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De Mozart a Lazkano
BAÍLALO OTRA VEZ, ZORBA
Por Publicado el: 28/08/2010Categorías: Crítica

Boris Godunov en la Quincena

 
Esto es lo que hay 
El único título lírico que ha ofrecido la Quincena Musical en la presente edición ha venido de la mano del Helicon Opera Theatre de Moscú, especializado en producciones de sencillo montaje, con una escenografía de las llamadas de ‘pon y quita’, que se acomodan a pocas exigencias para allí donde las limitaciones económicas son notorias, cual es el caso. Eso es lo que tenemos y ello daría para largas tertulias o mayores espacios. Veamos lo que dio de sí esta producción que llegó con todo puesto.
De las siete versiones que se han escrito sobre esta ópera se puso en escena la de Dmitry Shostakovich, presentada en el Teatro Kirov en 1959, con una orquestación más respetuosa con la segunda de Mussorgsky. De cualquier forma el orgánico viajero que se alojó en el sofocante foso (no llegó a los 60 músicos) dejó mucho de desear en cuanto a las rotundidades expresivas que se requieren en ciertos momentos, cual el caso de la escena ante la catedral de San Basilio. De cualquier modo la calidad sonora, pese a corta, resultó aceptable.
La escenografía presentada, a base de una permanente escalinata metálica ruidosa, con escotillones para dar teórico sentido a las distintas escena de la obra, con un carril por donde circuló de arriba abajo el trono de Boris a modo de Funicular de Igeldo, de lo pobretona que es casi se puede reputar de oenegé. Vale lo mismo para la posada de la frontera lituana, como para los aposentos imperiales del Kremlin o para la sala Granovitaya. Las luces no ayudaron mucho para poder entender lo que la dirección de escena nunca dejó dicho. Nos merecemos algo de mejor presencia. Una versión en concierto, con una orquesta potente y un buen vestuario de época, hubiere sido de más agradecer que este quiero y no puedo. El coro -se notó perfectamente que iba de ‘bolos’- integrado por una treintena de voces, careció de empaste y eso que las damas consiguieron concertar momentos interesantes. Los varones no dieron la talla sonora en el coro de los boyardos. Kiselev, como Boris, realizó un trabajo vocal interesante, dada la complejidad del personaje, con momentos de mérito como fue el recitativo que pone fin al acto II; posee una voz de buenas hechuras y le hubiere venido de perlas un mejor apoyo escénico.
En el terreno canoro igualmente destacaron Skorikov, como el viejo monje ‘Pimen’ con agradable tesitura, el elegante tenor Efimov en el contradictorio papel del pretendiente ‘Grigory’, y la mezzo Kostyuk que recreó con buenas maneras su cometido de ‘Marina Mniszek’. Resultaron flojas las labores de Ilin como ‘Feodor’, de Kalinina como ‘Xenia’ (con notorio chillido) y excesivamente afectado de escena Ovchinnikov en el monje vagabundo ‘Varlaam’. La batuta de Ponkin -todo hay que decirlo- concertó con acierto los pocos mimbres que tenía a su disposición tanto arriba como abajo. Sin duda le tocó una labor ingrata que resolvió mediante una lectura pausada y poco exigente de la partitura. Manuel Cabrera

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