populares y cultos de diferentes fuentes, conviviendo entre sí con naturalidad. Brilló asimismo el coro femenino a las órdenes de otro argentino, Andrés Máspero, y destacó estilísticamente dentro del reparto vocal la soprano Nuria Rial.

Ainadamar tiene en su conjunto una estructura más de oratorio que de ópera, o así al menos pareció con el planteamiento estático de Peter Sellars, enmarcado en una estética entre expresionista y cubista del pintor mexicano Gronk. Curiosamente, la tensión teatral se desvanecía por momentos, dejando al descubierto lagunas tanto de algún tópico del libreto del estadounidense David Henry Hwang, como de la propia armazón rítmica y estructural de la música de Golijov. Cuando Sellars recurrió al efecto metafórico de la integración de la plaza de Isabel II —es decir, de Madrid— en el espectáculo, abriendo al máximo el escenario tal y como hizo Herbert Wernicke en Don Quijote, de Cristóbal Halffter, todo se percibió de otra manera y los valores teatrales adquirieron, metafóricamente, otro protagonismo.

No alcanzó Sellars, en cualquier caso, los niveles de genialidad que había mostrado esta misma temporada con Iolanta, pero su presencia siempre es bienvenida. Con unas y otras cosas los ecos de la tragedia de Lorca y sus circunstancias cerraron una temporada de ópera diferente, en la que el género mostró su resistencia al encasillamiento y el público de Madrid su madurez receptiva. Unos espectáculos han salido mejor que otros porque así es la vida. Lo que ha desaparecido por completo es la sensación de rutina. Aunque solo sea por ello la temporada ha resultado, en su conjunto, más que estimulante.

 

LA RAZÓN:
Tópico canto fúnebre
9 Julio 12 – – Arturo Reverter
Esta ópera de Osvaldo Golijov (La Plata, 1960) se estrenó en su primera versión en 2003. Dos años después se hizo una importante revisión para Santa Fe. El pasado Festival de Granada la acogió en nuestro país y ahora, nuevamente retocada, llega al Teatro Real. El autor ha incluido una suerte de coro femenino griego de diez integrantes, presentes en todo momento sobre una escena única, y ha desdoblado el papel de la actriz Margarita Xirgu. La hábil música del compositor capta la atención en un primer término, aunque luego acaba cansando por la repetición de efectos y efectismos. Sobre la idea de Ainadamar, «fuente de lágrimas» en árabe, cercana al paraje donde fue fusilado Lorca, se trenzan, con la figura de Mariana Pineda de fondo, tres escenas o imágenes que nos hablan de la relación entre el poeta y la Xirgu, que cuenta a una alumna sus recuerdos.

Los tics habituales de Golijob afloran a primer plano: palos flamencos, giros jazzísticos melismas y «ostinati» rítmicos y un rosario de temas árabes, judíos, gitanos o de procedencia cristiana. Se abusa hasta la saciedad de los pedales sobre todo graves, notas largas fijas que sirven de lecho a las figuraciones melódicas y rítmicas, con frecuente empleo de percusión afrocubana y rasgueo de guitarras. Una cierta sensación de sopor nos invade de vez en cuando.

En esta producción no hay una continuidad narrativa, como sí la había en el discutible montaje granadino de Luis de Tavira. Todo es abstracto y no poco grandilocuente. Hay que jugar con las ideas y barajar las imágenes poéticas, que se nos ofrecen sin disimular los tópicos, los gestos y el sempiterno signo coreográfico del movimiento, que se desarrolla en un único escenario, el constituido por un espacio cerrado conformado por pinturas de Gronk de apariencia abstracta pero que desarrollan imágenes a medio camino entre un expresionismo de nueva hora y una curiosa estilización a lo Klimt. Escenografía eficaz para describir la tragedia, cuyo cierre no queda bien rematado cuando se abre el fondo del escenario y se ve la Plaza de Isabel II.

Desigual el coro de diez voces, cuyos movimientos –tan del gusto de Sellars– habrá que encajar en siguientes representaciones. Sería deseable también eliminar buena parte de la exagerada y perturbadora amplificación. Dignas las prestaciones estelares de Jessica Rivera, con un final en el que su voz de soprano lírica ha de ir hacia muy arriba –tirada en el suelo– y Nuria Rial. Menos bien, por su voz destimbrada y áspera y su mal castellano, la mezzo O’Connor en el papel travestido de Lorca (poco original la idea). Nuria Espert, muy aplaudida, como los demás, recitó fragmentos del «Diván del Tamarit» de Federico. Lo hizo con su estilo habitual, algo cansino y anhelante, bien acentuado, aunque demasiado enfático. Adecuado Montoya como vengativo cantaor y aceptable el resto. Alejo Pérez dirigió con claridad y sentido una música que tiene poca chicha. Bien la orquesta.

LA NUEVA ESPAÑA
Tópicos lorquianos

Cerró el domingo su temporada de ópera el madrileño teatro Real, y lo hizo acudiendo a un título que está teniendo cierta repercusión en determinados circuitos líricos como es «Ainadamar», del compositor argentino Osvaldo Golijov. Conocía el título sólo por la grabación discográfica, y tenía interés en asistir a una representación escénica del mismo, porque los registros discográficos no siempre hacen justicia a la ópera de nuevo cuño. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, poco más se añade a la audición, puesto que ni la música de Golijov -que tiene otras creaciones de bastante mayor interés- ni el aberrante e insulso libreto de David Herny Hwang -traducido al español por el propio Golijov- dan mucho más de sí en vivo.
La figura de Federico García Lorca, su inmensidad estética como poeta y dramaturgo, tiene que luchar constantemente contra una especie de «canonización» internacional que poco aporta más allá de los lugares comunes. En el libreto de «Ainadamar» hay pasajes de Hwang que sonrojan por su puerilidad, por acudir al tópico con una desvergüenza que espanta. Flaco favor le hace esta obra a Lorca o a la gran Margarita Xirgú -el argumento se sustenta en la relación entre ambos- y sin duda se me ocurren más de media docena de escritores españoles lo suficientemente documentados para abordar el tema con la dignidad que merece la inmensidad de la figura y el legado lorquianos, su muerte bárbara y cruel, y la modernidad de su escritura viva, cada vez más necesaria según pasa el tiempo.
Tampoco la partitura de Golijov es una de sus más inspiradas creaciones. Funciona en su mezcla estilística, en la búsqueda de la raíces, en sus rasgos aflamencados, pero salvo dos o tres escenas más efectistas, el trazo es débil en este drama lírico de entidad discreta.
Eso sí, el Real puso a disposición de la obra elementos que ayudaron, y mucho, a elevar el listón de calidad. En primer lugar, una decisión que se convirtió en el acierto de la velada. El personaje de Margarita Xirgú se desdobló, y Nuria Espert recitó poemas del «Diván del Tamarit» que helaban la sangre por la belleza de su dicción y la convicción con la que ella sabe desgranar a un autor que interpreta ya de forma legendaria. La presencia de Espert -icono esencial de la cultura teatral europea- es el fuego que aviva la obra con una intensidad abrasadora.
El reparto vocal funcionó con eficacia, especialmente, Jessica Rivera como la Xirgú y, desde la corrección, Kelley O’Connor como Lorca y Nuria Rial como Nuria. Al frente de la orquesta, Alejo Pérez hizo que todo funcionase con pulcritud exquisita, pese a la amplificación de conjunto -muy cuidada técnicamente, pero absolutamente fuera de lugar en el contexto de la representación.
Aciertos también se dejaron ver en la tensa puesta en escena de Peter Sellars, asentada sobre una escenografía pictórica de ese artista iconoclasta que es Gronk. Los recursos de Sellars se percibían en el perfecto manejo de los personajes y las situaciones, en la recreación de una atmósfera lorquiana de fuerte tensión dramática.
Al final la pared del fondo se levanta y se contempla la plaza de Isabel II, por la que se coló una pancarta -imagino que portada por personas vinculadas al teatro- con protestas sobre su situación. Sólo alcancé a leer la palabra «ruina». Para otra ocasión sería recomendable asirla de manera más alta para mejor comprensión por parte del público. Curioso cierre de temporada. Cosme Marina

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