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Por Publicado el: 11/07/2004Categorías: En la prensa

Barenboim: «La música se ha vuelto elitista por culpa de los políticos»

«La música se ha vuelto elitista por culpa de los políticos». Diario de Sevilla 11-07-2004
El concierto celebrado en la Plaza Mayor de Madrid en homenaje a las víctimas del 11-M es la prueba de que «la música, si se quiere, no tiene por qué ser elitista». El compromiso del director y pianista Daniel Barenboim es con la música, con la paz, con la tolerancia, con los jóvenes, con la formación. Porque, «aunque la música no soluciona conflictos, sí puede contribuir a crear escenarios de convivencia». M. TRILLO.

GRANADA. Su personalidad arrolla, sus convicciones abruman, su conversación contagia el compromiso, el ímpetu y el carácter que imprime a cada una de sus críticas y reflexiones. A diferencia de otros muchos directores de música clásica, que viven por encima del bien y del mal, Daniel Barenboim actúa y habla pegado a la más dura realidad, la realidad del conflicto entre árabes y palestinos, la realidad del terrorismo, la realidad de las guerras. Está convencido de que, algún día, debe haber una salida. ¿Por qué esperar?

-La Plaza Mayor de Madrid ha sido escenario de su comprometido homenaje a las víctimas del 11-M. Este fin de semana traslada su alegato por la tolerencia al Palacio de Carlos V de la Alhambra.

-El concierto de ayer [por el viernes] se puede ver desde muchos ámbitos: primero, el puramente musical de llevar una gran orquesta y una gran obra a un público totalmente abierto. Luego estaría la dimensión propia del homenaje. Para mí es muy importante porque veo que la música se convierte cada vez más en algo de especialización, no solamente por parte de los intérpretes sino también en el caso del público. Hemos perdido el sentido de la música como parte de la cultura general. Hay millones de personas en el mundo que se ocupan de cosas que tienen que ver con el espíritu -ya sea profesores, estudiantes, abogados, gente en general que se relaciona con actividades del cerebro- para los cuales la música no significa absolutamente nada. Y no porque no esté al alcance. A los políticos les gusta decir que la música es elitista. Pero la música se ha vuelto elitista porque los políticos no han hecho lo necesario para que haya educación musical.

-Pero usted defiende que la música no es elitista.

-Es pedir a alguien que sepa admirar y disfrutar con El Quijote sin conocer el alfabeto. Tan simple como eso. Y por eso la música no es elitista. La prueba de que está alcance de todo el mundo es el concierto de Madrid. Si se hubiera querido, se podría haber visto en Australia, Japón, Medio Oriente, Argentina. Pero el hecho es que hay millones de personas que no la necesitan, porque no la conocen como algo que tiene que ver realmente con ellos. Se está convirtiendo en una mera acumulación de sonidos mejor o peor puestos, con una idea más o menos brillante, con diferentes estilísticas… Pero es el contenido de la música lo que se está perdiendo.

-De ahí la importancia de iniciativas como la de Madrid…

-Es muy importante porque yo estoy seguro de que, entre las 12.000 ó 13.000 personas que asistieron al concierto, hubo muchos que estuvieron por primera vez. Pero seguro que a algunos, aunque tan sólo sea el uno por ciento, algo de esta sinfonía les ha tocado.

-Y a ello se une que los políticos respaldaran la iniciativa olvidando partidos e intereses…

-Creo que, por primera vez, hay algo en España que no tiene que ver con la política, que está completamente por encima de la política. Estaba la Reina; el presidente del Gobierno, que es socialista; el alcalde de Madrid, que es del PP… Y nadie se ocupaba de ello. Ni ellos mismos. El presidente fue al concierto porque es alguien que conoce y ama la música y porque consideraba que, como representante máximo de Gobierno, era su deber estar ahí. Y el alcalde fue porque ama la música y porque, como representante de la ciudad de Madrid… Por primera vez había algo realmente en común, ni las rivalidades ni las ideas políticas jugaban nada. Eso es extraordinario. Y los dos se pusieron de acuerdo, además, para que el año que viene hagamos la Novena Sinfonía…

– «Dejad hablar a la música». Es un discurso por el diálogo y la integración inusual entre los grandes directores e intérpretes de la música clásica, que parecen estar por encima del bien y del mal sin implicarse en los problemas reales de la sociedad…

-¡Tampoco se implican en la forma de hacer la música! No ven la música como parte de la sociedad. Es lo que se ha llamado el fenómeno de la música en la sociedad. El único que puede permitirse ser misántropo es el compositor, que no necesita a nadie. Pero no puede hacerlo el que tiene que traer esos sonidos al mundo. Y hablo de traer algo al mundo físicamente, no hablo metafísicamente. Y, si lo haces, tienes que interesarte sobre cómo, qué pasa, cómo reaccionan las personas que tocan y oyen… Te quedas en el mundo de la música, sí, pero traes a toda esta gente hacia ti.

-¿A quién dirige sus mensajes de paz? Suele hablar de la música como diálogo como concordia… Pero las nuevas generaciones, que tienen en sus manos la posibilidad de cambiar la historia, no son precisamente el público más habitual de un concierto de música clásica.

-Pero yo no utilizo la música para fines políticos. Tampoco si son de paz, entendámonos bien. Lo que pasa es que, desde hace mucho tiempo, creo que no hay una solución militar para el Medio Oriente y, si realmente lo piensas, te das cuenta que algún día, tarde o temprano -y ya es muy tarde porque hay mucha sangre derramada- tiene que haber algún acuerdo. Y eso significará que los políticos se pondrán a dialogar y a ver cómo cooperar en cultura y en ciencia… Y lo que yo digo es que, si sabemos que tenemos que llegar ahí, por qué tengo yo que esperar. Pero eso no es política. No es que piense que juntando árabes e israelíes vaya a solucionar el conflicto, ni siquiera para ellos.

-¿Cree que la decisión de La Haya de declarar ilegal el Muro que Israel construye en Cisjordania supone algún tipo de avance?

-Lamentablemente, creo que al Gobierno de Israel no le importa lo que piensa el mundo, ni qué sea de Europa ni de Estados Unidos, ni del resto de los judíos o no judíos. Se han metido en un estado de pánico total; una arrogancia que no es otra cosa que una expresión de una inseguridad enfermiza. En realidad, no le hacen justicia a la idea del Estado de Israel, que es un estado soberano, una nación que tiene sus agricultores, sus artistas, sus policías, sus intelectuales… Es una sociedad totalmente normal. Ésa fue la ansiedad del pueblo judío durante veinte años, el intento de llegar a un Estado donde hallarse en casa. En cambio, ahora se habla del pánico como si estuviéramos de nuevo en un gueto. Lo más terrible de todo es que, cuando tienes una sociedad con un régimen totalitario -de izquierdas o derechas-, te dicen eso está prohibido, aquello también… y tú, como ciudadano, puedes pensar y, si no estás de acuerdo, eso te da una energía para luchar. Es lo que pasó bajo los soviéticos, los nazis, Franco… Pero cuando tienes un régimen que sobre el papel y jurídicamente es democrático, pero el liderazgo pone a todo el mundo en un estado de pánico total, de miedo, de inseguridad, es casi peor. Piensas y no te atreves a hacer. Ni te atreves a pensar. Y ésa es la razón por la que no hay demostraciones en contra del Gobierno de Israel. Y por eso también la izquierda está totalmente perdida. Y ahí estamos.

-En el caso de la música, usted mismo sufrió esta situación cuando programó en el Festival de Israel de hace unos años a Wagner, compositor idolatrado por Hitler y los nazis. ¿Todavía sería complicado interpretar a Wagner en Israel?

-No, complicado no. Imposible. Es parte del mismo proceso. Llega un momento en que la democracia existe pero tolera tabúes. Y eso es lo que no deja pensar. Que Wagner fue un antisemita espantoso lo sabemos todos; que los nazis lo utilizaron para asociarlo a su ideología, también; que hay gente que pasó por los campos de concentración y n puede ni oír esa música, lo sabemos. Y lo entendemos. Y todo eso hay que respetarlo. Pero eso no quiere decir que otras personas que, por una cosa u otra, no sufran de esas asociaciones no se les permita oír esta música. Además, se dice ‘sufrir de no poder escuchar Wagner’. Se sufre. Si hay otro que no sufre, dejémoslo vivir en paz. Si tú no quieres ir, no vayas. Es un principio simple. Pero, lamentablemente, hay casi una politización del holocausto, es lo más horrible que se puede decir.

-Su compromiso es con la música, pero también con la formación. De ahí, por ejemplo, el proyecto de la Orquesta del Diván con sede en la localidad de Pilas. ¿Qué puede enseñar la música?

-La música tiene dos caras, una cara para poder escaparse del mundo: llegas a casa cansado después de un día de trabajo, con todos los problemas que hay, te pones un disco y te olvidas del mundo. Perfectamente aceptable y maravilloso. Pero, al mismo tiempo, tiene otra cara a través de la cual puedes entender el mundo, el ser humano, cómo funciona. Todo lo que tiene que ver con el pensamiento y las emociones del ser humano y su relación para con el mundo está en la música. No hay que olvidar que el mismo compositor de música contemporánea que escribe su obra mañana está utilizando los mismos medios que hace cuatrocientos años. Esos malditos doce tonos. Toda la música que se ha escrito y que conocemos son diferentes formas de poner juntos esos doce tonos. Si eso no es un milagro, yo no sé qué es un milagro.

-¿La Orquesta del Diván, el laboratorio para la paz que impulsó junto a su amigo Edward Said en 1999, puede ser un reflejo del nivel de los jóvenes creadores e intérpretes andaluces?

-El año pasado fue la primera vez participaron en el proyecto. Hay mucho talento musical en Andalucía, en particular, y en España, en general. Lo que pasa es que no hay una educación musical bien pensada. Y eso no es un fenómeno andaluz o español. Es un fenómeno mundial. Si no sabes que la música tiene que ver con tu vida interior y piensas que es sólo una profesión, la aprendes de otra manera. La música es como las relaciones personales. Das y tal vez recibas, pero si no das, seguro que no recibes.

-Una vez más falla el sistema.

-Sí.

-La Fundación Barenboim-Said, auspiciada por la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo, tiene dos pilares, la Orquesta del Diván y la Escuela de Estudios Orquestales. ¿Se van a impulsar más proyectos?

-Una formación de música en Ramala. Estamos trabajando para levantar una orquesta de jóvenes en Palestina. Traemos músicos de Europa, hasta ahora casi todos alemanes, para que enseñen a los niños tanto en Ramala como en los campos de refugiados. Tratamos de que amen la música y reciban una instrucción musical. La última vez que estuve allí, en mayo, un grupo de 35 niños tocaron conmigo. No bien, pero tocaron. 35 niños palestinos con un israelí en un escenario…

-Andalucía es emblema de las tres culturas. ¿Tiene más proyectos para la comunidad?

-Tenemos que ver. El primer paso en lo que se refiere a Andalucía fue la creación de una Academia de Estudios Orquestales con sede en Sevilla, pero ni siquiera como algo permanente, sino como una especie de experimento. Ahora tenemos que concretar el proyecto tanto musical como político. El presidente Chaves viene esta noche al concierto [por anoche]. Voy a hablar de todo eso con él y espero que podamos desarrollarlo.

-En el caso de Granada, este año su participación se realiza de forma extraordinaria como epílogo del Festival de Música y Danza. ¿Se ha planteado la posibilidad de estrechar lazos?

-Es lo que estamos hablando ahora. No creo que haya nada suficientemente definitivo como para poder avanzarlo.

-El Teatro Maestranza y la Orquesta Sinfónica de Sevilla van a tener un nuevo director, Pedro Halffter. ¿Qué le parece la elección?

-Le conocí en Madrid. Lamentablemente nunca le he visto dirigir, pero me ha hablado de él mucha gente y todos coinciden en que tiene mucho talento, así que espero poder oírle pronto

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