Crítica: Christian Zacharias en Cáceres, donde habita el silencio
Christian Zacharias en Cáceres, donde habita el silencio
III FESTIVAL ATRIUM MUSICAE. Christian Zacharias (piano). Obras de Schubert, Haydn Couperin, Poulenc y Scarlatti. Festival Atrium Musicae. Lugar: Cáceres, Gran Teatro. Fecha: 31 febrero 2025.

Christian Zacharias
Fotografía: Sandra Polo
Christian Zacharias (1950) es desde hace décadas uno de los pianistas más y mejor apreciado por los melómanos. Casi un artista de culto que renuncia a caminos trillados o previsibles. “Certero, climático, respetuoso y servidor”, como escribe Enrique Martínez Miura en las notas al programa. También leal a sí mismo. Nacido en India pero alemán de pura cepa, Zacharias se ha presentado en Cáceres con su arte y honestidad artística, con esa alcurnia y clase que siempre ha distinguido su particular carrera.
Lo ha hecho en Atrium Musicae con un programa sin contemplaciones ni demagogia, “que habita en el silencio”, como dijo en voz muy baja y en correcto español cuando hubo de interrumpir el comienzo del recital ante el estrépito de algunos espectadores y de un aprofesional personal de sala que con su escandalera cerrando cortinas y etcétera más parecía trabajar en algún puticlub bullanguero que en la privilegiada y abarrotada sala de conciertos que el sábado fue el Gran Teatro de Cáceres.
Pero no hay mal que por bien no venga. Y el incidente propició un silencio espectacular, tan callado y maravilloso como la música que nacía del teclado. Una vez retomado el inicio del primero de los Momentos musicales de Schubert, se impuso la música, y durante todo el recital, que se prolongó hasta casi dos horas ininterrumpidas de música, ésta no dejo de “habitar” en el más propicio silencio.
Fue un Schubert clásico y romántico, libre y al mismo tiempo leal a sus esencias y raíces, tanto con el Haydn que siguió, representado por los dos movimientos de la Sonata en Do mayor, Hob. XVI-48, en la que los aires de rondó de su segundo y último tiempo fueron decididamente abrillantados por Zacharias sin apartarse un instante de su esencia clásica.
Luego, con el único paréntesis de un mini-receso de “apenas un minuto”, se adentró en un unitario discurso que transitó y hasta casó las músicas de Couperin, Poulenc y Scarlatti, compositor este último que siempre ha figurado en la cabecera del pianista alemán. Aires franceses, pretéritos y casi contemporáneos, abrazados a la frescura también latina del napolitano y español Domenico Scarlatti. Todo lo tocó y revivió Zacharias con su pianismo alejado de excesos y poses; genuino, preciso y libre, con la señas de identidad que han marcado su hacer en los escenarios y en los estudios de grabación.
También contando al público, con franca sencillez, los entresijos de su puzle latino, con énfasis en la popular y en este caso repetida Barricadas misteriosas, y en la no menos conocida “Improvisación-homenaje” a Edith Piaf, ambas representativas del genio fresco y personalísimo de Poulenc.
El éxito, total y absoluto, sirvió para que Zacharias aún prolongara el de por sí largo recital con dos fragmentos muy suyos: el minueto de la Sonatina de Ravel y un nuevo Couperin. Al salir, ya bien entrada la noche cacereña, ya no quedaban vestigios de la kilométrica cola que se había formado en la entrada antes de este recital que marca nuevo hito en la joven pero gozosa historia de Atrium Musicae, y que se perdía hasta el infinito de la calle de San Antón.
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