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Por Publicado el: 20/11/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: ‘Agrippina’ (G.F. Haendel) – Gran Teatre del Liceu de Barcelona (18/11/2013)

AGRIPPINA (G.F.HAENDEL)
Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 18 Noviembre 2013.

La gran eclosión de importantes directores barrocos en los últimos 30 años ha traído consigo que auténticas joyas de dicho repertorio se hayan recuperado y hoy sea cada vez más habitual verlas programadas en los teatros de ópera. Así ha ocurrido con algunas de las óperas de Haendel, entre las que se encuentra Agrippina. En lo que a mi respecta puedo decir que mi primer encuentro con esta ópera fue en el año 2009 y en el Teatro Real,  de la mano de Alan Curtis. Desde entonces prácticamente todo los años he podido verla de nuevo, hasta el punto de que en España se ha representado en Madrid y Oviedo, llegándole ahora el turno a Barcelona, donde ha subido al escenario del Liceu por primera vez, aunque lo haya hecho con más de 300 años de retraso.

En varias ocasiones me he referido al magnífico libreto con el que cuenta esta ópera. El cardenal veneciano Vincenzo Grimani fue un libretista excepcional y lo pudo haber sido todavía más, si se hubiera dedicado plenamente a esta actividad. El texto es de una frescura espectacular, para el que no parecen  haber pasado los años. Que la acción transcurra en la Roma Imperial o en la actualidad es irrelevante, ya que las ambiciones y servidumbres de la clase política apenas han cambiado con el tiempo. Hay que reconocer que esta ópera es un auténtico filón para un director de escena inteligente e imaginativo, que,  unido a un notable maestro y a un cast adecuado, pueden ofrecer una representación operística de primerísimo nivel.

Estos ingredientes se han juntado muy bien en el Liceu. La producción  es una de las mejores que he visto en mucho tiempo, habiendo contado con una dirección musical notable y un reparto vocal muy equilibrado y adecuado a las exigencias de la partitura. Sin embargo, la representación no ha sido un éxito y bien hará el Liceu en reflexionar sobre los motivos, que para mí han consistido en ofrecer una versión excesivamente larga. Hoy no se puede asistir a una representación de ópera que termina al día siguiente.

La producción de David McVicar se estrenó en 1999 y es una coproducción del Teatro de La Monnaie de Bruselas y del de Les Champs Elysées de París. Como  digo más arriba es un trabajo escénico espléndido. La imaginación del regista británico parece inagotable y ofrece un espectáculo magnífico. Trae la acción a tiempos modernos y consigue que el libreto no chirríe en ninguno momento. La imaginación de David McVicar va unida a una estética irreprochable y un respeto absoluto a música y texto. La lucha por el poder y las intrigas de los protagonistas están perfectamente reflejadas en escena en un ambiente moderno y satírico, absolutamente fiel al libreto del Cardenal Grimani, ya que de una ópera semi seria estamos hablando. Aquí no hay un director de escena que ofrece su visión de la ópera, sino un artista que narra una historia de manera impecable y brillantísima.

La escenografía de John Macfarlane es muy atractiva y facilita mucho los cambios de escena. El segundo acto, en un bar de copas, es genial. El vestuario se debe también a John Macfarlane y es un auténtico desfile de alta costura en lo que se refiere a las dos protagonistas de la ópera (Agrippina y Poppea), resultando atractivo y divertido en los demás casos. Finalmente, la iluminación de Paule Constable es un perfecto complemento a toda la labor escénica.

La dirección escénica de David McVicar es espectacular. El juego que saca de los figurantes es para ser visto, mientras que la dirección de actores no puede estar más cuidada. Es verdad que cuenta con auténticos animales de escena en el reparto, pero eso no quita ningún mérito a la labor de McVicar. En su día me pareció un auténtico hallazgo la producción que hizo McVicar de Alcina. Esta Agrippina no queda ni un milímetro por debajo de aquella.

Harry Bicket volvía al Liceu tras su Lucio Silla de la primavera pasada. No cabe duda de que estamos ante un director importante, que encuentra en la música barroca su mejor campo de actuación. Su lectura ha sido siempre controlada, limpia y muy efectiva. Le falta ese algo más que le convertiría en un director excepcional. Hoy hay grandes directores en este tipo de música y algo le falta a Bicket para estar a la altura de los más grandes en el género. Una mayor delicadeza en unos momentos, una mayor inspiración en otros y una mayor energía y hasta espectacularidad en los demás. Yo diría que la dirección de Harry Bicket esta más en la línea de Alan Curtis que en la de René Jacobs, de quien, por cierto, se usa la edición musical de la ópera. La Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu parecía otra a sus órdenes. Esperemos que no sea una nube de verano y que se empiecen a notar los cambios de los últimos tiempos. Hay que destacar la labor al clave de Jory Vinikour.

La mezzo soprano británica Sarah Connolly tuvo una destacada actuación en la parte de Agrippina. La voz es cálida, bien manejada y adecuada  en agilidades. Únicamente, las notas altas le quedan más tirantes de lo que uno desearía. Siendo una notable Agrippina, no pude dejar de acordarme de Ann Hallemberg.

De Danielle De Niesse hay que empezar por decir que su identificación escénica con Poppea es espectacular. Difícil encontrar una identificación tal. A esto hay que añadir que estamos ante un auténtico animal de escena, que se convierte en foco de atención del espectador y del que el director de escena saca un partido pleno. Vocalmente, no está a la misma altura, especialmente considerando que su timbre no es de una gran belleza y menos en las notas altas.

Casi otro tanto se puede decir de la mezzo soprano sueca Malena Ernman como Nerón. El resultado que McVicar obtiene de ella en escena es espectacular, como un adolescente caprichoso y desenfadado. La voz resulta atractiva y  resolvió mejor de lo que yo esperaba esa endiablada aria, que es Come nube che fugge dal vento, que tiene su origen en Il Trionfo del Tempo e del Disinganno.

El contratenor David Daniels fue un muy adecuado intérprete de Ottone, aunque no se encuentra en su mejor momento. No es ya el contratenor de referencia, como lo era hace unos años y no solo por el hecho de haber surgido nuevos y espectaculares valores en su cuerda.  Siendo su actuación francamente buena, no  alcanza la calidad que ofreció hace no mucho Bejun Mehta en el mismo personaje.

El bajo Franz-Josef Selig fue un buen intérprete del Emperador Claudio. La voz tiene nobleza suficiente y únicamente le falta algo más de facilidad en agilidades. No es fácil compaginar roles wagnerianos con otros barrocos y él lo consigue mejor que otros muchos.

Los personajes secundarios estuvieron bien servidos por el bajo Henry Waddington como Pallante, el contratenor Dominique Visse, como un Narciso bufo, y , finalmente, el barítono Enric Martínez-Castigani, como Lesbo, que tiene poco que cantar, y que en esta producción está muy presente en escena,  resultando  muy adecuado.

El Liceu ofrecía una entrada de alrededor del 85 % de su aforo. El público se mostró un tanto tibio durante la representación, habiendo deserciones en el intermedio. En los saludos finales la gente estaba más interesada en salir del teatro que en aplaudir a los cantantes. Las mayores ovaciones fueron para Danielle de Niesse y Malena Ernman.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 4 horas y 5 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 3 horas y 33 minutos, es decir 77 minutos más que la versión de concierto que se pudo escuchar en el Auditorio de Madrid durante el pasado mes de Mayo.  Los aplausos finales no pasaron de los 5 minutos.

El precio de la localidad más cara era de 142 euros, mientras que la butaca de platea costaba 105 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 83 y 43 euros. La entrada más barata costaba 21 euros. José M. Irurzun

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