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Por Publicado el: 14/04/2010Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Cien años de Magda Olivero y Giulietta Simionato

Cien años
Cumplir cien años no es nada fácil, pero mucho menos lo es cumplirlos en buena forma física y mental, con alegría de vivir y con espíritu positivo. Hace pocos días que una de las más grandes sopranos de la postguerra festejó su centenario. Magda Olivero nació en Saluzzo un 25 de marzo de 1910. Debutó en Turín en 1932, a pesar de una comisión que opinó que no estaba dotada para el canto –lo mismo le sucedió a Caballé- y que no debía perder el tiempo ni hacérselo perder a ellos, para retirarse en 1941 tras su matrimonio. Volvió a los escenarios diez años después a petición expresa de Cilea, quien deseaba escucharla en su “Adriana Lecouvreur”. Desde entonces, hasta su despedida en 1981 con “La voz humana” de Poulenc, fue una de las artistas más apreciadas por ese público que, además de amar las voces, ama la expresividad y la intensidad dramática de las interpretaciones. Olivero sabía modular la emisión vocal de acuerdo con texto y música como pocos lo han logrado.
Dentro de poco hará un año de su aparición en el Palazzo Cusani de Milán para cantar apenas un par de frases de una ópera con la que se identificó de forma especial, “Francesca di Rimini” de Zandonai, y cuyos highlights llevó al disco junto a Mario del Monaco. Ese “Paolo, datemi pace”, que puede encontrarse en Youtube, contenía toda la expresividad del mundo. Emociona ver y escuchar a una mujer de noventa y nueve años, que es capaz de demostrar los milagros de una buena técnica. Quienes deseen conocer testimonio de toda una época pueden satisfacer su curiosidad en las varias entrevistas, colgadas en el mismo Youtube, a una soprano que conoció a Puccini, Cilea, Giordano y que llegó a cantar para ellos “Tosca”, “”Fanciulla del West”, “Adriana Lecouvreur”, “Fedora”…
Magda Olivero, capaz aún de ir en avión de un sitio a otro, es un ejemplo viviente para todos nosotros, pudiendo aprender mucho sobre cómo enfocar nuestros últimos años. Ella no puede ya volver a recibir veintidós llamadas a escena tras una “Traviata” como en la inolvidable representación de Parma, pero se encuentra en paz consigo misma y con los que la rodean, disfruta de lo que la vida le puede aún proporcionar y todavía es capaz de hacer feliz a su entorno con sus recuerdos, sus enseñanzas y lo que queda de una voz inolvidable. No es fácil cumplir así cien años. Otra grande, Giulietta Simionato, lo hará en mayo, aunque no con la vitalidad de Olivero. Felicidades a ambas.

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