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La “Fanciulla del West” al galope
La ONE por granadinas
Por Publicado el: 20/03/2009Categorías: Crítica

Análisis más que poesía

Ciclo de Ibermúsica
SCHÖNBERG: “Concierto para piano y orquesta, Op. 42” Y “Gurrelieder”, MAHLER: “Sinfonía nº 9”. M Uchida (piano). M.Groop, S.Andersen, A.Conrad, R.Lukas, B.Sukowa. Philharmonia Orchestra. Coro Filarmónico Eslovaco, Coro de la CAM y Coro de Cambra del Palau de la Música Catalana. Director: Esa-Pekka Salonen. Auditorio Nacional de Música, Madrid, 18 y 19 de marzo de 2009.

“¡Qué desperdicio, una pianista, y una orquesta, tan buenas, para hacer esto!” “Esto” era el “Concierto para piano, Op. 42” de Arnold Schönberg, una obra ya clásica del siglo XX, que acababan de interpretar, dentro de la gira que abre el ciclo “Viena, ciudad de los sueños, 1905-1935”, la japonesa Mitsuko Uchida (Tokyo, 1948) y el finlandés Esa-Pekka Salonen (Helsinki, 1958), nuevo titular de la Orquesta Philharmonia de Londres; el comentario provenía de una elegante espectadora del ciclo sinfónico más caro de Madrid, y se emitía tras una interpretación formidable, milagrosa en su claridad, de la obra citada.
No hubo, inicialmente, el mismo nivel de excelencia con la enorme obra (81 minutos) que completaba la hiper-densa sesión, la “Novena Sinfonía” de Mahler. Claridad primorosa en el capital Andante de apertura, sí, pero un cierto deambular con el piloto automático, del que Salonen fue prescindiendo en los movimientos siguientes, apuntalando sarcasmo sobre ironía, hasta desembocar en el sobrecogedor Adagio final, en el que el finés dictó un curso sobre intensidad progresiva y dinámica decreciente: no le defraudó aquí el público, con un móvil criminal en el más leve ‘pianissimo’ de la partitura, a segundos de terminar la pieza.
Otro espectador comentaba antes de empezar los “Gurrelieder” del segundo concierto “Primea parte, segunda y tercera… ¡y todo dodecafónico!”. Luego él y los que pensaron como él debieron cambiar de opinión a tenor de un entusiasmo final no del todo justificado. La partitura es tan inmensa en sus exigencias instrumentales y corales –ésta y la “Octava” mahleriana casi se llevan la palma- como en el plazo que Schönberg se dio para componerla. Por ello la obra bebe más en las fuentes wagnerianas que en las de la Escuela de Viena. Salonen pecó de lo mismo que en la “Novena” malheriana, primando el análisis y el orden sobre el contenido poético-emocional ya desde el preludio. Hubo además el handicap de no contar con grandes voces: musical sin más Groop, inaudible el tenor y corta de aliento la sustituta de la anunciada Isokoski. Afortunadamente la orquesta Philharmonia y los tres coros compensaron con sus sonidos precisos y potentes. Dos conciertos carísimos, capaces de vaciar los bolsillos de cualquier promotor, en pleno puente y con programas nada fáciles, pero el público respondió. José Luis Pérez de Arteaga/ Gonzalo Alonso

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