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Por Publicado el: 08/10/2018Categorías: Colaboraciones

Caballé, maravillosa por encima de todo

Maravillosa por encima de todo

 

En la avalancha de panegíricos oídos, vistos y leídos tras conocerse ayer la muerte de Montserrat Caballé, se ha llegado incluso a decir (Casa Real) que “ha sido la más grande de las grandes”. Elogios muchos huecos, vacíos de contenido, incluso agraviantes para otras grandísimas cantantes… Palabras de compromiso y mal documentadas que, en el fondo, no hacen sino menguar la real importancia histórica de la Caballé en la evolución de la lírica, y muy particularmente del belcanto, donde ella ha sido una de las grandes reinas, de las grandes divas. Sin duda.

Se han ignorado en estas horas dolorosas muchas cosas que, efectivamente, acaso no sea momento de recordar, pero que sí es preciso tener presentes para valorar en su plena grandeza pero con objetividad la importancia de un personaje que ya era legendario bastantes años antes de morir. Fuera del escenario Montserrat Caballé en absoluto era el ángel bondadoso, dicharachero, generoso, accesible y de risa fácil que ella y su entorno se empeñaban en presentar como imagen de marca. La relación con sus colegas, por otra parte,  nunca fue todo lo fluida que cabría imaginar: desde la gran Victoria de los Ángeles a Alfredo Kraus o a la propia Teresa Berganza que ayer mismo ensalzaba compungida a la diva desaparecida. Incluso con dos colegas tan próximos como Plácido Domingo y José Carreras la relación tampoco fue siempre precisamente feliz, como documentan mil y una anécdotas. Tampoco fue ideal su vínculo con el fisco español  -fue incluso condenada a prisión-, ni su más que sospechosa residencia en Andorra cuando todo el mundo sabía que vivía en un más que lujoso ático en Barcelona.

Nada más imprescindible para valorar y apreciar la grandeza de la Caballé que la realidad. En todas sus aristas. Si fuera del escenario no fue precisamente un personaje ideal (incluso sobre el propio escenario tuvo sus cuitas y fricciones), como profesional de la ópera era poseedora de una de las voces más hermosas, dúctiles, versátiles y poderosas de la historia del canto. Sus pianísimos, su fiatocasi infinito, su legatoy línea cantable –¡Casta diva!- eran verdaderamente prodigiosos, y posiblemente hasta insuperables. También su vasto repertorio. Pocas sopranos han abordado un catálogo de óperas tan diverso y extenso. Desde la belcantista Lucrezia Borgiade Donizetti que la hizo universal ya en 1965, en Nueva York, con un  Com´e belloabsolutamente antológico que dejó boquiabierta a la mismísima Marilyn Horne que sustituía, a personajes straussianos (¡Arabella!, Ariadneo Salome) o wagnerianos (como su célebre Isolda). Por no hablar del repertorio italiano, ámbito en el que se metió en la piel de prácticamente todos los personajes habituales de su registro, desde los rossinianos a los veristas, como su referencial Maddalena de Coigny de Andre Chènier. Su Toscaera impresionante no solo por su vocalidad asombrosa. Como también era impresionante la pureza belcantista de su referencial Norma. Ambos personajes delataban, como su Salome o cualquier otro, la gigantesca dimensión dramática de una cantante, que como la Floria Tosca pucciniana, era una verdadera ARTISTA.

A este inmenso haber, se suman las mil y una óperas que rescató del olvido. Desde Sancia di Castigliade Donizetti, al Henri VIIIde Saint-Saëns o tantísimas otras. Tampoco descuidó la música española, ya en forma de canción como de zarzuela. En este sentido, y como todos los otros grandes cantantes españoles, fue una embajadora ideal del repertorio de su país. En sus recitales por los rincones más insospechados del planeta rara vez faltaron canciones de Falla, Granados, Mompou, Turina o Montsalvatge y las mejores romanzas de zarzuela.

Como su paisana Victoria de los Ángeles, como Maria Callas, como Renata Tebaldi, como Birgit Nilsson, como Astrid Varnay, como Kirsten Flagstad, como Elisabeth Schwarzkopf, como Lotte Lehmann y algunas muy poquitas más, Montserrat Caballé quedará en los anales de la ópera como una de las más maravillosas cantantes de todos los tiempos. Posiblemente, también como la cantante de los filadosy pianísimos más increíbles jamás escuchados. Y quizá también como la soprano que ha abordado un repertorio más completo. En el olvido quedan los últimos años de carrera, cuando ya muy mermada de facultades no solo vocales recorría dificultosamente remotos escenarios olvidando en el camerino la imprescindible muleta y el dolor. Algo que en absoluto merecía tan grandísima y adorada artista. Justo Romero

 

Publicado en Diario Levante el 7 de octubre de 2018

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