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Por Publicado el: 13/02/2024Categorías: En vivo

Crítica: Diego Ares y sus reverentes ‘Variaciones Goldberg’, II Festival Atrium Musicae

DIEGO ARES Y SUS REVERENTES VARIACIONES GOLDBERG

II Festival Atrium Musicae. Recital Diego Ares (clave), Obra: Variaciones Goldberg, BWV 988. Museo Wolf Vostell, Malpartida de Cáceres. 11 de febrero de 2024

Crítica: Diego Ares y sus reverentes ‘Variaciones Goldberg’, II Festival Atrium Musicae

Diego Ares en el II Festival Atrium Musicae © Ana Múgica

La lluviosa jornada final del II Festival Atrium Musicae ha albergado una cita bachiana en el marco singular del Museo Wolf Vostell de Malpartida de Cáceres, un paraíso natural, a apenas doce kilómetros de la capital extremeña, en el que la más maravillosa naturaleza –piedra, agua, encina, cigüeñas y ovejas- se funde con los coches chocados y los televisores cubiertos de mierda de Wolf Vostell (1932-1998), el singular artista alemán, abanderado del décollage, el videoarte, el happening y el fluxus, que a finales de los cincuenta llegó y se enamoró de está tierra cuajada de verdad. Aquí, “entre encinas bizarras, y castaños y robles”, como el Vidal de Luisa Fernanda, se casó con una extremeña -Mercedes Guardado- y fundó el museo que lleva su nombre. En este “marco incomparable” el clavecinista gallego Diego Ares ha abordado sin recovecos y por derecho las Variaciones Goldberg, “una de las obras mayúsculas de la historia de la música”, como vino a decir Antonio Moral, alma mater de este “festival entre amigos”, en la presentación del solista.

Hace tiempo que el gallego Diego Ares (Vigo, 1983) se consolidó como uno de los clavecinistas más influyentes de su generación. Radicado en Basilea y armado en una cultura sin fisuras, en una personalidad exquisita y espartana, y en una humildad vital que lo acerca a Bach tanto como su talento, su interpretación de las Variaciones Goldberg concilia unas maneras ciertamente adustas, casi luteranas y despojadas de cualquier amaneramiento o exceso, con un impulso interno cálido, henchido de luces, registros y horizontes, que delatan el aliento y las maneras de un artista apasionadamente sureño y marino, bravo como el mar que baña la costa gallega y firme como los diques que lo amansan.

Crítica: Diego Ares y sus reverentes ‘Variaciones Goldberg’, II Festival Atrium Musicae

Diego Ares en el II Festival Atrium Musicae © Ana Múgica

El fervor bachiano de Ares late desde el primer momento en escena, antes de dar una sola nota. Saluda amable y tímido, antes de sentarse ante el teclado sin siquiera quitarse el abrigo. Lo hace con el sosiego de quien se tumba en el sofá de casa. Rezuma modestia. Y así, con esa frescura, canta desde el teclado el aria que da pie a todo, a las treinta variaciones que conforman la suprema obra de arte. Como si estuviera ante nadie. Solo ante la música. Las toca desde dentro, reverente y con la obra adherida en el alma. Sin partitura ni gesticulaciones. Casi como un autómata. Con total aplomo y dominio del complejo contrapuntístico que traza Bach en este “prodigio de invención”, por utilizar la expresión de Rafael Ortega Basigoiti en las notas al programa de mano.

Ares reconstruye cada nueva variación, cada nuevo canon, invención o fuga, como eslabón crucial de una cadena unitaria y perfecta, en la que todo es esencial e imprescindible. Desde un clave que perteneció a su maestra Genoveva Gálvez y hoy es suyo, desgranó sus mil y un detalles y registros. Cerca de ochenta minutos ininterrumpidos de música -salvo un instante para quitarse el abrigo entre canon y variación- en el que la sonoridad particular del clave voló entre las paredes cargadas de cuadros, collages y objetos del museo. Las Goldberg escapan al tiempo y a las modas. Su actualidad y modernidad son eternas. De ahí que el marco sin equivalente del Museo Vostell de Malpartida haya sido marco inmejorable de una obra que hoy, como ayer y como siempre, fascina y cautiva a intérpretes y auditores. Más si se hace a través de la visión genuina, auténtica y personal de un artista y de un virtuoso tan definitivo como Diego Ares, que convierte el reto en vivencia sensitiva.

Los aplausos finales casi hicieron temblar las paredes y objetos vostellianos. “En este día lluvioso, permítanme que les toque una obrita inspirada en la lluvia”. Y toco una miniatura compuesta por él mismo. Tras recoger parsimoniosamente el abrigo del suelo, se marchó entre bravos y aplausos como quien nada hubiera hecho. Parecía el mismo Bach en la estatua de la entrada de la  Iglesia de Santo Tomás. Fuera, seguía el diluvio universal, pero las ovejas seguían pastando tan felices. Inolvidable.

Justo Romero

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