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Por Publicado el: 19/09/2020Categorías: En vivo

Crítica: Ballo in maschera en el Teatro Real. La música es lo que importa

UN BALLO IN MASCHERA (G. VERDI)

La música es lo que importa

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Escena de la producción del Teatro Real

Verdi: “Un ballo in maschera”. Anna Pirozzi, Michael Fabiano, Artur Rucinski, Daniela Barcellona, Elena Sancho Pereg, Tomeu Bibiloni, Daniel Giulianini, Goderdzi Janelidze, Jorge Rodríguez Norton. Director musical: Nicola Luisotti. Director de escena: Gianmaria Aliverta. Coro y Orquesta del Teatro Real. 18 de septiembre de 2020.

Un ballo in maschera es, ante todo, una historia de amor. Una historia de amor heterosexual, ya que no parece que Verdi -no se deduce ni de la música ni de la propia actitud del compositor- quisiera hacer ni siquiera alusión a la homosexualidad de Gustavo. Hoy muchos registas se decantan por esta posibilidad, lo que otorga nuevas luces a la obra, que durante muchos años se ha desarrollado con arreglo a las pautas censoras, con la acción instalada en el Boston del siglo XVII y con el rey Gustavo convertido en el gobernador Riccardo.

El talento verdiano consigue, pese a todo, superar el contraste estilístico. En la partitura conviven lo más trivial y ligero de carácter francés con lo más profundo del sentimiento. En todo caso, nos encontramos con una gran concentración expresiva y una enorme concisión y ligereza en la orquestación. Y dos grandes temas vertebradores: el de los conjurados y el del amor de Riccardo/Gustavo, que aparece, junto a otros, en el extraordinario y encendido dúo del segundo acto, eje natural de la composición, en la que Verdi desplegó toda su sabiduría y su ardor. “El Tristán e Isolda de Verdi”, definía Massimo Mila, como nos recuerda en sus magníficas notas Stefano Russomano.

Es desde ahí y en busca de una pintura de atmósferas y de caracteres desde donde creemos hay que mirar esta ópera, que solo de manera subsidiaria puede considerarse política. No es esa su entraña, aunque pudiera observarse parcialmente desde este ángulo en la versión original y censurada pensada por el compositor, con Gustavo III de Suecia como protagonista. Ese trasfondo ideológico permanece en la versión definitiva, pero como tapiz de fondo. Aliverta ha querido rizar el rizo en pos de un contexto abiertamente político y traslada la acción a finales del siglo XIX, recién declarada la independencia de los Estados Unidos.

De esta manera se desvirtúa en buena medida el auténtico ser de la ópera, en una acción poblada de lugares comunes, de detalles fútiles, de observaciones banales y con frecuencia redundantes o traídos por los pelos. Se quiere incidir en un más bien postizo mensaje racista, con presencia de actores y bailarines de color, que evolucionan sobre una coreografía facilona  -que ridiculiza las arias del paje (transformado aquí en no se sabe qué) con gratuita intervención incluso del Ku Klux Klan. Hay escenas muy mal resueltas, como toda la del encuentro de Amelia y Riccardo, en la que aparece y desaparece el cadáver de un hombre negro.

Todo el cuadro de la cueva de Ulrica, transformada en una enorme sala llena de espejos manejados parece que caprichosamente, se nos antoja fuera de sitio y desenfocado. Claro que se lleva la palma el último, con todos los personajes y coristas portando la corona de la Estatua de la Libertad, cuya cabeza y su enorme antorcha presiden la escena. Lo superficial de algunos pasajes musicales, que tienen su sentido, no se puede agudizar con gestos tan gratuitos, propios de una mala revista. Claro que en descargo de Aliverti y sus colaboradores puede decirse que han debido luchar contra las obligatorias limitaciones escénicas propias de la situación que vivimos. Pero el concepto está ahí.

La batuta siempre atenta y aplicada de Luisotti, uno de los maestros verdianos más conspicuos de nuestro tiempo, logró casi siempre esa suerte de cuadratura del círculo y acertó a dotar de luz y ligereza a los pasajes más “afrancesados”, fusionándolos hábilmente con los más dramáticos, atmosféricos y amorosos. Mantuvo el idóneo “tempo-ritmo” verdiano a lo largo de las distintas fases del gran dúo y acompañó con fortuna. El Coro funcionó estupendamente, lo mismo que la Orquesta. Fenomenal el gran “crescendo” que precede a la muerte de Riccardo, cantado en esta función por Michael Fabiano, que mejoró su Alfredo de hace unos meses. Menos esforzado, con algún que otro ataque desafinado y ciertas opacidades en el pasaje de registro, lució algunos agudos bien puestos, matizó y afalsetó. Bien delineada su aria del último acto. Y no hurtó ninguna de sus comprometidas notas graves.

Anna Pirozzi fue una Amelia de centro y zona alta bien provistos. Fraseó con sentido, dijo no siempre elegantemente y se mostró valentísima en unos agudos, con frecuencia poco vibrados y ásperos. Pudo estar mejor en su gran aria del segundo acto. El más destacado, Rucinski, un barítono de gran clase, timbre “brillante”, excelente dicción y fiato descomunal. Sobresaliente su “Eri tu”. A Daniela Barcellona, ridículamente ataviada, mezzo muy notable en otros menesteres, le falta empaque, solidez y oscuridad para dar una imagen sonora adecuada de la hechicera Ulrica. En su sitio los conspiradores, Giulianini y Janelidze. Muy suelta y grácil como Oscar Sancho Pereg, correcto Bibiloni como Silvio y cumplidor en sus dos breves intervenciones Rodríguez Norton. Arturo Reverter

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