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Por Publicado el: 12/03/2018Categorías: En vivo

Crítica: Gardiner en el Auditorio, homenaje a la intermitencia

 

John Eliot Gardiner

Obras de R. Schumann y L. van Beethoven. Piotr Anderszewski, piano. Orquesta Sinfónica de Londres. Sir John Eliot Gardiner, director. Auditorio Nacional, Madrid. 7-III-2018.

Mario Muñoz Carrasco. Se esperaba más de una noche en la que coincidían un director y una orquesta que suelen moverse con soltura por los territorios de la empatía. Empezaba el programa con la obertura para la única ópera completa de Robert Schumann, Genoveva. Poco ha cambiado el acercamiento estético de Gardiner a este compositor desde que publicara hace dos décadas su ciclo completo –aquel criticado ferozmente por Taruskin con el famoso “rescatemos al pobre Schumann de sus rescatadores”–. Tanto en esta pieza como en las posteriores hubo un continuo mirar hacia atrás, reforzando el sentido clásico de la obertura con líneas limpias, ausencia general de vibrato y una dialéctica del contraste que se aplicó como norma. Un acercamiento muy mitigado y cándido en lo dramático que funcionó por ser preludio de un programa sinfónico, y no inicio de la ópera original. Como habitualmente en la London Symphony, cuerdas empastadas y sonido maleable al servicio de la partitura.

El Concierto para piano nº 1 de Beethoven se movió en idéntica línea –aquí con más lógica, la obra es de 1795– y beneficiada por el acercamiento absolutamente cristalino y de notable elegancia de Piotr Anderszewski (que sustituía a la retirada Maria João Pires). En ese momento comenzaron a aparecer las intermitencias. Un primer movimiento algo lánguido dio paso a un Largo con un aliento poético extremo gracias al hedonismo sonoro del viento madera. La enorme belleza de esos compases se diluyó en un tercer movimiento irregular donde volvió a desaparecer la magia, más allá de algunos destellos de genio del pianista polaco y un final desatado que bien podría haber hecho acto de presencia antes. Como ya hiciera Anderszewski en su visita a Madrid de hace unos meses, Leos Janáček fue su regalo de despedida, con una versión de On An Overgrown Path delicada y bien estropeada de toses.

En la segunda parte la Sinfonía nº 2 de Schumann arrancó con los músicos tocando de pie para una mayor expresividad y coherencia con la disposición orquestal de la época. En su obsesión por el equilibrio sonoro Gardiner se dejó el discurso de lado y el castillo orquestal se resintió durante una parte de la sinfonía. A un primer movimiento planteado con esa mística a ráfagas le siguió una anemia expresiva de idéntica entidad. Tras un Adagio espressivo de nuevo brillante, la orquesta londinense fue creciendo para terminar entregada al romanticismo pleno, con mayor peso y llegando a la meta de un viaje que, aunque mal planificado, acabó por salir bien.

 

 

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